Sentada del 21 de febrero de 2013


¿Y QUÉ HACES?
Conchi
Tengo una amiga que me sigue a todas partes, pero a mí me agobia mazo. Porque siempre está con la misma canción: “Vente aquí”. Digo yo: “Yo voy donde quiero”, y se enfada y se va a su habitación. “Pues ya se le pasará”, es lo que me digo ahora.
Se llama Alejandra y ella me quisiera mandonear, pero yo no me dejo. Quiere que salga a la calle a todas horas, como ella, pero yo tengo miedo porque los coches van a demasiada velocidad y ya no me manejo tan bien como antes en los pasos de cebra.
A veces me dan ganas de irme a Japón para que no me siga. Y no es broma, pero no quepo en los aviones porque son muy estrechos, y yo tengo las piernas rígidas.
Por no mandar a la mierda a Alejandra me muerdo la lengua, y cuando me apetece le digo que tengo que ir a mi cuarto a dormir y así me deja.
La verdad es que me quejo mucho de Alejandra pero a ella también le toca aguantarme a mí: escucha mis quejas, me hace reír cuando estoy triste y, sobre todo, me hace mucha compañía.
Y es por eso por lo que realmente todavía no la he mandado a la mierda... aunque no lo descarto.

EXTRAÑO
Laura
Antes de hablar, cualquier bebé sano distingue con su mirada a sus familiares de los extraños. Desde la cuna tiende sus brazos hacia su madre, que es la persona que más le puede proteger. La madre se acerca a la cuna con una sonrisa tranquilizadora, le acoge con un gran abrazo acompañado de continuos besos y el niño se siente feliz.
Acaba de llegar el electricista para arreglar un problema de luz en el cuarto de baño. La madre, después de saludarle, le dice orgullosa:
Mire qué niño más espabilado tengo.
El electricista se acerca con la sana intención de acariciarle y el niño se vuelve rápidamente hacia su madre abrazándola con fuerza y lloriqueando un poco. La madre sorprendida se disculpa.
Es muy pequeñito y para él usted es un extraño.
El electricista sigue a la madre, y al hijo en sus brazos, hasta el cuarto de baño, saca sus herramientas y se pone manos a la obra para descubrir y solucionar el problema.
La madre se va a la cocina para preparar la comida y deja al niño en el pasillo enmoquetado, pues allí está vigilado. El niño, movido por la curiosidad de los ruidos, gatea hasta el cuarto de baño, mira al electricista, se acerca sonriente hasta la caja de herramientas, se queda un ratito observando, y en el momento que va a meter su manita en la caja, el electricista deja su tarea y llama a la madre.
El niño llora desconsoladamente mientras la madre lo coge en sus brazos de nuevo, disculpándole.
No se preocupe, sólo llora porque ha extrañado su voz.
La madre se queda ahora en el cuarto de baño hasta el fin de la tarea y el niño en sus brazos está muy tranquilo.

SOFÍA
Isabel
Sofía, mi querida Sofía, me he enterado de que dentro de unos días te vas a vivir con tu novio Julio. Los dos tenéis veinticinco años, qué envidia me dais.
Todo me lo ha contado mi padre, incluido lo de la fiesta el jueves del Corpus. Me hubiese gustado veros y pasar con vosotros la tarde. Aún estoy salivando solo con recordar lo que papá me contó de la barbacoa en el chalet del abuelo Paco. Me dijo que el abuelo os había comprado morcillas de arroz y chorizos, chuletas de palo, panceta de cerdo y sardinas. Seguro que comenzasteis por las sardinas y que os las comisteis quemando mucho, que tendríais que soplaros los dedos, ¡aggg!, qué envidia, vosotros disfrutando de ese sabor tan limpio y redondo y yo aquí, merendando una galleta para loros.
Y después de las sardinas, la morcilla y la panceta, y esos chorizos tan grandes que compra siempre el abuelo, tan grasientos… Os estoy viendo con chorretones colorados escurriendo por los labios y todos soplando vino tinto como salvajes, que una barbacoa no es lo mismo si olvida su origen ancestral. Y los pimientos, y los filetes de contramuslo… Me contó también mi padre que incluso tuvisteis sitio para apurar el queso de oveja, curado en bodega, que también sacó el abuelo por si os habíais quedado con hambre. Cómo me hubiera gustado estar con vosotros y comer de todo, que un día es un día.
Y al final tampoco el vino era suficiente, que le disteis a todo tipo de bebidas: yo echo de menos el ron con nata, muy fuertecito y caliente, que tuviera que soplar. Me contó papá que todos os lo bebisteis de un trago… Te reprocho, papá, el no haberme dejado ir al chalet con los sobrinos.
Por cierto, también me ha dicho que Julio y tú vais a vivir en la casa que tu padre os está construyendo. Y que ese manitas también os está haciendo los muebles: de madera, de color miel claro, que es el color de los enamorados.
Sofía, con un padre así ya no queda sino disfrutar de la vida: ¡restaurador y dorador del Palacio Real! Y seguro que os decora también todas las habitaciones, ¿Cuántas vais a tener en la casa? ¿Vais a tener hijos? ¿Me invitaréis algún día? Porque estará adaptada, vamos, digo yo.

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