Sentada del 13 de marzo de 2014


CUADERNO AZUL / 18
Carmen
Recuerdo el dulce sabor del chocolate que preparaba mi madre en las mañanas de fiesta, repleto el plato de picatostes para mojar. Estábamos en familia, todos juntos. Y recuerdo aquellos días que terminaban a su lado, aprendiendo mis primeras letras con la libreta Palau. Nunca olvidaré aquel sabor tan intenso del chocolate ni las noches de letras. Estábamos en familia todos juntos y yo me sentía más segura. Y después del chocolate, íbamos a misa.

Todo ocurrió en un suspiro, durante una noche… Recuerdo que estaba bailando en el Folies Bergère, la gente aplaudía con entusiasmo. Alguien del público se me declaró y yo le dije que nones. Él sin embargo me regaló un anillo de esmeraldas que, pasando muchos años, yo me hacía vieja y me veía en la necesidad de venderlo para seguir adelante… Y entonces fue cuando desperté.

Tengo un amigo que es carpintero, con barba rubia, aspecto de pintor bohemio y acento entre extremeño y andaluz, que tiene la virtud de quitarme las penas. Cierta noche se empeñó –es muy polemista– en convencer a la concurrencia que el sol salía antes en Alemania que en España –Que por eso trabajan más los alemanes que nosotros, insistía. En realidad, quería ligar con mi asistente personal, una chica muy guapa que había estado en Munich. Y no dudó en coger el Espasa para demostrarlo y quedar como un señor.

Me gusta Rosa F porque nunca tuvo casa ni el cariño de sus padres, que tanto aprecio yo. Y sin embargo, siempre cuida su aspecto y lleva arreglado su pelo rubio, tiene una gran autoestima. Y me gusta Pilar B por su facilidad para escribir poesía, que a mí me falta. Viajamos junta por Europa durante un verano y nos conocimos mejor. Me admira su vida de continuo esfuerzo y su afición al deporte, una voluntad de hierro que a mí me falta.

Me gusta, sobre todo, indagar en la vida de la gente.

Odio a N por robarme y por insultarme. Y quizá ella me odie a mí porque la ignoro. Su pelo ralo y un gesto algo torcido en su cara me producen temor. Y al mismo tiempo pienso que es una persona digna de lástima, porque nadie la quiso jamás cuando se necesita de verdad, en la cuna.

Y odio levantarme de la mullida cama. Qué calentita se está ahí dentro, sin temor al frío invierno. Y odio perder el tiempo ordenando cosas porque yo amo el desorden. Pero odio sobre todas las cosas a N, aunque nunca me atreveré a enfrentarme a ella.

ROSA
Isabel
Hola, Rosa, soy Isa. Estoy enfadada contigo por haberte ido así, sin más, y después de unos meses tan malos.
Me hubiera gustado mucho volver a verte feliz, pero no ha sido posible. Siento mucho tu marcha, estabas muy malita.
Cuando iba a tu cuarto siempre estabas leyendo, no te cansabas nunca de leer. Tenías una biblioteca llena de libros, algunos muy gordos, la biografía de Gandhi… O el CD del Quijote, que lo escuchabas con los cascos en la sala de ordenadores.
Yo leo, pero no como tú, me canso de leer y enseguida me lloran los ojos. Como ahora, que lloro por ti.
Me he quedado muy triste, he sentido mucho tu fallecimiento.
Me acuerdo que cuando estabas malita, abrías los ojos, y algunas veces decías: ¡Ay, madre mía! Te preguntaba: Rosa ¿que te pasa? Y tú volvías a cerrar los ojos y no querías hablar, como si no quisieras saber nada ya de este mundo.
También recuerdo que antes de estar enferma hablabas con todos, te reías y eras muy graciosa, hará de esto ya más de un año.
Cuando murió tu madre tenías obsesión por ella y siempre la estabas recordando. Y así, poco a poco, fuiste enfermando.
Rosa, por una parte me alegro de que te hayas ido, para que así tengas todo el tiempo del mundo para leer allí arriba en el cielo, pero por otra lo siento mucho, por no poder volver a verte.
¡Un beso! ¡Te quiero!

VIOLENCIA
Rosa
Benito ha vuelto del trabajo y, como todas las tardes, se ha encerrado en la buhardilla sin saludar. Allí se entretiene con cacharros de electrónica, el único misterio que le conmueve. A María le han vuelto a asustar los portazos que ha dado su marido al entrar y salir, como todas las tardes. Y Ester se ha largado a la calle apenas ha oído que llegaba su padre.
La cena, por fin, reúne a la familia en la cocina.
–Otro día sin verte el careto, papá, ya no te reconozco en la mesa –reprocha Ester.
–Ester, calla y come –ordena María.
–Nuestras cenas son cada vez más divertidas –insiste Ester–. Menos mal que duran poco.
Benito no ha abierto la boca, como siempre. Sabe que las dos están más que incómodas, que están asustadas, pero le importa tres rábanos. Además, ni sabe como ha podido llegar a ocurrir, nunca las ha pegado. Su trato es tan distante, sin embargo, que siente que las dos le molestan.
–He olvidado hasta la manera de joderos –afirma como sin querer Benito–. Viviría mejor solo con mi perro, los perros no hacen reproches.
–¿Y por qué le pegas? A lo mejor termina mordiéndote –su hija no se calla.
María ya estaba muy asustada cuando su marido estalla por fin esta noche.
–Sois las dos unas mierdas y tenéis la mierda que os merecéis –y Benito se levanta de la mesa y se vuelve a la buhardilla.
En ese momento María toma la decisión de su vida.
–Vámonos –le ordena a su hija.
–¿Pero dónde? –pregunta Ester, que ha comprendido.
–¿Qué te produce más miedo, tu padre o la calle?
–Mi padre.
–Pues vámonos.
María sabe que las tarjetas siempre las controló su marido y que las llevará encima, en la cartera. Pero no importa. Fuera de esta casa no tendrá más miedo que dentro.

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