Sentada del 6 de marzo de 2014


YO, GABRIEL
HeavyMetal
Para el próximo libro de Patrañas, le he propuesto a mi colega contar mi vida.
Llevo sentado en una silla de ruedas por lo menos treinta años. Muchas personas, entre los que me rodean, piensan que mi minusvalía es de nacimiento.
Y no, señores: lo mío fue consecuencia de un accidente de coche que tuve de pequeño con mis padres.
Cuando tuvimos el accidente yo tenía seis años y mi hermano, tres y medio.
De seis personas que viajábamos en el coche sólo quedamos con vida dos, mi hermano y yo.
Mis padres y mis otros hermanos, Antonio y Juanjo, se mataron en la carretera. Todo esto lo he tenido que aprender, porque no me acuerdo de nada.
El único que se salvó del accidente fue mi hermano Rafael, que me lo dejó dios para cuidarme, o eso creía yo.
El caso es que salió del coche por sus propios medios.
Yo estuve muchísimo tiempo en coma. Por lo menos, seis años. Nadie me lo ha sabido concretar, o lo he olvidado.
Cuando tuve el accidente fue en el año 1972, y ahora tengo treinta y cinco años.
Mi abuelo me trasladó en una ambulancia a La Paz, de Madrid, desde Jaén.
Llegué muy malito a La Paz, los médicos me daban por muerto.
Ahora me he decidido a contar mi vida, ¡y cómo mola!
Me encantaría publicar este manuscrito en la próxima edición de Patrañas.
En La Paz estuve muchísimo tiempo reponiéndome, allí me trató una fisio que se llama Luisa Funes.
Hace mucho, mucho que no sé nada de esa buena señora.
Cómo mola que todo el pueblo de Leganés, cuando compre el libro, lea tu vida.
Como ya dije antes, a mis treinta y cinco años me he decidido a contar mi vida, que más vale tarde que nunca.
Recuerdo que cuando salí del hospital estuve en un colegio que se llamaba San Juan de la Cruz. Allí estuve poco tiempo, me parece que no llegó a un año.
Y pobre San Juan de la Cruz, que toman su nombre en vano.
Qué bonito, contar tu vida. Me estoy emocionando de pies a cabeza, y con muchísimo orgullo.
Un escritor necesita contar su vida para que sus lectores le conozcan más a fondo. Todo lo que cuento en este manuscrito es una historia real.
Un periodista escritor, o a la inversa, no se tiene que andar con tabúes.
Por eso algunos de mis manuscritos ya publicados duelen. Y me critican cuando los leo en público, en algún foro.
Las críticas, en vez de achicarme, me fortalecen para poder seguir escribiendo lo que me da la gana.
Hice una pausa en la historia de mi vida, yo qué sé, lo vería oportuno.
En el año 80 ingresé en otro colegio, en este sí que pasé una buena temporada.
Se llamaba PACYS, Santos Niños Justo y Pastor. Allí pasé buenos y malos ratos, ya que, entre disgustos y alegrías, he pasado media vida en ese colegio.
Me estoy emocionando de pies a cabeza con lo que estoy escribiendo.
El colegio ha cambiado de nombre, ahora es una residencia de ANDE.
Allí tienes el gallinero revuelto y todas las gallinas te miran volviendo la cabeza con disimulo por encima del hombro.
Del tiempo que llevas viviendo aquí, en Leganés, no tienes un grupo de amigos estable.
Sigo yendo a Usera, donde está mi viejo colegio, aunque ya sólo a pasar un buen rato y recordar viejos tiempos.
Hay muy buena gente en mi residencia de ahora, pero cada uno por su lado del pasillo.
Esta frase que acabo de escribir no es de mi agrado y por eso la tacho.
Porque en un centro de minusválidos físicos vive mucha chusma.
¡Qué demasié, macho!, que de un montón de años que llevas aquí no hayas encontrado un grupo de colegas.
En el colegio del que hablaba, ahora convertido en residencia, estuve desde 1980 a 1992. No recuerdo muy bien los años, lo que sí puedo decir es que fueron doce años.
El otro día me dijeron en ANDE que iba allí a recoger información. Efectivamente, allí me informaron de que había ingresado en el colegio en 1978, cuando yo tenía doce años. Y cuando me marché de allí, ya tenía veintidós o veinticuatro años.
¡Qué suerte, macho, que después de la hostia en la carretera estés aquí para contarlo!
Ayer, 11 de septiembre de 2001, la ciudad más orgullosa de la tierra ha inclinado la cabeza.
Mola un mazo, macho, cómo cuentas tu propia vida. Cuando vas a la residencia de ANDE te emocionas como un gato mimoso.
Has conseguido esta mañana emocionar al colega. Qué bien escritos están estos tres folios.
Mi tía Mª Luisa se preocupó mucho de que yo saliese del coma.
Qué demasiado, tener recuerdos.
Por lo que me ha contado mi tía, mi madre, antes de dormir, me daba gotas.
Ella empezaba a mecer la cuna, pero yo ponía el culo en pompas y sacaba la cabeza.
Qué pena, no tenía ni un mes de vida y ya tomaba gotas para dormir.
¡Qué viejo estás, Joaquín Sabina! Mola mazo toda tu discografía, siempre tarareo tus canciones mientras el disco suena.
Me encanta que me exijan. Luego hago lo que me sale de las pelotas. Pero así te va, que nadie te hace caso, y esto es una verdad como un castillo.
Y no sales de una cuando te metes en otra falda.
Temo más a la soledad que a la muerte, aunque la humanidad tema a la muerte.

