Sentada del 30 de enero de 2014


LAS COSAS DE LAS RESIDENCIAS
Isabel
Yo siento compasión especialmente por mi madre, que empieza a manifestársele el alzheimer y ha ingresado en una residencia.
También siento compasión por mi padre, pues tiene azúcar en la sangre. Y no es poco, se tiene que pinchar dos veces al día con insulina. Debido a esta enfermedad ha ido perdiendo progresivamente vista y apenas puede andar, parece un abuelito y se sofoca mucho.
Una buena mujer que limpia el chalet y ayuda a mi padre con las comidas, lo ha puesto a régimen por orden de la doctora. Y ha adelgazado mucho, pero como he dicho antes, arrastra los pies al andar y no es el de siempre.
Mi padre es muy cariñoso con sus hijos, especialmente con mi hermano Antonio y conmigo. La primera vez que vino a vernos a esta residencia fue el día del cumpleaños de mi madre. Los días anteriores me llamaba y yo le mentía, diciéndole que vendría pronto desde Ferrol. Pero ya estaba aquí, yo lo hacía para no molestarle.
Hasta que un día vino y se llevo una sorpresa grandísima, porque le gustó mucho el centro. Y como conocía a gente de Ferrol se puso más que contento.
Aquí se encontró con un matrimonio que se habían casado en Ferrol y luego se trasladaron aquí. Ahora le he oído que tampoco le importaría volver a irse, pues en Ferrol tienen muchos amigos y conocidos.
Cuando se casaron allí, la peluquera del pueblo peinó a Merche y la maquilló, parecía otra. Su marido es Miguel y, cuando tuvieron que colocarse la alianza, a él le costo mucho acertar.
Los hijos de Merche le ayudaron a colocar la alianza a la novia, pues Miguel tiene los dedos un poco así. Y Merche decía en broma a Miguel: “Como te portes esta noche así, no sé qué va pasar”. Y se echaron a reír los dos, que nadie más se había enterado del comentario, hasta después. Miguel iba muy guapo con su traje, parecía otro.
Mi abuela, la madre de mi madre, estaba en otra residencia. Y le pusieron un supositorio que no era suyo, era de otra persona. Y se puso morada, muy morada y empezó a echar babas y a sudar. Mi madre, que siempre ha sido muy escrupulosa, cogió paños y le quitaba las babas, ni ella se lo creía, que fuera capaz de hacerlo.
Al poco tiempo mi abuela falleció. Y mi madre le decía a la doctora: “Doctora, que mi madre aún esta caliente”. Y esta le respondió: “Si lo desea, le hacemos a su madre la autopsia, pero ha de estar usted delante”. Y mi madre respondió: “Yo no puedo con semejante espectáculo”. Y mi madre se despidió de la doctora.
A los tres días la enterraron.

AMANECE
Laura
Con mi esclerosis múltiple sigo adelante día tras día. El doctor Ley es un gran cirujano, salva a gente por la que no dan dos duros. Sigue ejerciendo porque la ciencia lo necesita, pues lo que sabe este caballero es demasiado.
Desde que el doctor Ley me dijo que tuviera valor para afrontar lo que me esperaba, aquí estoy luchando por mi vida día tras día.
Solo por despertarme cada mañana ya estoy alegre y dispuesta a lo que me venga encima. Si hay que ayudar a mis compañeros, yo les ayudo en lo que puedo, que puede ser con mi palabra y mi alegría. Aunque esté acatarrada y tenga que ponerme todos los días los aerosoles, todos los días soy yo la que les doy alegría a los aerosoles, no ellos a mí, que simplemente me desatascan las fosas nasales.
¿Qué puedo decir más de mi alegría? Que es contagiosa y hace cambiar la cara de mis compañeros cuando están tristes. Para mí, la alegría es luz que puedo transmitir a otras personas, que las hay que dan pena al mirarles la cara.
La vida que tengo está llena de cosas alegres. Hay cuidadoras que me asean por la mañana y me rascan la espalda con la esponja. Y después yo me hago sola la higiene personal. Me encantaría que las cuidadoras fueran mis amigas. Pero no, yo soy para ellas alguien a quien tienen que asear, quieran o no quieran. Posiblemente esto no les guste, pero es su trabajo. A pesar de todo, prefiero estar en este Centro en vez de haberme ido al Centro de Esclerosis Múltiple, que no quiero ni pensar cómo me tratarían allí.
Siempre que puedo me río a carcajadas por cualquier cosa y lo transmito. Me río mucho con los niños que veo por la calle en compañía de sus padres, y Laura – mi asistenta personal- me dice que para jugar con ellos están sus padres.
A Laura le pago, pero es mi amiga y me saca a pasear los días que no llueve. Es rumana y muy agradecida, aunque me regaña porque me entretengo mucho con los niños. Yo no puedo menos de hacerlo, porque son una delicia, son pura sonrisa.

COMPASIVA
Mercedes
Yo me tengo por una persona compasiva, intento comprender a todo el mundo y ser solidaria. Me preocupo por los problemas de los otros, los problemas de la vida diaria, que hay un montón de ellos. Y procuro comprender a la gente que tiene tantos problemas, los problemas de los parados, la gente a la que desahucian, que echan de su piso a la calle. No pueden pagarlo porque no tienen trabajo, no porque sean unos irresponsables. Y los padres que no tienen para dar de comer a sus hijos, que esa es otra, no tienen ingresos ni para sobrevivir.
Con esto de la crisis hay muchas familias que lo están pasando pero que muy mal.
Sufro con toda esta gente y me da mucha rabia por no poder ayudarles. Si yo pudiera hacer algo por tanto y tanto parado, por tanto y tanto desahuciado, lo haría, de verdad, haría lo que fuera por toda esa gente.
Pero estos problemas no tienen solución así como así, y están costando muchos sacrificios a cada familia. Trabajar no es nada agradable, yo lo veía con mi padre, todo el día trabajando el pobre para llevar dinero a su casa. Pero es que no tener trabajo, ni la posibilidad siquiera de ganar lo imprescindible para dar de comer a tus hijos, eso todavía es peor.
Porque el ser humano es dichoso cuando tiene algo en la vida, tampoco hay que tenerlo todo. Yo conozco a gente que es dichosa porque lo tiene todo, todo eso que puede tener una persona para ser feliz: la fama, el dinero, la salud y el amor. Pero conozco a más gente que es muy feliz porque está en su casa, con su familia, su esposo, su esposa, y con una hija o un hijo que es lo mejor de su vida. Y además tienen a sus hermanos, que a veces son muchos, y muchos sobrinos también, un montón. La gente es dichosa con poco, pero eso poco nadie tiene derecho a quitárselo. Mal gobernante será el que se lo quita.

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