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EL ROBO


Recién llegado de Francia no se había preocupado por conocer las costumbres islámicas a pesar de que su compromiso con el gobierno Afgano era para cinco años.

Le habían recomendado los servicios de un joven musulmán que suplía el desconocimiento del francés con su inteligencia despierta, agradable presencia y buena disposición para las tareas domesticas.

El señor Pierre fue condescendiente con Ibrahinn cuando en su primer -y terrible verano- de estancia en Kabul echaba en falta, con relativa frecuencia, algunos refrescos de su bien surtido refrigerador.

La desaparición de su reloj de oro durante un fin de semana fuera de la capital le hizo sospechar de su criado, y sin pensar en el alcance de la denuncia, lo puso en conocimiento de las autoridades.

No pudo evitar el pobre criado musulmán de un rico ingeniero cristiano que le cortaran la mano derecha, a pesar de no encontrársele el reloj entre sus pertenencias y a pesar de proclamar a gritos su inocencia.

No pasó mucho tiempo cuando al darle la vuelta al colchón por el lado de invierno apareció la joya enredada entre los muelles del somier.

El señor Pierre, que era un hombre justo, no dudó en presentarse ante las autoridades para comunicar el hallazgo.

Al poco tiempo fue visto con el puño de su camisa de seda anudado sobre el muñón donde le faltaba su mano derecha.

En la muñeca izquierda llevaba un costoso reloj de oro.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Es muy conveniente conocer otras culturas para no meter la pata, o en este caso la mano, porque te la pueden cortar. Me parece genial porque dice mucho con muy poco