Sentada del 3 de abril de 2014

 
CUADERNO AZUL / 19
Carmen

Puerta cerrada, la de los manicomios, que tantos hombres brillantes encierran. Hay muchos allí que no merecen semejante maltrato. Yo tuve un tío encerrado durante 30 años. Puerta de dolor, incluso de malos tratos.
Puerta abierta, puerta de la cultura, la de la escuela, que nos acerca al saber, a aprender, a desenvolvernos, a conocer todo lo que ha sido y a prever lo que será. La puerta de la escritura.
Puerta de la vergüenza, la puerta de los orfelinatos, un pararrayos para lavar la conciencia de la sociedad, la vergüenza de los niños abandonados, de los niños que nunca nunca estarán integrados.
Laura quería amar y decidió operarse de abductores y entró en el hospital de La Paz. Allí conoció a Carlos, su fisioterapeuta, moreno, alto, pelo negro rizado, un verdadero ángel, o sea, un demonio, como nos gustan a las mujeres. Pero discutió con Carlos y le dijo que nunca podría hacerle feliz. “Eres boba, le respondió el ángel, tú tienes todo lo que a mí me falta, inteligencia, constancia, bondad. Yo te ayudaré con mis manos a estar en forma y tú me lo agradecerás con tu amor”.
Pared de nuestras limitaciones: nadie hay para asistir al minusválido a bajar las escaleras que le impiden acceder al mundo y vivir una vida independiente. La pared de alambradas de los campos de refugiados o la pared de ladrillo de los Centros de Internamiento de Extranjeros (CIE), que evidencian que un ciudadano no puede ser libre en su propio país o en el país que desee. Pared muy visible de la xenofobia, que impide que un migrante pueda trabajar con dignidad, la pared de los visados o de los permisos de trabajo.
El Sultán estaba enamorado perdidamente de su favorita al-Zahrá. Era tan hermosa y tanto era su amor, que el Sultán le prometió construir una ciudad solo comparable a su belleza. Y para ello mandó utilizar los más valiosos materiales: ébano, mármol, marfil y piedras preciosas. Pero tardaron tantos años en construirla que la dama fue perdiendo belleza y el Sultán entusiasmo. Y abandonó por fin su construcción y la gente se ha ido llevando las piedras, una a una, de Madinat al-Zahrá, la Ciudad de Azahara, la ciudad brillante, la ciudad de la flor.
En un lugar de Soria, entre los poblachos de Fraguas y Navafría, cerca del monasterio, entre montes de pinos y encinas, encontramos la ermita de la Virgen de Inodejo. Unos pastores hallaron por allí la imagen de una virgen y les pareció tan hermosa que quisieron llevársela al pueblo y construirle una iglesia. ¡Ay, qué bonita!, dijeron, la llevaremos al pueblo y la pondremos en la iglesia. Pero les gritó la imagen: ¿Y si no dejo? Al punto entendieron el mensaje.
–Está usted detenida. Tenemos que inmovilizarla. / –¿Cómo? Si yo no he hecho nada. Yo sólo estaba paseando. Yo no hice nada. Tiene que haber un error. / –Lo sentimos, estamos buscando a una minusválida que ha atracado un banco y debemos comprobar sus datos. / –Pues siento no poder ayudarles, pues yo no soy menos válida que ustedes, solamente soy coja y me desplazo en silla de ruedas, pero soy tan válida como cualquiera de ustedes, y no declaro más.
FURIOSA
Peva
Yo en esta puta casa he escarmentado, pero de qué manera.
No te puedes fiar del que se mueve a tu espalda, lo mismo da quien sea, pues lo más seguro es que te clave con un cuchillo a cualquier pared del centro. Y ni reparamos en el mal efecto: las paredes llenas de sangre y la gente colgada como de pinchos pasillo adelante y medio moribunda hace un efecto deplorable.
Imaginaos que viene una visita para ver a cualquier familiar, o talmente una periodista. Lo más normal es que salgan despavoridos y no vuelvan en una década. Esas personas quedan tocadas para toda su vida, y totalmente escarmentadas.
Porque esto es lo que pasa aquí, que o escarmientas o te las dan todas en el mismo carrillo. Da lo mismo que no te metas con nadie, da lo mismo que pases de todos como de comer mierda: aquí todo el mundo te conoce –como yo les conozco a ellos– y lo primero que aprenden es a buscar tu lado más débil para joderte.
