Sentada del 9 de enero de 2014


EL EXTRAÑO CASO DEL LADRÓN DE IMPERMEABLES EN EL OLIVAR
César
Las nubes se movían amenazadoras por sobre los olivos. Venían cargadas del Atlántico.
–Me parece que hoy vais a necesitar los chubasqueros –se le oyó decir al capataz.
Curro levantó la vista hacia poniente, confirmó la amenaza de unas nubes muy pegadas al río y muy negras, y se fue en busca de su impermeable. Camino del tractor, fue cuando observó que la mayoría de los compañeros no lo llevaban puesto.
–Te vas a mojar –le dijo a Rocío al pasar a su altura.
–¿Y cómo lo sabes tú, malaje? –contestó la chica con no muy buena cara.
–A ver, yo no traigo las nubes –contestó Curro, extrañado del tono de Rocío, generalmente amable con él.
Continuó hacia el tractor porque la cuadrilla había dejado los aparejos al entrar a la finca, junto al tronco del primer olivo.
No tuvo que revolver mucho para convencerse de que su impermeable no estaba allí. “¿Y dónde leches lo habré podido dejar yo?”, se preguntó. No estaba el suyo, pero tampoco había ningún otro, y los compañeros estaban trabajando sin él, no solo Rocío. Lo más curioso, sin embargo, era que todos le estaban mirando ahora.
–¿Qué miráis? Mi chubasquero no está donde lo dejé, ¿alguien lo ha cambiado de sitio?
–Pues el mío tampoco está, ni el de mi hija, ni el de nadie –hablaba el padre de Rocío y tampoco sus palabras eran muy amables– ¿No serás tú el bromista? Porque va a empezar a llover y por mi madre que me va a oír ese listo, como esta tarde me tenga que refugiar del agua debajo de una lona.
Ya el Curro se había hecho una idea. A lo que no se atrevía todavía era a sospechar de nadie, no estaba claro el móvil.
Y como tampoco quería que sospechasen de él, tenía que darse prisa en desvelar el misterio.
Eran veinte en la cuadrilla, diecinueve para ser más exactos, y los tíos eran mayoría, lo cual descartaba que una chica fuese la malasombra, se jugaba ser el blanco de todas las burlas. Los más nuevos, Antoñito, Alvarito y el Pinta, no habían pasado, de momento, de beberse el vino. Y el agua, cuando apretaba el sol, pero eran ellos los que tenían que ir hasta el pozo a llenar el botijo, con lo cual poca broma parecía su sed.
El malaje estaba entre los viejos, ¿pero cual de ellos era? Se había puesto muy serio el tío Teo cuando pasó Curro al lado de Rocío. ¿Sería capaz de exponer incluso a su hija a la pulmonía?
Era capaz, de ello estaba seguro Curro, era un malaje malafollá, y granaíno por más señas, que le jodía que él se entendiese con la chica y la chica a medias con él. El tío Teo no tenía tratos con nadie de la cuadrilla. Claro que, por eso mismo, no le veía gastando estas bromas tan pesadas. Descartado.
El malaje no se entendía ni con el tío José, pero el tío José sí que se entendía con todos. Bien mirado, era un sospechoso de libro, ¡cómo no se le había ocurrido antes!
–Tío José, ¿no le habrá pedido la parienta que haga los mandados esta tarde, antes de que cierre el colmao?
–Lo que me faltaba, ella todo el día en casa y hago yo los mandaos al llegar de varear, ¡ya te vale! Tú pareces un pisaverde.
–Pues será que tienes una querida, y que le vino el apretón esta tarde con urgencia y te reclama.
Se rieron todos los que oían a Curro, pero no miraban al tío José, sino al capataz. Fue cuando a Curro se le encendió la bombilla, aunque las primeras gotas estuvieron a punto de apagársela.
–¿Quién mierda ha escondido los chubasqueros, que ya está lloviendo, coño? –preguntó en voz alta, pero sin quitarle el ojo al capataz.
–El bromista os va a joder el jornal hoy, que tendréis que iros pa casa a media tarde –el capataz no se daba por aludido.
Pero Curro ya sabía dónde buscar. Se fue derecho al cesto de la merienda del jefe, el que tenía en la moto, y empezó a sacar impermeables. Todos estaban allí.
–¿Qué, jefe, se los querías regalar todos esta tarde a la Rosario? –comenzaba el pitorreo.
–¿Quién los ha escondido ahí? –gritaba el capataz con voz de mucho cabreo, que no se derrotaba ni muerto.
Pero el cachondeo no iba a cesar por ello.
–El que lo hizo sabe leer las nubes, y hay pocos aquí de esos –dijo Curro bien alto, mientras repartía los chubasqueros para que la cuadrilla pudiese continuar trabajando.
Las bromas ya no cesaron en toda la tarde, y de todas el blanco era el capataz y su querida.
–¡Hoy el marido de Rosario se entera por fin! ¡Hoy los pilla de faena, tú vas a ver!
–Nos querías aguar a nosotros para probar tú la salsa caliente, ya te vale.
–Y bien tempranito.
–Lo que pasa es que Rosario es alondra, de noche no se pone.
La lluvia arreciaba, pero a nadie se le ocurría dar de mano. Y menos al capataz, después de lo que había pasado. Rosario se iba a cabrear bien.
Los que más estaban disfrutando de la lluvia eran Rocío y Curro, que se juntaban cada vez más para darse calor. Y eso a pesar de las miradas del tío Teo.

