La suerte


Conchi
A mí me tocó un premio gordo cuando nací. Pero bastante gordo. Fui el escándalo de la familia porque nací muy pequeña y prematura. Mi madre se cayó por las escaleras del metro cuando estaba de cinco meses y la llevaron a La Paz, donde la hija de puta de la comadrona y el médico del seguro decían “Hay que sujetarla” –se referían a mí– y no hacían mucho caso a mi madre, que se desangraba, y casi me quedo huérfana.
Por fin la comadrona se cayó del guindo y dijo “La niña nace muerta” –todavía no me conocía– y se aplicó con mi madre. Me dejaron tirada allí encima y, ahora sí, se dedicaron a la señora Nati. Me habían dejado tal como vine al mundo, mínima y sanguinolenta, al calorcito de la luz de un foco, y comencé a rebullir por fin. “Llévatela a la incubadora”, dijo el médico. Pero ya era demasiado tarde. El demasiado tiempo sin respirar, nadie me había enseñado, me había dañado el cerebro.
Si no hubiese sido tan despabilada la comadrona mandándome al cementerio de los abortos yo sería una chica con las piernas en buen uso y no dependería siempre de esta puta silla.
Al poco de estos acontecimientos –yo ya había perdonado a mi madre y ella a mí– la señora Nati, mi madre, me llevó al médico, pero en aquellos tiempos no sabían mucho de la parálisis cerebral. Nadie había oído hablar todavía de la plasticidad del cerebro y todo eso. Si me hubieran estimulado un poco (o sea, un poco mucho) con gimnasia y eso, a estas horas podría estar andando. Pero en lugar de eso me agarré la polio, la meningitis y el sarampión, o sea, de todo, que era una cosita muy frágil, y por eso me quedé así.
Mi madre me llevaba todos los días a La Paz y mi hermano tenía que ir todos los días al colegio de las monjas y atravesar la calle. Tenía que ir sólo, con lo pequeño que era, porque mi madre y yo íbamos a La Paz en los tranvías, que daban unos frenazos... todavía me duelen los riñones, y mi madre también se queja. Y han pasado ya más de cuarenta años de aquello.
Mi abuela Lola y mi abuelo Pepe cruzaban al hermano algunos días hasta el colegio. Porque mi madre todos los días me tenía que llevar al hospital a hacer una rehabilitación de mierda. Y mi hermano estaba un poco bastante abandonado.
Claro está, mi madre se creía que iba a andar algún día, pero al final me operaron de los abductores y me jodieron del todo. Me llevaba mi madre a gimnasia y salía como entraba. Y digo yo: “¿Para qué me han torturado así, a mí y a toda la familia, si no ha valido para nada?” Mira cómo estoy ahora.
A los niños ahora, cuando nacen, les hacen estimulación precoz. Y hay colegios adaptados, como el Trabenco de aquí al lado, pero antes, nada. Ahora nos integran a los PC (Paralíticos Cerebrales, digo) en colegios normales, para que todos seamos un niño normal y nos podamos hacer con el tiempo unos pequeñoburgueses normales, egoístas y miedosos como todos.

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