Y también muchas de las personas que trabajan aquí están muy amargadas con la vida que les ha tocado vivir, pues se van haciendo mayores y se encuentran, al volver a casa, con unos maridos que en su día han querido con toda su alma, pero que ahora están calvos y feos. Y qué le vamos a hacer, es lo que pasa en las mejores familias, pero es duro. En estas circunstancias cuesta mucho pensar en positivo, pensar por ejemplo que tienes un trabajo cómodo, una verdadera lotería en estos días de tantísimo paro.
En fin, que esta vida que llevamos es para estar en un estado de furia permanente. Desde que te levantas, alguien se encargará de meterte el dedo por el ojo izquierdo con el único propósito de joderte el día y que termines en un estado catatónico. Como para pensar en disfrutar. No hay manera, siempre viene alguien a jodértelo.
Y eso que yo voy a mi bola. Pero no hay manera de pasar desapercibido. No paran hasta que te enfureces, y cuanto más, mejor. Además, como todos te conocen bien, saben como conseguirlo. “Ah, lo siento, no lo sabía”, esta es la disculpa después del desastre. Ya les vale.
Por eso que yo voy a todas partes por libre. Es más, cada vez que quedo con cierta gente, los más fiables, lo paso hasta mal. Para mí que me estoy volviendo autista. Ya no aguanto a nadie. Como los autistas, mi mundo es otro, ya no soy de este mundo y me manejo con otras capacidades completamente diferentes a las habituales. Y como los autistas, no me hace ninguna gracia que me lo digan otros y que me den coña con ello.
Pues para evitarlo y no estar furiosa todo el día, lo mejor, huir, como sea.
NUEVAS TECNOLOGÍAS
HeavyMetal
Qué manía le estoy cogiendo a las nuevas tecnologías.
Lo bonito que era recibir cartas.
Desde que llegaron los ordenadores no hay ilusión por ponerte a escribir una carta. Qué hermoso era.
Ahora con eso de apretar un botón no hay amor.
Esas máquinas y los teléfonos móviles han estropeado el mundo.
Escribías una carta y estabas esperando cinco o seis meses la contestación.
Esos aparatos han echado el mundo a perder.
Son buenos para los peces gordos, para darse recados, pero son malos para todo lo demás.
Para nosotros son lastimosos, no se hacen amigos con esto.
Te lo hacen todo ya, no hay alegría, una máquina te lo hace todo.
Aprietas un botón y te sale un montón de información que vale muy poco. Para mí no vale nada.
Es una pena, me pone nervioso.
Con lo bonito que era buscarlo todo en el diccionario y las enciclopedias.
Cuántos sentimientos cabían en una carta. Podías decir un sinfín de cosas y siempre quedaba algo en el tintero.
Ya nadie conoce los buzones de correos. A nadie se le ha ocurrido, sin embargo, hacerle un homenaje a las cartas.
Hay monumentos al palomar, a la noria, pero a nadie se le ocurre un monumento a la carta o al buzón de correos.
Qué bonito era recibir una carta, me ponía el vello de punta.
Yo sigo utilizando las cartas.
Las nuevas tecnologías me hacen sufrir.
Era un mundo que molaba, el de los carteros. Molaba y se pensaba, que ahora es una lástima tanto botón.
Qué bonito era poner una conferencia, o cuando la televisión tenía dos canales.
Este es un manuscrito muy serio para mí, para que luego venga el colega hablando de los americanos.
A mí qué me importa que fueran los americanos o su ejército quien inventara Internet.
Y eso que casi todas las semanas subo un escrito al blog de Escribiradrede, que sé de lo que hablo.
El día que se caiga Internet, que se caerá seguro algún día, ese día será la catástrofe. Pero yo sobreviviré.
PROHIBICIONES
Conchi
Las prohibiciones, es lo más fácil. A mi madre le dijeron que el otro día iba por la carretera y casi me pilla un coche. A nadie se le ocurrió explicarle por qué iba por la carretera o por qué el ayuntamiento mantiene unos bordillos tan altos que no te puedes subir a las aceras o bajar de ellas, si es que te habías podido subir. De eso, nada dijeron. Solo que casi me pilla un coche. Y fue verdad. Lo que más me molesta, sin embargo, es que la cuidadora le tenga que decir a mi madre que casi me pilla el coche. Está para trabajar, no para cotillear, y menos para chivárselo a mi madre.
