Sentada del 27 de marzo de 2014


UNA HISTORIA DE AMOR
Mercedes
Había una vez, en una ciudad a la que todavía no había llegado el ferrocarril, una mujer tan hermosa y tan triste que llamaba la atención de todos los hombres. Su familia era muy rica, pero ella parecía muy infeliz. Todo el mundo conocía a su padre y no había más que rumores en la ciudad sobre lo que podía ocurrir en aquella casa.
Todas las tardes, a la misma hora, la chica pasaba por delante de la taberna y las lenguas de los clientes se desataban. Quien nunca decía nada era el tabernero, Matías. Miraba a Rebeca, sabía su nombre desde la primera vez que la vio pasar, y permanecía en silencio, suspirando con disimulo para que nadie lo advirtiera. Lo cierto es que se había enamorado y sabía también que era un amor imposible, pues él era pobre.
Un día que Rebeca no pasó por delante de la taberna a su hora y que, sin poder evitarlo, Matías bebió y bebió del tonel hasta no poder más, se lo confesó todo a la madre al llegar a su casa.
–Madre, tengo que confesarle mi estupidez: me he ido a enamorar de una niña que no es de nuestra clase y que nunca me aceptará. Estoy cada día más loco y más desesperado. Me tengo miedo. Es hermosa como una mañana de verano.
–¿De quién hablas, hijo mío? –preguntó muy asustada ella.
–De Rebeca, la hija del Capitán Chuletas –le llamaban así por algo que había ocurrido en la guerra de Cuba.
Perdió el color la madre y a punto estuvo de perder también el conocimiento.
–Tengo que decirte algo muy grave, hijo mío: Yo trabajé, para mi desgracia, en la casa del Capitán Chuletas. Mis padres no tenían para comer y me mandaron a servir. El Capitán ya bebía mucho por entonces, más incluso que ahora. Una noche, yo le había oído llegar dando voces y borracho como un cosaco, se abrió la puerta de mi habitación de criada y allí estaba él. Lo que ocurrió aquella noche me ha avergonzado siempre: si no hubiera sido por ti, me habría matado. Porque tú eres hijo de aquella violación y fuiste mi consuelo desde el primer momento. Me echaron a la calle cuando se supo que estaba embarazada y no han vuelto a dirigirme la palabra desde entonces, ni yo a ellos.
A oír esta confesión el pobre muchacho quiso morirse. Si ya estaba medio loco de amor, ahora se estaba volviendo loco de rabia, de confusión, de odio, de pena.
La desesperación le iluminó el camino y pidió votos en el convento de los Dominicos de la ciudad, Stª María de las Gracias. Allí aprendió a cocinar, encargándose también de la bodega. Un día que el prior estaba de viaje, se había ido al capítulo provincial con otros frailes, le tocó al padre Matías entrar en el confesionario. A oscuras como estaba, y con los ojos cerrados, la primera voz que oyó tras la rejilla le asustó de tal manera que creyó enloquecer. No podía ser de otra mujer aquella voz que de Rebeca, una mujer ahora en plena madurez.
Lo que oyó después le produjo tal conmoción que creyó desmayar.
–Padre, no soy virgen, mi propio padre me ha violado repetidamente. No me atrevía a decírselo a nadie, pero ya no puedo vivir con esta culpa.
La mujer se calló, el fraile tampoco podía pronunciar palabra, hasta que, en un momento, ella creyó oír unos sollozos mientras escuchaba el ego te absolvo a peccatis tuis de labios del confesor.
De lo que ocurrió aquella noche, lo único que trascendió ha sido el cadáver del Capitán Chuletas. Había sido asesinado con su propia pistola, en su propia casa. Alguien pareció haber visto salir de la casa a un fraile dominico con la capa cubriéndole el rostro, pero preguntada la hija por esta circunstancia, afirmó a la policía que nadie los había visitado aquella noche.
Eran tantos los enemigos del Capitán Chuletas que la policía no terminó nunca de hacer pesquisas.
Lo que sí es cierto es que su hija Rebeca nunca cambió ya de confesor, después de aquella primera vez que tanto le costara sincerarse con el P. Matías.

MI ELEFANTE
Rosa
Yo sueño más despierta que dormida. En la penumbra, aparcada mi silla en medio del vestíbulo –me dicen que sonrío y lloro a veces– me voy con mi elefante a la selva.
El elefante que sueño, que es rosa y muy tierno, grande y pacífico como un lago, suele estar muy triste porque le gusta la compañía. Los suyos no le hacen mucho caso porque es feo.
Un elefante rosa en medio de una manada de serios y grandotes elefantes pardos es un poco ridículo y por eso él se aparta y come solo por ahí.
Un día soñé que tenía que arreglar esto y, en vez de irme sola a la selva, me fui con una excursión de niños. Encontramos al elefante rosa al borde de la depresión, de tan solo como se sentía. Pero fue vernos y se puso a dar saltos de alegría. Era graciosísimo, lo veías saltar y no te lo podías creer.
El elefante ya no podía separarse de nosotros. ¿Qué pasó? Que la excursión era una excursión de colegio y yo tenía que devolver por la tarde a los niños a sus casas si no quería tener problemas con los padres.
Pero el elefante se negaba a quedarse solo. Decía que nosotros éramos su manada, todos tan diferentes, y quería que le prestásemos un jersey y unos pantalones vaqueros para ponerse bonito. Pero, como era una excursión para un día, no llevábamos ropa de repuesto.
¿Qué hacer, entonces? No le podíamos dejar solo allí, sus lágrimas estaban inundando la selva. Lo subimos al autobús y lo vestimos en el Corte Inglés de El Bercial para no escandalizar y le buscamos habitación en Trabenco, en el colegio, de guarda, que así estaría acompañado todo el día por los niños y tranquilo durante la noche.
Y yo, por supuesto, para soñar con mi elefante rosa, ya no tendría que darme esas palizas yendo hasta la selva. Ahora sería mi vecino. Quedó contento mi elefante con el cambio y yo también. Además, en la selva hay muchos leones y otros animales con púas que hacen los sueños muy incómodos.
Y mi elefante, si echa de menos a los suyos, que yo sé lo que es eso, podrá visitarlos cuando quiera. No tiene más que coger el autobús.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Una bonita historia de amor con una ilustración un poco errónea: en el texto se habla de un fraile dominico y de un convento con resonancias dominicanas, Sta. María de las Gracias (la Ultima Cena del gran Leonardo está en el el refertorio de un convento de dominicos con este nombre), pero el hábito del fraile que ilustra el texto no es precisamente dominico. En fin, tampoco importa mucho, lo cierto es que Mercedes ha escrito un relato inmenso. Mis felicitaciones.

...ADREDISTAS dijo...

Muchas gracias por la aclaración. Intentaremos estar más acertados con las imágenes de las próximas sentadas y subsanar el error en esta.