MANERAS
DE MORIR
Conchi
Morir
como los toros en el ruedo
o
de un pistoletazo en un campo de concentración,
en
la silla eléctrica en una penitenciaría de Texas
o
apaleada por tu amante.
Morir
ahogada en una piscina,
atropellada
por un coche,
sepultada
por un corrimiento de tierras.
Morir
de un infarto
o
atiborrada de pastillas.
Morir
de asco.
Morir
de amor.
COLEGAS
Víctor
Las
barbacoas de mi primo son una barbaridad. Y digo barbaridad con toda
la intención, porque más que de colegas adolescentes parecen cosa
de godos, que no pueden estar lejos de Algüera –es más, yo creo
que no se fueron nunca.
Mi
primo se llama Kiki, como su padre, y con su peña de colegas se
vienen a la cochera y se montan la fiestorra. Unos se traen la
panceta, de ibérico, por supuesto, que estamos cerca de la sierra y
los cerdos nos comen las zanahorias en las huertas, otros se traen
las salchichas, otros la morcilla, otros el chorizo, la pluma o los
secretos, o sea que cada vez que se reúne la mara cae un cerdo
entero, pero a la brasa, que tiene menos colesterol del malo. Y, para
mojarlo, la pepsicola, que somos familia de pepsi más que de coca.
Mi
primo me jura que son fiestas sin alcohol, aunque yo no puedo
certificarlo, pues todos los asistentes que he podido consultar,
incluido mi sobrino Víctor, se hacen el loco cuando insisto sobre
este punto. De ser cierto que no beben más que pepsi, habría que
concluir la investigación afirmando que su alegría etílica brota
de otra fuente que el vino, y no tienen más que la panceta, pues lo
que más se parece a un excitante a su alcance es la grasa.
El
caso es que comienzan a reírse y a cantar cuando encienden el fuego
y no han parado de hacerlo hasta que lo apagan, después de devorar
semejante provisión de viandas. Ves a mi primo solo, por la calle, o
a cualquiera de sus amigos, y no dirías que son tipos capaces de
reírse durante ocho horas seguidas, ni de reírse ni de comer ni de
cantar, ni de beber pepsi.
Pero
eso es lo que hacen todos los viernes del año, más algunas fiestas
de guardar como la Nochevieja y así.
¿De
quién heredaron este desenfreno? ¿Dónde esconden tanta energía
metabólica esos cuerpos enclenques? Los ves disfrutar y no puedes
menos que recordar pelis de los hunos, con sus comilonas después de
las batallas.
UN
RESENTIDO
Rosa
Observad
a ese tipo, tiene muy mal carácter y sin embargo no es un cojo. La
chica de la caja se ha distraído y es cierto que le ha dado mal la
vuelta del ducados. Pues para qué quieres más. Cinco céntimos han
sido el error, que en realidad se le escurrieron al dejar el resto
sobre el mostrador. Observad al tipo, se llama Perna, un energúmeno.
La está diciendo de todo, pobre chica, como si ella fuera la
responsable de que perdiera el PP las elecciones el 14M. Y todo por
cinco céntimos, e insultándola delante de todo el mundo, que es lo
que más le pone a este violento.
Fijaros
bien en él, porque no tiene más de veinte años y ya está
descontrolado, nadie lo enseñó a digerir sus frustraciones.
Demasiado joven para tener un carácter tan insoportable. Está en
primero de carrera y sólo es capaz de ser amable con los que no le
contrarían.
Pues
bien, mañana algo se va a cruzar en la vida de Perna que lo dejará
tocado. ¿Curado? Para nada, estos tipos de colmillo tan retorcido se
curan mal. Insisto, ni Perna era un cojo ni todos los cojos tenemos
mal carácter.
La
primera chica que lo rechazó, una compañera de instituto que no era
tonta y supo interpretar correctamente su rictus de tristeza en el
entrecejo y en la comisura izquierda, cuando le dijo que no, desató
en Perna un ataque de rabia de tal calibre que lo pagaron las puertas
de los servicios del instituto. Rompió tres. Con lo cual se ganó
que ninguna otra chica volviese a mirarlo a la cara, no fuera a ser
que Perna se hiciese ilusiones y terminase cargándose todas las
puertas de los wáteres y ellas tuviesen que hacerlo cara al público.
Lo
que se cruzará mañana en su vida tiene la virtud de apaciguar su
mal carácter, singular cualidad para una chica, aunque sólo le
calmaba momentáneamente. La chica caminaba subida en tacones muy
altos, cubierta con una minifalda asombradísima y un top que
desvelaba secretos más fundamentales que los ocultados. Perna
comenzó a perder baba antes incluso de verla, cuando oyó los
tacones, pues esa chica también sabía andar. Y aumentó su baboseo
al descubrir qué cuerpo pasaba ante sus ojos y qué rotunda y
abundante era su piel a la vista. No pudo dejar de mirarla y continuó
tras ella hasta la cafetería de la facultad, donde la esperaban los
incondicionales.
A
todos tuvo que invitar Perna para conseguir que le presentasen al
fenómeno. Sólo cuando se lo presentaron reparó ella en el nuevo
admirador. Lo repasó desde la coronilla hasta los pies y proclamó
con claridad: "No veo en ti nada interesante, nada", y le
volvió la espalda y Perna dejó de existir para ella completamente.
Y él se resumió en un gesto de humildad hasta terminar borrado un
rato después, y desaparecido. Ningún desdén había tenido esa
virtud en la vida y el carácter de Perna. Esta mujer fue la primera
que desarmó su ira.
¿Estaba
curado? Para nada. Perna terminó descargando su frustración al poco
rato contra los troncos de los pinos de la ciudad universitaria, pero
sólo ellos lo vieron gritar y llorar de rabia esta mañana. Cuando
llegó al hospital Perna era otro. Porque terminó en el hospital:
una mala patada al tronco de un reiteradamente castigado olmo le
rompió el astrágalo del tobillo derecho. Llegó al hospital cojo y
salió cojo de allí y cojo seguirá por siempre, una cojera que le
recordará a Perna a diario que tiene muy mal carácter. Pero no por
ser cojo.
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