Y, claro, mi madre se cabreó conmigo. Y empezó a chillar: “¿Pero es que no puedes ir por la acera?”. Yo se lo expliqué, que si quería cruzar la calle tenía que ir un tramo por la calzada, pero que pedía ayuda a la gente... Pero es mentira, no pido ayuda porque hay gente que te ayuda, pero hay gente que pasa de ti como de comer mierda. Se deben de creer que somos tontos porque nos ven así, tan originales, y no nos conocen, o por falta de información y de sensibilidad... Yo no quiero que me ayuden cuando puedo sola, pero otras veces me veo muy apurada. Pero, aunque ya la gente se va concienciando más al vernos callejear en las sillas, pues a veces se creen que estamos o bebidas o drogadas y no nos echan una mano por nada del mundo.
De otra cosa me acuerdo ahora, que las prohibiciones nunca vienen solas, como las desgracias. Cuando yo tenía siete años y mi hermano ocho, nos prohibieron entrar con la silla en un cine de Madrid. Dijo el acomodador que dejáramos la silla de ruedas fuera, que era de cadete y manual, porque se podía producir un incendio y obstaculizar el pasillo de emergencia. No podía mi hermano conmigo en brazos hasta la butaca, y llamamos a mi madre. Pero entonces mi madre oyó aquello y cogió miedo.
El acomodador era muy grosero y le hizo a mi madre dejar la silla fuera y sentarme en una butaca. No volvimos a ese cine. Mi hermano se quedó alucinado y se había cabreado mucho con el acomodador. A eso no hay derecho, porque yo iba con una silla manual que no pesaba nada, y mi madre, para que mi hermano se quedase tranquilo, me tuvo que quitar de la silla y ponerme en la butaca. Desde entonces, cuando íbamos al cine con mi tía en la Gran Vía, me cogían en brazos para no discutir con el acomodador. ¡Qué manía que con la silla no se podía entrar porque se podía obstaculizar la salida en caso de incendio!
Y también cuando ahora vamos en grupo los compañeros del centro a tomar algo nos han echado de casi todos los bares de ParqueSur. Íbamos a las cafeterías y nos ponían mala cara, porque a uno se le caía la baba, a otro había que dárselo en botella, al otro la pajita... Ya hemos dejado de ir. Compramos alcohol y coca-cola y hacemos botellón. Yo no deseo el mal a nadie, pero algunos jefes de cafeterías se tenían que quedar unas cuantas horas en una silla de ruedas. Porque yo al fin y al cabo me considero una tía que no doy problemas a nadie, pero no veo justo que cuando vayamos un grupito de cojos nos digan: “Fuera, no os servimos”. Incluso a uno de mis compañeros le dijeron que ojalá se muriera. “Ojalá se muera usted”, contesté yo, por supuesto.
MUCHAS HISTORIAS EN UNA HISTORIA
Laura
blogs.20minutos.es
Allá vamos: Cerca de Corcubión estuve viviendo cuando era joven, sencillamente porque quise cambiar de aires y salir de la monotonía del centro de Madrid. Así me metí en el verde de Galicia y fracasé totalmente porque aquel ambiente era demasiado húmedo y el hombre que había elegido de compañero, un desastre.
Se me ha olvidado totalmente el nombre de mi compañero. Sí recuerdo que era el médico del pueblo y yo estaba enamorada, si no yo no hubiera hecho esa locura. Contaré una de tantas peripecias que me sucedieron.
Tuvimos que visitar a una mujer enferma que vivía unos kilómetros más al norte. El coche del médico era normalito, de tamaño medio y color gris, como eran allí las nubes y los días. Se nos paró sin saber el porqué.
A un galleguiño que venía montado en su burro, mi compañero le pidió ayuda, y le dijo que tenía que atender a una señora que estaba enferma, de nombre Felisa. El galleguiño nos dijo que la conocía y que le siguiéramos andando pues vivía a poco más de un kilómetro. Pero se dio cuenta que yo no tenía la ropa apropiada para caminar fuera del coche y me ofreció su capota y se empeñó en montarme en su burro. Jamás había montado yo en burro, pero resultó apasionante, no sé donde me agarraba para sujetarme, sobre todo al principio, que luego logré estabilizarme.