LOS POLLOS
Rosa
Lo tenían todo para terminar bien y ser felices, pero su indiscreción lo estropeó, que por la boca muere el pollo. Ella tenía el mejor puesto del mercado cuando él instaló el suyo. Ella se llamaba Claudia y él Vicente. Claudia ya no cumplía treinta años ni treinta y cinco, estaba en la flor de su cuerpo de vendedora de pollos. Su rival había comprado el puesto a la entrada del mercado con la mala intención de quitarle las clientas.
Y la competencia entre los dos puestos de pollos se desató con tal virulencia que no podía durar mucho aquella guerra sin arruinarse ambos o firmar la paz. Las dificultades del comercio minorista los condenaba a entenderse y a unirse, por más que su rivalidad los enfrentara, abocándolos al desastre.
Agotaron su imaginación para inventar ofertas ocurrentes y tentadoras, dos por uno, tres por uno, tres por dos, cuatro por media, y, cuando ambos negocios transitaban en el límite de las pérdidas, los dos comenzaron a admirar su mutua sangre fría. Y ella, Claudia, comenzó a ver reflejos alegres y excitantes en la calva del rival, y él, Vicente, ya no miraba su lengua de víbora sino sus labios, carnosos como el muslo de los pollos y tan bien perfilados como el filo de su machete, sobre todo al comenzar la mañana.
¿Por qué no prosperó este romance tan esperanzador? ¿Por qué no se firmó el pacto de familias, un merecido tratado de paz y reposo después de guerra tan prolongada? No fue la calva de él. No fue la edad y la sazón de ella. Fue el miedo de los dos, su mala cabeza.
De pronto, cuando todo estaba acordado y se abandonaban las trincheras, a los dos les atacó el pánico que produce el éxito y la felicidad de la riqueza. Ninguno de los dos se podía creer, después de tantos años de feroz competencia de mercado, que el precio del pollo fuera a depender de su exclusiva voluntad, y que los beneficios podrían alcanzar cifras astronómicas.
Ocurrió que, en la intimidad, uno al otro se confesaron sus miedos y comprendieron espantados que estaban al borde del abismo: su plan de monopolio del pollo era satánico, excedía sus voluntades de tenderos.
Y no hubo matrimonio ni alianza. Y la guerra continúa, aunque menos virulenta: para que luego digan que hablando se entiende la gente. Si se hubiesen callado...

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