Sentada del 5 de septiembre de 2013


DECENTE ENTRE COMILLAS
Peva
Todo el mundo es decente hasta que no se demuestra lo contrario, por eso lo de las comillas. Sin embargo, hay personas que son pero que muy decentes.
¿Qué ocurre entonces para que no se hable de ellas? Según está poniéndose nuestra vida, cada vez más complicada, que todo son problemas, que para buscarte la vida ya tienes hasta que mirar en las basuras, todo ello implica que la decencia comience a cuestionarse entre los únicos que la hacemos mandamiento, o sea, los que creemos en ella, los de abajo, también llamados pobres o tontos del culo. La decencia es nuestra originalidad, pero tan apretados vivimos que el listón está bajando un tanto por debajo de la media.
Pero centremos el problema: yo estoy convencida de que la decencia es antisistema, es una bomba, puro terrorismo contra los poderes que nos gobiernan y, lo que es peor, que inspiran el pensamiento y la conducta. Ser decente es imposible si eres neoliberal, estás en el poder o tienes amigos poderosos. Pues eso, si son corruptos todos los poderes, ser decente es imposible, cosa de tipos mal informados o de tontos del culo. Deportistas, banqueros, sindicalistas, toreros, alcaldes, ministros, locutores, cantantes, escritores, cineastas… todos están dopados o subvencionados. Nos libramos los cojos, porque no tenemos sindicato ni nos ampara la SGAE.
Pero a pesar de que la vida esté muy jodida y nos enseñen a darnos de puñaladas unos a otros, es mejor ser una persona decente. Ser alguien en quien poder confiar es una satisfacción, y para el prójimo, una suerte. Yo, sin ir más lejos, no confió ni en mí misma, y eso que soy decente, que no soy ladrona. Pero es que la confianza exige de unas atenciones y cariños que ya no estoy dispuesta a regalar. En realidad, con la decencia pasa lo mismo, la decencia no es para todos igual. La decencia es como una goma, se estira más o menos a conveniencia de la persona que la estira. Porque los seres humanos no somos todos iguales, y los hay que miden con más atención la anchura del tanga o del top que el peso del oro robado. Y para eso, qué queréis, la decencia que sólo mide bragas se puede ir a hacer puñetas.
Lo que peor llevo de la decencia de los pobres es la obediencia. Cuando de repente un día vas a trabajar y el jefe te llama al cuchitril que tiene por despacho. Y el trabajador se sienta allí, en la punta de la silla, ya de por sí incómoda, porque ya se figura para qué lo ha llamado. No se atreve ni a usar todo su culo para sentarse y, sin embargo, consiente que le estén dando durante toda su vida laboral. Porque este currito ya ha adivinado para qué le han convocado al despacho del jefe, que le dice con lágrimas en los ojos, ¡también hay jefes sensibles!, que no le queda más cojones que mandarlo a la puta calle, que tiene que botarlo a la calle porque ni siquiera tiene un puto duro para pagar su despido. ¡Y el currito se lo cree!
Esto es lo que peor llevo, que se lo crea, en vez de coger la silla, primero, y con ella de ariete romper todo el mobiliario, y coger después los ficheros y tirarlos por la ventana y, a continuación, esto ya sería de traca, coger uno de los palos de golf del jefe, uno de hierro bien gordo y pesado, y con él partirle la cabeza.
Mira que a mí no me gusta la violencia, pero cuando hablo de decencia nunca encuentro otro final.

LA MANO QUE OPRIME
Ramón
Cuando ella se fue sentí como un vacío. Los primeros días intenté buscar una explicación, tanto a mi desolación como a su marcha.
No me valía que me hubiese explicado que su familia la necesitaba. Yo también la necesitaba a ella más que a nadie y, sin embargo, me había dejado solo. Que hubiese ido a socorrer a sus hermanos sin recursos yo lo podía entender, que bien sé yo lo destructivos que pueden ser el paro y esta crisis para todos. Pero que se hubiese separado de mí por ello, eso sí que no lo entendía.
No sabía qué hacer, no sabía pensar en otra cosa, me estaba haciendo inservible, un inútil en el trabajo porque no me podía concentrar. Y nada me aliviaba de mi vacío, ni siquiera la música.
Tuve que dejar el coro porque no era capaz ni de seguir la partitura y mi voz decía más triste que cualquier otra voz, se notaba demasiado, desentonaba. Y me fui.
Llevábamos juntos tres años y yo no sé cómo vivir sin su compañía. No hago otra cosa que tomar ansiolíticos y dejar pasar los días, que de mes en mes se me hacen más largos.
Esta mañana me he sorprendido en la ducha, sin embargo, cantando la voz baja del Amén de Händel. Me ha parecido asombroso oírme. Como si cantase otro. Cuando dejé el coro, había dejado también de ver a mis amigos, pero esta melodía me los ha recordado. Me citaré con ellos y volveré al coro en unos días.
Un vacío continúa llenando mi corazón, pero he conseguido entonar. ¿Cuánto tiempo ha pasado? Cuatro meses, cinco meses, pero hoy me ha ocurrido algo curioso: la mano que oprimía mi corazón como si se hubiese aflojado.

¡GRACIAS, BONSI!
Estrella
Yo antes creía en la amistad pero ciertos desengaños en la adolescencia me hicieron desconfiada.
Entonces, aquel día, en aquella discoteca llegaste tú, dándome un increíble pisotón que me hizo ver las estrellas mil veces. Y al mirarte me quedé perpleja: siendo tú tan delgado, cómo pudiste darme tal pisotón, que me chascaron los dedos del pie.
De hecho, después, cuando me regalaste el bonsái, como eres tan poca cosa, en mi casa te llamamos Bonsi.
Entonces tendría yo 19 años y tú 22. A partir de aquel día empezó nuestra maravillosa, sincera y autentica amistad.
Me has hecho volver a creer en ella porque siempre has estado, y estás, a mi lado en los malos y los buenos momentos: cuando me he caído me has levantado, cuando me han humillado me has defendido, cuando he estado baja de moral has sido mi inyección de adrenalina. De hecho, antes era adicta al chocolate y he perdido la adición, ya que he cambiado el chocolate por ti.
Siempre has tenido una sonrisa para mí, una frase de aliento cuando flaqueaban mis fuerzas, incluso cuando hace años deje aquella relación que me llevaba por el valle de la amargura con mi ex novio, tuviste el detalle de llevarme a Gandia para ver lo que tanto me gusta, mi querido y amado mar.
Tú sabías en tu interior que el mar me daría fuerzas para salir a flote. Y de hecho salí, y por si esto fuera poco, me regalaste aquel perrito que te encontraste abandonado, al que le pusimos de nombre Atreyu, el cual desgraciadamente murió aquel fatídico día 30 de marzo en Benidorm de hará pasado mañana cuatro años, que da la casualidad de que es mi santo, lo cual me hace pensar que murió en mi nombre. El día de mañana, cuando yo muera, me encontraré con él y le tenderé mi mano, para pasear juntos entre las estrellas.
Atreyu era un vínculo muy fuerte entre tú y yo, pero nuestra cadena de la amistad es tan larga y fuerte que ni su muerte, tan dolorosa para nosotros, ni las desdichas ni los avatares que me traiga la vida en el futuro podrán romperla, ya que cada eslabón es un compromiso, nuestro, eterno, que nada ni nadie podrá romper porque está fundido por el amor.

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