Soltar la muñeca

Conchi
Siempre me ha gustado pintar.
Cuando yo era medio pensionista en el CAMF de Leganés (por la noche me iba a casa a dormir) me valoró Ana, la terapeuta ocupacional que trabajaba aquí por entonces. Me hacía coger con unas pinzas de depilar un montoncito de lentejas y meterlas una a una en un vaso. Luego me tenía preparado el palo de castigo, como lo llamo yo, que consistía en pasar una cuerda por un montón de anillas. A mí no me gustaba nada aquello porque casi no puedo estirar los brazos y me costaba un huevecillo pasar la dichosa cuerda por las anillas. Pero así es como se dio cuenta Ana de que yo podía pintar con la mano izquierda y se lo dijo a Fernando, que era el que llevaba el taller de plásticas por entonces.
Y así empezó mi afición a la pintura. Al principio sólo pintaba cuadros infantiles: Mickey Mouse, un oso en un árbol, el castillo de la Bella Durmiente... porque Fernando no se molestaba mucho en buscar temas nuevos. Después, cuando Fernando se fue a La Vaguada, vino Carmen, que se empeñó en que pintase cuadros grandes y yo, como no puedo estirar los codos, tenía que darle vueltas al cuadro para llegar a todas las partes. A mí no me gustaba, pero por suerte Carmen estuvo poco tiempo.
La sustituyó Cristina. Al principio me atendía muy bien, me ponía las gafas, la bata y me colocaba la pintura para que yo pudiese mezclarla, pero con el tiempo se fue enfriando la cosa, porque entró gente nueva al taller que no la necesitaba tanto como yo y se fue haciendo vaga, la molestaba tener que ayudarme y me dio de baja. La excusa que puso es que me iba a cagar en mitad de la clase y la tocaba quitarme la bata y las gafas y volver a ponérmelas cuando volvía del servicio. Y yo qué culpa tenía, si empezaba a tener problemas con los divertículos en el colon y me daban dos sobres de laxantes. Y, claro, eso no hay Dios que lo aguante, me daba el apretón en mitad de la clase y tenía que ir corriendo a que me pusiesen al WC. Ella me insistía en que soltase la muñeca, pero a mí lo que se me soltaba era otra cosa.
Ahora he vuelto al taller porque hay un nuevo profesor más comprensivo, que hasta me mezcla las pinturas porque hacía mucho que no pintaba y ya se me había olvidado como hacerlo.
Otra cosa que ha cambiado es que ya no me cago (literalmente) en mitad de la clase, porque mi madre lo controla: me da sólo una cucharada de laxante por la noche y cago benditamente antes de levantarme. Así es que ahora voy muy feliz y con los intestinos bien limpitos al taller de plásticas. ¡Y cómo se nota en los colores cuando pintas con el cuerpo relajado!
Pues ahora que ya sé lo que es pintar después de cagar, estoy deseando averiguar lo que será pintar después de follar, ¡qué blancos pintaría! Pero para esto no voy a poder contar con mi madre, no sé si a ella le motivaría.

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