Sentada del 28 de marzo de 2013


MANERAS DE MORIR
Conchi
Morir como los toros en el ruedo
o de un pistoletazo en un campo de concentración,
en la silla eléctrica en una penitenciaría de Texas
o apaleada por tu amante.

Morir ahogada en una piscina,
atropellada por un coche,
sepultada por un corrimiento de tierras.

Morir de un infarto
o atiborrada de pastillas.

Morir de asco.

Morir de amor.

COLEGAS
Víctor
Las barbacoas de mi primo son una barbaridad. Y digo barbaridad con toda la intención, porque más que de colegas adolescentes parecen cosa de godos, que no pueden estar lejos de Algüera –es más, yo creo que no se fueron nunca.
Mi primo se llama Kiki, como su padre, y con su peña de colegas se vienen a la cochera y se montan la fiestorra. Unos se traen la panceta, de ibérico, por supuesto, que estamos cerca de la sierra y los cerdos nos comen las zanahorias en las huertas, otros se traen las salchichas, otros la morcilla, otros el chorizo, la pluma o los secretos, o sea que cada vez que se reúne la mara cae un cerdo entero, pero a la brasa, que tiene menos colesterol del malo. Y, para mojarlo, la pepsicola, que somos familia de pepsi más que de coca.
Mi primo me jura que son fiestas sin alcohol, aunque yo no puedo certificarlo, pues todos los asistentes que he podido consultar, incluido mi sobrino Víctor, se hacen el loco cuando insisto sobre este punto. De ser cierto que no beben más que pepsi, habría que concluir la investigación afirmando que su alegría etílica brota de otra fuente que el vino, y no tienen más que la panceta, pues lo que más se parece a un excitante a su alcance es la grasa.
El caso es que comienzan a reírse y a cantar cuando encienden el fuego y no han parado de hacerlo hasta que lo apagan, después de devorar semejante provisión de viandas. Ves a mi primo solo, por la calle, o a cualquiera de sus amigos, y no dirías que son tipos capaces de reírse durante ocho horas seguidas, ni de reírse ni de comer ni de cantar, ni de beber pepsi.
Pero eso es lo que hacen todos los viernes del año, más algunas fiestas de guardar como la Nochevieja y así.
¿De quién heredaron este desenfreno? ¿Dónde esconden tanta energía metabólica esos cuerpos enclenques? Los ves disfrutar y no puedes menos que recordar pelis de los hunos, con sus comilonas después de las batallas.

UN RESENTIDO
Rosa
Observad a ese tipo, tiene muy mal carácter y sin embargo no es un cojo. La chica de la caja se ha distraído y es cierto que le ha dado mal la vuelta del ducados. Pues para qué quieres más. Cinco céntimos han sido el error, que en realidad se le escurrieron al dejar el resto sobre el mostrador. Observad al tipo, se llama Perna, un energúmeno. La está diciendo de todo, pobre chica, como si ella fuera la responsable de que perdiera el PP las elecciones el 14M. Y todo por cinco céntimos, e insultándola delante de todo el mundo, que es lo que más le pone a este violento.
Fijaros bien en él, porque no tiene más de veinte años y ya está descontrolado, nadie lo enseñó a digerir sus frustraciones. Demasiado joven para tener un carácter tan insoportable. Está en primero de carrera y sólo es capaz de ser amable con los que no le contrarían.
Pues bien, mañana algo se va a cruzar en la vida de Perna que lo dejará tocado. ¿Curado? Para nada, estos tipos de colmillo tan retorcido se curan mal. Insisto, ni Perna era un cojo ni todos los cojos tenemos mal carácter.
La primera chica que lo rechazó, una compañera de instituto que no era tonta y supo interpretar correctamente su rictus de tristeza en el entrecejo y en la comisura izquierda, cuando le dijo que no, desató en Perna un ataque de rabia de tal calibre que lo pagaron las puertas de los servicios del instituto. Rompió tres. Con lo cual se ganó que ninguna otra chica volviese a mirarlo a la cara, no fuera a ser que Perna se hiciese ilusiones y terminase cargándose todas las puertas de los wáteres y ellas tuviesen que hacerlo cara al público.
Lo que se cruzará mañana en su vida tiene la virtud de apaciguar su mal carácter, singular cualidad para una chica, aunque sólo le calmaba momentáneamente. La chica caminaba subida en tacones muy altos, cubierta con una minifalda asombradísima y un top que desvelaba secretos más fundamentales que los ocultados. Perna comenzó a perder baba antes incluso de verla, cuando oyó los tacones, pues esa chica también sabía andar. Y aumentó su baboseo al descubrir qué cuerpo pasaba ante sus ojos y qué rotunda y abundante era su piel a la vista. No pudo dejar de mirarla y continuó tras ella hasta la cafetería de la facultad, donde la esperaban los incondicionales.
A todos tuvo que invitar Perna para conseguir que le presentasen al fenómeno. Sólo cuando se lo presentaron reparó ella en el nuevo admirador. Lo repasó desde la coronilla hasta los pies y proclamó con claridad: "No veo en ti nada interesante, nada", y le volvió la espalda y Perna dejó de existir para ella completamente. Y él se resumió en un gesto de humildad hasta terminar borrado un rato después, y desaparecido. Ningún desdén había tenido esa virtud en la vida y el carácter de Perna. Esta mujer fue la primera que desarmó su ira.
¿Estaba curado? Para nada. Perna terminó descargando su frustración al poco rato contra los troncos de los pinos de la ciudad universitaria, pero sólo ellos lo vieron gritar y llorar de rabia esta mañana. Cuando llegó al hospital Perna era otro. Porque terminó en el hospital: una mala patada al tronco de un reiteradamente castigado olmo le rompió el astrágalo del tobillo derecho. Llegó al hospital cojo y salió cojo de allí y cojo seguirá por siempre, una cojera que le recordará a Perna a diario que tiene muy mal carácter. Pero no por ser cojo.

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