Sentada del 23 de enero de 2014


UNA HISTORIA DE AMISTAD
Conchi
Cuando conocí a este amigo, él tenía los ojos negros como el azabache. Y me enamoré de él perdidamente, hasta el punto de que me sudaban las manos y me temblaba todo el cuerpo. Era un tío de 2’10 metros, que cuando me hablaba me quedaba anonadada. Tenía una voz como los tenores, y cada vez que se acercaba me ponía el corazón a cien por hora, no sé por qué.
Pero esto fue cuando yo tenía 25 años y él tenía 30. Yo empezaba con el MIR y él lo terminaba. Estaba en el hospital, con los libros, estudiando, pero cada vez que abría uno no podía estudiar, me imaginaba su culo y me quedaba petrificada: tenía un culito y un cuerpo de Schwarzenegger.
Se dedicaba a la especialidad de traumatología, o sea, que es traumatólogo. Y yo, a digestivo, que cuando pasaba por allí me volvía loca porque me diera un beso en la mejilla de saludo. Pero estos sueños sólo pasan en los cuentos de hadas. Tenía el pelo negro, con unos andares demasiado para mi body, cada vez que le veía se me saltaban los ojos de las órbitas.
Hubiera querido que no hubiera pasado el tiempo. Pero pasan los días y los años, la gente cambia, se pone gorda y fea.
Ahora tiene 5 hijos y una historia complicada. Me gustaría verlo otra vez, pero he perdido el contacto. Creía que continuaba en un consultorio de Badajoz, pero he llamado y me dicen que allí ya no está, que no existe ningún doctor con ese nombre. Me da vergüenza seguir llamando.
Comenzó a beber cuando le nació una niña paralítica cerebral y la mujer no aceptaba que la última hija de los cinco hermanos naciera así. La metieron en un colegio interna y en la actualidad tiene unos 15 años. El matrimonio terminó separándose y mi amigo se fue a vivir de alquiler, es lo último que he sabido de él.
Continúo recordándole, lo que son las cosas. Y más en estos días, que me he roto los ligamentos de la rodilla. Mi amigo es un gran traumatólogo rehabilitador. Lo era, al menos. En fin, me gustaría que me tratase, ver a su hija, que no la conozco, tomarnos unas copas por ahí…
Siempre deseé para él lo mejor. Para mí siempre será un tío de puta madre.

NOSTALGIA
Laura
Foto: D. Sharon Pruitt

Me acuerdo mucho del día que me fui a Galicia, voluntariamente, para alejarme un poco de mi familia. Allí me di cuenta de cuánto les echaba de menos, en medio de una lluvia que no me dejaba salir de casa y me empapaba demasiado.
Era todo llover, llover y llover. Aunque la lluvia limpiaba mucho el ambiente, tenías que estar metida en casa. Yo soy una buena ama de casa y me dedicaba a decorarla lo más alegre posible, porque soy una mujer alegre y me alegra ayudar a los demás.
Me había alejado de mi familia y después me entraba la morriña. Vivía sola y por eso me dedicaba a decorar armarios y paredes que me dieran algo de alegría. Me di cuenta de lo equivocada que estaba cuando viví la añoranza de ellos ¡Qué duro me resultó aquella experiencia, lejos de la familia! Mis hermanas seguían pariendo y yo no conocía a mis sobrinos.
Yo estaba acostumbrada a una familia numerosa y un día decidí marcharme lo más lejos posible de ellos. ¡Qué equivocada estaba!
Al estar tan lejos venían a verme muy de tarde en tarde. Pero me lo merecí, porque me separé de ellos por mi propia cuenta, sin saber lo que les iba a echar de menos.
Añoré a todos mis hermanos. Y muy especialmente a Miguel, porque se murió cuando yo estaba en Galicia y no pude venir al entierro por no tener dinero.
Ahora con mis hermanos me veo de cuando en cuando, también los echo de menos. Pero no tanto como a mi hermano Miguel.

DIENTES FUERA
Peva
Durante esta vidorra que me ha tocado en suerte he tenido que enseñar los dientes más de una vez para sobrevivir. Porque esto es muy duro, es un hecho, te atacan desde todos los flancos.
Hay momentos en que no te quedan más ovarios que enseñar todo lo que tienes. Me refiero especialmente, no seáis unos salidos, a ese mar de marfil que nos adorna la boca y que nos sirve para ofrecer una gran sonrisa, a veces porque sí, porque estamos contentos o generosos, pero a veces porque nos acordamos de las hienas, que es otra manera de sonreír.
Esto de la sonrisa de las hienas es así porque los animalitos tienen unos dientes la mar de monos, grandes, blancos y sin caries. Lo de la caries no lo tengo comprobado por mí misma, pero lo deduzco porque, si la sufrieran, tendrían que cambiar la dieta, y no se ha visto jamás a una hiena comiendo lechuga o berros.
Mis dientes son algo más pequeños que los de estos sonrientes animales, pero no por ello menos eficaces. Aunque también los usemos a veces para acariciar, no nos conviene olvidar su origen. Y aprovechar la ocasión, cada cierto tiempo, de enseñarlos, así, en plan hiena, que para eso están. ¿Por qué, si no, las hienas infunden tanto respeto?
Aquí, en esta casa, no faltan las ocasiones para hacerte respetar, o sea, todas esas en que los demás te pierden el respeto que te mereces. Hasta te conviene, cuando te provocan, morder a alguno en la yugular. ¡Ay, qué placer atacar a ciertos individuos! Yo les mordería hasta dejarlos sin sangre en las venas, hasta que desfallecieran por falta de su rojo fluido. Lo malo es que corres el riesgo de morir envenenada porque esa sangre, aparte de tener más espesor de lo normal, está revuelta con su buena dosis de mala leche.
Por desgracia suele haber muchos asquerosos en nuestra jodida vida. Es inevitable, y más en un centro como este, el CAMF. Vivimos aquí demasiadas personas, cada una de su madre y de su padre. A mí, por ejemplo, mi compañera de mesa me suele decir que soy muy escrupulosa. Y puede que sea cierto, pero el caso es que yo vengo de una familia educada, ¡soy de buena cuna! En mi casa se comía poco, pero se comía bien. Cuando nuestra madre traía la sopera a la mesa, ni mis hermanas ni yo nos tirábamos en plancha dentro.
Yo me he convertido con los años en una especie de conejo de la suerte, me han salido dientes por todas partes. Pero hay una diferencia entre el conejo y yo: al conejo los grandes dientes le salen de comer zanahorias, pero a mí me han crecido de beber sangre y mala leche, vamos, que lo mío son colmillos.
Además, el conejo que nos ocupa es un tanto especial, pues no es otra cosa que un personaje de éxito, la invención de un humano muy imaginativo. Lo mío en cambio es real, muy real: de tanto enseñar los dientes me he convertido en una vampira, pero a mí todavía no me ha descubierto ningún director de cine. O sí, vete a saber.

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