El olvido

 
Isabel
Se me olvidan muchas cosas, pero no se me va de la cabeza mi primer amor. Antonio era muy bueno, me cuidaba como una madre y me lavaba el cuerpo y la cabeza en su casa. Vivía de alquiler porque no se fiaba de su padre, que era un mujeriego que abusaba de las personas débiles.
Su padre era cocinero y puso un restaurante con una chica joven, Carmen, que ya tenía un hijo de una pareja anterior, que murió a los tres años de casados.
Antonio venía a verme al CAMF del Ferrol, donde yo estaba ingresada. Él tenía veintiocho años por aquel entonces y yo treinta y uno. Decía que la edad no importaba y que la diferencia era poca.   
Nos conocimos el 10 de octubre y estuvimos viéndonos casi todos los días durante muchos años. Hasta que se tuvo que ir a trabajar a Benidorm, como camarero, que allí se ganaba mucho dinero por aquel entonces con el turismo, en verano y en invierno.
Desde que lo dejamos ya no siento nada por ningún hombre, no se me olvida Antonio.
Tengo una fotografía en la que estamos los dos, en un marco, –las tengo puestas al alcance de mi vista, en la habitación– y otra en la que estamos bailando muy juntos en el salón de actos. Yo todavía podía andar sin la silla de ruedas, pero él para más seguridad me tocaba el culo, para que no me cayera.
También tengo otras muchas en un álbum: se nos ve juntos y risueños, sobre todo en las fiestas de Navidad, en los cumpleaños, en el comedor del CAMF…
En Sanxenxo, donde estuvimos diez días, en verano, hacía mucho calor, me pidió en matrimonio y yo le dije que no.
Al ver que mi determinación era total, me preguntó Antonio:
–¿Y por qué me dices esto?
Y yo le contesté:
–Yo te quiero mucho, pero no te voy a condenar a que trabajes toda la vida para mantenerme.
Y continuábamos yendo a bailar algunas veces a las discotecas y Antonio me regaló un perro, que criábamos juntos, hasta que se fue a Benidorm.

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