CUADERNO AZUL / 15
Carmen
Silvia, todo el día mirando pasar las nubes, nunca estaba atenta, siempre como soñando. Estaba en esa edad difícil, cuando piensas más en lo bueno que está el profe de matemáticas que en sus propuestas de trigonometría. O sería la primavera.

Estaba entre las negras mesas del bar Renato, resistiendo mi nefasta afición a las tragaperras, cuando observé que un señor con camisa de cuadros y vaqueros estaba echando mucho, y me piqué. Le rogué que me orientara con la máquina, pero él empezó a flirtear conmigo. Dijo: “No te gastes el dinero en estas cosas, tu poca paga. Yo estoy trabajando y puedo gastar más que tú. Eres muy guapa y debes gozar de la vida y tomarte tu cañita y nada más”. No me lo podía creer y repliqué: “Pero bueno, y tú ¿por qué juegas tanto si lo tienes tan claro? ¿O es que estás enviciado? ¿O es que ganas mucho?” Y me confesó: “Estoy enviciado”.

Y el séptimo descansó. Mis domingos son siempre muy aburridos, salvo si me voy algún día por ahí, al circo o a alguna parte.

Nuestro comedor a veces es un caos: que unos con sal, que otros sin sal, y al final todas las comidas salen sosas. “Carmen, que estás en medio”, me grita la camarera. Esto se soluciona llegando siempre tarde, que me estoy acostumbrando. Si hay que esperar para que te pongan un babero, ya me dirás para que te sirvan la comida. Alguien que se pone nervioso termina gritando histérico “¡joder!”. Menos mal que es frecuente y ya no nos asusta a los espásticos. Un comedor sin ruido, en silencio, no pude ser normal.

Sería un imposible en mis condiciones de movilidad imaginar el metro que tenemos, no lo podría concebir tan incómodo y con tantas estrechuras… Alguna vez ya he ido en metro, cuando aún podía andar, sujeta de los hombros por mi padre: ¡Qué olor tan apestoso a entre basura y gasolina! ¡Y algún pasajero que había vomitado en el vagón! No me extrañó nada. Qué milagro, te cedieron el asiento y pudiste ponerte a escribir garabatos.

¡Qué quieres que te diga! Lo raro en mí sería que un día decidiera levantarme temprano ¡y que lo hiciera! O quizá ordenar mi cuarto, que fue siempre una sucursal del Rastro. Sería muy raro que yo me hiciera una chica ordenada de repente. O que escribiera la historia de mi vida… para qué, si en ella no hay cosas interesantes.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Annus novus faustus felixque tibi sit.