Sentada del 12 de diciembre de 2013

 
LA NOTARIA
Ramón

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Hoy doña Francisca ha vuelto a llamar a la oficina.
En la empresa conocemos a doña Francisca desde hace varios años. El primer mueble que malvendió fue un piano de pared, posiblemente el aparato más complicado de transportar en una mudanza. De aquel porte me acuerdo por eso, pero también porque la dueña era una mujer joven, treitañona como mucho, y hermosa. Me sorprendió cómo acariciaba el piano cuando comenzamos a moverlo, y casi lloraba cuando por fin lo sacamos de la casa. Nos gritaba con angustia “Cuidado, cuidado” cuando lo bajábamos por la escalera.
–Que somos profesionales, doña Francisca, confíe en nosotros –yo intentaba tranquilizarla.
No le di más importancia a esta escena, pero al mes siguiente nos volvió a llamar a la oficina para que nos llevásemos el óleo que colgaba de la pared, justo encima del hueco que había dejado el piano. El cuadro representaba una escena de dos mujeres en la cocina, que bien podían ser las hermanas de Lázaro discutiendo, no era nada malo. Y doña Francisca ahora sí soltó alguna lágrima mientras lo envolvíamos en papel de embalar.
Solía llamar cada mes y la escena terminaba en llanto indefectiblemente. Después de tantos portes ya conocíamos la historia de doña Francisca y su mala fortuna. Viuda joven de un notario, no sabía hacer otra cosa hoy por hoy sino lamentar su mala fortuna, por más que yo intentaba con mis comentarios sacarla de su error y de su encierro:
–Doña Francisca, si usted está en la flor de la vida, si con su cara puede conquistar Segovia, y hasta Madrid si se lo propone.
Pero ella lloraba con más fuerza aún al oír mis palabras, lamentando su soledad y su viudez, justo lo que tantas mujeres sueñan para sí aquí y allá.
Tantos habían sido ya los portes que su piso se estaba quedando vacío. Recuerdo que la vez anterior nos habíamos llevado la mesa de nogal, el último mueble del despacho del notario. Por cierto, el destino siempre era el mismo, el anticuario de la Calle Real. En la casa, si acaso, ya sólo quedaba lo que hubiese en el dormitorio. Y tanto lloró doña Francisca que este último porte ni siquiera se lo cobramos.
Pues hoy había llamado otra vez más y mi padre nos ordenó que volviésemos allí, se ha resignado a trabajar para nada: lo que son las lágrimas de las mujeres, ablandan incluso el corazón de los empresarios.
Llegamos con el camión y doña Francisca, llorando a lágrima viva, nos pidió que cargásemos el armario del dormitorio. Sobre la cama y sobre la cómoda había vaciado todo, algunas bisuterías, algunos pobres vestidos, muchos trastos inútiles y sin valor.
–Pero doña Francisca, ¿cuándo va a salir usted ahí fuera a ganarse la vida?
No me contestó, no sabía más que llorar. Era un caso patológico de indefensión.
 
 AUSENCIA
Estrella
Vivía en Gandia con un amigo especial, Bonsi. Una mañana Bonsi salió a comprar pan, había estado lloviendo toda la noche. A su regreso volvió con un perrito. Había que mirarle dos veces al chucho para descubrir el color blanco que se escondía entre las capas de barro que tenía encima.
Me dirigí hacia la cocina para tomar un trozo de chorizo y dárselo al perrito, porque estaba esquelético. Él con mucha ternura empezó a menear la cola y se lo comió de un bocado. En sus ojos observé un gran agradecimiento, lo cual me impulsó a bañarlo para quitarle toda la mugre.
Para asombro mío y de mi amigo, no fue difícil bañarle, pues al meterle en la bañera se quedó como una estatua, dejándose bañar fácilmente. Decidí secarle con el secador de pelo y cepillarlo. Nuevamente quedé impresionada al ver lo calmado que estaba mientras yo lo aseaba.
Y quedé anonadada al descubrir lo blanco de su pelo, que se asemejaba a un copo de nieve. Al mirarle mejor, vi un cierto parecido en la cara con el dragón blanco de la suerte, de La historia interminable, que se llamaba Fújur pero que no recordábamos. Así que por equivocación le pusimos el nombre del niño, Atreyu.
Atreyu fue convirtiéndose día a día en mi mejor amigo, me devolvió la sonrisa y las ilusiones perdidas, me hizo ver que aún podía conseguir sueños dejados atrás.
Poco a poco Atreyu se fue convirtiendo en mi complemento y en mi otra mitad. Yo lo consideraba mi alma gemela, ya que si yo estaba triste, él lo padecía, encogiendo su cabecita, y si estaba alegre yo, lo celebraba dando saltos acrobáticos.
Después de pasar cuatro fabulosos meses juntos, me tocaba retornar a Madrid con mis padres. Y encima, tenía que hablar con mi padre para que me dejara tener a Atre. Mi padre al principio dijo radicalmente que no. Le fui convenciendo poco a poco hasta que terminó cediendo a mis suplicas.
Con el tiempo decidí ir a por todas y me fui en busca de mi sueño, el mar. A día de hoy pienso que la clave me la dio Atre.
Me cambié en tres ocasiones de piso, ya que los alquileres eran caros. Y mi gran error fue que, en el último piso donde estuve, no leí la cláusula del contrato donde decía que no se admitían animales. Cuando me di cuenta, era tarde. La dueña vio a Atre en el piso y me dijo rotundamente que no. No me quedó más opción que mi novio de aquella época se lo llevara a su chalet. Yo iba a verle cada día, ya que estaba inquieta por un perro enorme que tenía él para protegerse de los ladrones. El día de mi santo fui a ver a Atre, y allí estaba atado con una cuerda larga, para que no se peleara con Cobo, que era un perro asesino.
Después de soltarle y pasearle, volvimos a atarlo nuevamente y, a la que me iba, aún hoy recuerdo sus llantos y gemidos.
Aquel recuerdo de sus gemidos me persigue en mis sueños. Al día siguiente me llamó mi suegra muy compungida al teléfono. Me hablaba con voz entrecortada por el llanto, que Cobo había asesinado a mi Atre. Este, al irme yo, había mordido la cuerda hasta romperla. Y fue cuando se soltó y Cobo le cogió por el cuello hasta matarlo.
Al enterarme de la noticia me quedé en estado de shock. Mi novio me dijo que era mejor no verle. Él se encargó de enterrarlo. A mi vuelta a Madrid, fui a su tumba para despedirme de Atreyu.
Aún hoy me siento culpable de su muerte. Y además, murió el día de mi santo, en mi nombre. Quiero pensar que, en el cielo, es una estrella que se ha convertido en mi alma gemela.

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