Sentada del 24 de octubre de 2013


MINIATURAS / LI
Iñaki
Ansia de amor,
nunca dejaré de querer.

Agonía de amar,
agonía…

Si me dejan, amo,
pero no me dejan,
y amo.

No tengo hijos,
pero tengo un amor
y tengo un por qué.

¿Por qué el orden
mal entendido
es orden?
No lo soporto.

¡Pues no es
como queréis que sea!

Años de amor compartido,
años de un relato compartido,
pero los testigos
no le encuentran el sentido.

Dices lo que piensas,
pero no hay respuesta.

¿Por qué la gente
quiere creer?
¿Por ignorancia?
Yo qué sé.

¿La fe es abuso de confianza?
¿Se abusa de la ignorancia?
¿Por qué hay abuso?
Yo qué sé.

Emasculado
por un portazo
y otro portazo,
¡qué falta de educación!

VERDE
Laura
La ciudad es cómoda para vivir, tengo a mi alcance todo lo que necesito. Cada mañana me despierta el ruido de los pasillos y levanto la persiana porque me gusta más la luz natural que la simple bombilla. La luz y el calor del sol me dan alegría.
Me aseo algo acelerada porque tengo que hacer muchas tareas. Las cuidadoras me lavan la parte de los genitales, pero yo me lavo las axilas. Me visto sola poco a poco, descolgando la ropa interior que tengo colgada en la puerta del armario, por la parte de fuera. Por suerte, todavía tengo vista y facilidad de movimiento en mis brazos, y mientras pueda ser quiero valerme por mí misma.
Me peino y me lavo los dientes. Cada equis tiempo me ponen un enema Cassen y hoy me ha tocado.
Por fortuna, me muevo con silla eléctrica. Antes de salir de mi habitación en la segunda planta, me acerco a la ventana y me quedo entusiasmada viendo el paisaje tan verde que tengo ante mí. Al contemplar los árboles frondosos, me viene el recuerdo de mis escapadas a la sierra en compañía de mi amiga Marisa. Gracias a la tienda de campaña que alquilábamos juntas, pasábamos quince días inolvidables al aire libre.
Siempre me gustó ir de excursión a la montaña. Ahora ya no puedo, pero al abrir mi ventana revivo los olores de la sierra, distintos según la zona que íbamos cruzando. También me parece escuchar el ruido del agua como fondo del cantar de los pajarillos. Observaba sin prisas todos los bichillos del campo.
Mirando hoy desde mi ventana, a pesar de mi mala memoria, recuerdo como si la viera otra vez aquella mariquita roja con puntos y rayas negras en su pequeño caparazón, que parecían pintados con acuarela, y con aquella mariquita me viene también el mismo pensamiento de entonces, me gustaría ser una pequeña mariquita para estar siempre en el bosque.

QUÉ TIEMPOS
Conchi
Recuerdo que mi madre a los 5 años, para que no me meara encima, me acostumbró a hacer mis necesidades en el servicio. Me decía: “Hazlo en el servicio o te quemo el culo”.
No sabe ella cómo le doy las gracias, porque sino ahora tendría que estar usando pañales, o sea, dodotis.
Me decía “te quemo el culo” para que controlara, y vaya si controlaba, porque yo creía que me iba a quemar el culo con agua hirviendo. Me he acostumbrado a aguantar como una leona, el animal más estreñido del mundo.
Me acuerdo que mi padre, cuando era pequeña, me compró un triciclo rojo de esos y yo daba pedaladas, porque podía darlas mejor que ahora. Tendría 4 ó 5 años por aquel entonces y me iba de parte a parte de la casa.
Entonces vivíamos con mi abuela y a ella todo le molestaba. Éramos seis personas allí: mi padre, mi hermano, mi madre, mi abuela, mi abuelo y yo. Reconozco que la casa era muy pequeña, pero yo era una cría y no era justo que mi abuela no me dejase jugar con el triciclo y le dijera a mi padre que quería que se comprara una casa para que se llevase de allí a sus hijos. Yo creo que estoy peor de mi minusvalía por eso, porque mi abuela no me trataba bien. Mi padre nunca le perdonó eso, que se portara tan mal con sus nietos.
Y también, por unos Reyes, me compraron una aspiradora a pilas, la ilusión de mi vida, con bolas de corcho blanco. Para mí fue el mejor juguete de mi vida. Y luego me compraron un muñeco que gateaba y se llamaba Patoso y parecía un niño pequeño. Por esas fechas estaba yo en el hospital y todos los médicos jugaban con el dichoso muñeco de un lado para otro, y por eso estaba tan sucio.
Tuve otro muñeco al que le dabas papilla y se cagaba con una mierda líquida. Se llamaba Tragoncete y era una cosa asquerosa, le dabas de comer y al rato se cagaba. Tenía pañales y biberón.
Por fin me regalaron la Nancy y el Lucas y me pasaba el día casándolos.
Me acuerdo que una tía me compró el armario de la Lesly porque me rompí la nariz, la última vez, cuando me tiraron en el colegio especial al que iba, que antes se llamaba Pacys y ahora se llama San Vicente y lo han dejado para psíquicos.
Me he roto la nariz tres veces: la primera vez fue por intentar coger un perro de cuerda con el que estaba trasteando todo el día. La segunda vez porque fui a coger unos zapatos. Y la última fue esta, cuando me tiraron en el garaje del colegio al suelo.
Llegué con la nariz rota, echando sangre, y mi madre me llevó corriendo al hospital “1º de Octubre”, donde me operaron atada con una sábana, como a los locos.
Por eso que guardo un mal recuerdo de este hospital, del único.

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