Han pasado muchos años y apenas me acuerdo de mi compañero el médico, ni del galleguiño, sólo que era muy amable. Pero sí me acuerdo del burro y lo dura que estaba la albarda.
Ahora caigo: mi compañero el médico se llamaba Jacobo.
LA PROMESA
MaryMar
www.museoreinasofia.es
Cuando tenía ocho años me hice muy amiga de una chavala de mi edad, Pepa. Estábamos internas en un colegio. Íbamos a la misma clase, nuestras camas estaban juntas y comíamos en la misma mesa. En las horas de descanso también nos juntábamos y nos gustaba jugar a la pelota.
También había otro juego que nos gustaba: improvisar obras de teatro. Nos reuníamos varios compañeros y ensayábamos las obritas que habíamos inventado. Las representábamos en un salón del colegio. Venían a vernos todos los niños y niñas del cole. A veces nuestros padres y amigos. A todo el mundo les gustaban mucho nuestras obras.
Las fiestas del cumpleaños de Pepa eran memorables. Tenía una enorme mansión muy bonita. En su fiesta había de todo, según ella contaba: comida, música, baile, disfraces…Siempre invitaba a muchísima gente. Me daba mucha envidia y aquel año le pedí que me invitase y ella dijo “¿Por qué no?”. Desde aquel momento, estuve esperando que llegase el día, pero la invitación nunca llegó.
Me enfadé mucho con ella. Hablé con la dirección para que me cambiase de cama en el dormitorio y me colocasen en otra mesa. En las clases era más difícil, pues hacíamos el mismo curso y teníamos que ir juntas, pero yo no estaba dispuesta. Para solucionarlo hablé con un enfermero amigo de la familia y le pedí que me ayudase a fingir que me había roto la pierna. Me puso una escayola, habló con el médico y este me dio una baja por un mes, que pasaría en la primera fila de pupitres de la clase con la pata estirada.
Cuando pasó ese tiempo llegaron las vacaciones y nos fuimos cada mochuelo a su olivo. Pedí cambio de colegio para el año próximo.
EL OLVIDO
Isabel
Se me olvidan muchas cosas, pero no se me va de la cabeza mi primer amor. Antonio era muy bueno, me cuidaba como una madre y me lavaba el cuerpo y la cabeza en su casa. Vivía de alquiler porque no se fiaba de su padre, que era un mujeriego que abusaba de las personas débiles.
Su padre era cocinero y puso un restaurante con una chica joven, Carmen, que ya tenía un hijo de una pareja anterior, que murió a los tres años de casados.
Antonio venía a verme al CAMF del Ferrol, donde yo estaba ingresada. Él tenía veintiocho años por aquel entonces y yo treinta y uno. Decía que la edad no importaba y que la diferencia era poca.
Nos conocimos el 10 de octubre y estuvimos viéndonos casi todos los días durante muchos años. Hasta que se tuvo que ir a trabajar a Benidorm, como camarero, que allí se ganaba mucho dinero por aquel entonces con el turismo, en verano y en invierno.
Desde que lo dejamos ya no siento nada por ningún hombre, no se me olvida Antonio.
Tengo una fotografía en la que estamos los dos, en un marco, –las tengo puestas al alcance de mi vista, en la habitación– y otra en la que estamos bailando muy juntos en el salón de actos. Yo todavía podía andar sin la silla de ruedas, pero él para más seguridad me tocaba el culo, para que no me cayera.
También tengo otras muchas en un álbum: se nos ve juntos y risueños, sobre todo en las fiestas de Navidad, en los cumpleaños, en el comedor del CAMF…
En Sanxenxo, donde estuvimos diez días, en verano, hacía mucho calor, me pidió en matrimonio y yo le dije que no.
Al ver que mi determinación era total, me preguntó Antonio:
–¿Y por qué me dices esto?
Y yo le contesté:
–Yo te quiero mucho, pero no te voy a condenar a que trabajes toda la vida para mantenerme.
Y continuábamos yendo a bailar algunas veces a las discotecas y Antonio me regaló un perro, que criábamos juntos, hasta que se fue a Benidorm.

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