MINIATURAS
/ XLI
Iñaki
Cerveza,
¿por
qué se agotan
mis
pensamientos
con
dos palabras
que
no entiendo?
¿No
será por un acaso
por
falta de asiento?
Cerveza,
no
lo comprendo.
Puta
agonía
para
una sola flor,
convivencia,
puto
egoísmo
para
una sola víctima,
cariño.
Risas
y alegrías
y
amarguras:
¡qué
tiempos,
cuando
reía sin amarguras!
¡No
lo entiendo!
No
querré,
no
pensaré,
no
me masturbaré,
que
nadie me quiera,
siempre
es la misma mierda,
la
misma amargura.
El
placer de un amanecer,
el
placer de un amor
que
amanece.
Si
querer no tiene sentido,
dime
cuál es el sentido del camino,
dime
el sentido del camino
si
el amor no tiene sentido.
No
es porque sí
ni
porque no,
es
porque tiene una razón.
ANIMALES
Estrella
En
un pueblecito de la costa levantina vive una chica sumamente
atractiva, de cabellera larga y rubia y de ojos verdes, Rocío es su
nombre y apenas cumplió ayer los 25 años.
Es
veterinaria, aunque no ha podido trabajar todavía en ello. Desde
pequeña ha sentido curiosidad por todo lo relacionado con los
animales. Y la indignaba enormemente que sus hermanos, de una manera
o de otra, maltrataran a los perros o a los gatos. O a los peces, que
a ellos les daba por salir a la playa a pescar y Rocío iba a tirar
piedras donde ponían el anzuelo para que no les picase ninguno. Y se
negaba a comer los que alguna vez, a pesar de todo, traían.
Hace
dos años estuvo en la India de viaje de fin de carrera y se enteró
de lo que les hacen a los tigres, esos gatos tan perfectos y
majestuosos. La invadió una profunda tristeza al comprobar que los
están exterminando para arrancarles sus colmillos, que luego muelen
hasta hacerles polvo, ya que dice la superstición que aumenta la
virilidad de los hombres si se lo beben con un poco de sake y que
cogen la fuerza del tigre.
La cabeza de la
fiera la disecan para que el comprador la exhiba como trofeo en el
salón de su casa encima de la chimenea. Y con la piel harán una
preciosa alfombra para limpiarse los zapatos las visitas ¡Lastima
que tanta belleza y tanto sufrimiento no sirvan para agitar las
conciencias un poco de este tan arbitrario depredador que es el
humano!
A
Rocío le persiguen también los delfines, sacrificados tan
tontamente por los pescadores, por el simple hecho de hacerse amigos
de los barcos y nadar a su lado, y las ballenas, especialmente las
ballenas que son cazadas por arpones que les lanzan con cañones
desde los barcos balleneros.
Y
sin irnos tan lejos, aquí en España a Rocío se le encoge el
corazón cada vez que ve por la tele como el toro embiste a los
caballos, ¡no cabe tortura más estúpida!, el toro desquiciado por
el acoso y el caballo aterrado por el peligro. Para al final morir
uno entre vivas de los espectadores a su asesino y malvivir el otro a
la espera del próximo espectáculo.
Ahora
mismo Rocío está trabajando en una residencia de ancianos (no hay
tanta demanda de veterinarios respetuosos con los animales) y aquí
comprueba que los cuidadores no mantienen la higiene de las personas
a su cargo, ya que les tienen todo el día con el mismo pañal sucio
de orines o de caca, lo que conlleva que tengan escaras. Tanto
sufrimiento causado de forma innecesaria y estúpida por aquellos
encargados de evitarlo la está causando trastornos en su alma, y
está pensando en dejar el trabajo.
–Ni
respetamos a los animales que nos alimentan y son nuestros amigos ni
respetamos a nosotros padres ni nos respetamos a nosotros mismos.
Rocío
tiene 25 años, pero su crisis es muy fuerte, lo está pasando mal de
verdad.
AMISTAD
DURADERA
Isabel
Cuando
llegó Dora a verme y la miré, me quedé de piedra. Venía de
Alicante con unos pantalones rotos y la cara sucia. Olía mal porque
además había bebido vino malo. Me aguanté las ganas de regañarla,
porque no me gustaba como venía, parecía una pordiosera y me
avergonzaba de ella. No quería que se enfadara conmigo, pero me daba
vergüenza que viniese así, la debió de ver todo el mundo tan
desastrada.
Llegó
en pleno invierno, había nevado y hacía un frío como nunca en todo
el año. Ella llamó a mi puerta y me dijo que estaba helada. Yo la
dije que entrara, me daba pena, la puse una taza de chocolate
caliente y ella me lo agradeció. Me dio las gracias, yo no le dije
nada, ella se echó a llorar, me pedía perdón pero no sé por qué
lo haría, no al menos hasta este momento.
Porque
Dora terminó abusando de mi buena fe. Un día noté que me había
quitado dinero, la cogí por banda y la maldije furiosa. Se fue de mi
casa, pero tres días más tarde Dora volvió y me entregó un sobre
con el dinero.
–Qué
has hecho, desgraciada?
–Pedir,
me he puesto a pedir –me dijo
Dora
venía harapienta pero limpia, y olía bien. Yo la perdoné, volví a
acogerla en casa y es mi mejor amiga.
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