Rosa

–Otro día sin verte el careto, papá, ya no te reconozco en la mesa –reprocha Ester.
–Ester, calla y come –ordena María.
–Nuestras cenas son cada vez más divertidas –insiste Ester–. Menos mal que duran poco.
Benito no ha abierto la boca, como siempre. Sabe que las dos están más que incómodas, que están asustadas, pero le importa tres rábanos. Además, ni sabe como ha podido llegar a ocurrir, nunca las ha pegado. Su trato es tan distante, sin embargo, que siente que las dos le molestan.
–He olvidado hasta la manera de joderos –afirma como sin querer Benito–. Viviría mejor solo con mi perro, los perros no hacen reproches.
–¿Y por qué le pegas? A lo mejor termina mordiéndote –su hija no se calla.
María ya estaba muy asustada cuando su marido estalla por fin esta noche.
–Sois las dos unas mierdas y tenéis la mierda que os merecéis –y Benito se levanta de la mesa y se vuelve a la buhardilla.
En ese momento María toma la decisión de su vida.
–Vámonos –le ordena a su hija.
–¿Pero dónde? –pregunta Ester, que ha comprendido.
–¿Qué te produce más miedo, tu padre o la calle?
–Mi padre.
–Pues vámonos.
María sabe que las tarjetas siempre las controló su marido y que las llevará encima, en la cartera. Pero no importa. Fuera de esta casa no tendrá más miedo que dentro.
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