Decente entre comillas

 
Peva
Todo el mundo es decente hasta que no se demuestra lo contrario, por eso lo de las comillas. Sin embargo, hay personas que son pero que muy decentes.
¿Qué ocurre entonces para que no se hable de ellas? Según está poniéndose nuestra vida, cada vez más complicada, que todo son problemas, que para buscarte la vida ya tienes hasta que mirar en las basuras, todo ello implica que la decencia comience a cuestionarse entre los únicos que la hacemos mandamiento, o sea, los que creemos en ella, los de abajo, también llamados pobres o tontos del culo. La decencia es nuestra originalidad, pero tan apretados vivimos que el listón está bajando un tanto por debajo de la media.
Pero centremos el problema: yo estoy convencida de que la decencia es antisistema, es una bomba, puro terrorismo contra los poderes que nos gobiernan y, lo que es peor, que inspiran el pensamiento y la conducta. Ser decente es imposible si eres neoliberal, estás en el poder o tienes amigos poderosos. Pues eso, si son corruptos todos los poderes, ser decente es imposible, cosa de tipos mal informados o de tontos del culo. Deportistas, banqueros, sindicalistas, toreros, alcaldes, ministros, locutores, cantantes, escritores, cineastas… todos están dopados o subvencionados. Nos libramos los cojos, porque no tenemos sindicato ni nos ampara la SGAE.
Pero a pesar de que la vida esté muy jodida y nos enseñen a darnos de puñaladas unos a otros, es mejor ser una persona decente. Ser alguien en quien poder confiar es una satisfacción, y para el prójimo, una suerte. Yo, sin ir más lejos, no confió ni en mí misma, y eso que soy decente, que no soy ladrona. Pero es que la confianza exige de unas atenciones y cariños que ya no estoy dispuesta a regalar. En realidad, con la decencia pasa lo mismo, la decencia no es para todos igual. La decencia es como una goma, se estira más o menos a conveniencia de la persona que la estira. Porque los seres humanos no somos todos iguales, y los hay que miden con más atención la anchura del tanga o del top que el peso del oro robado. Y para eso, qué queréis, la decencia que sólo mide bragas se puede ir a hacer puñetas.
Lo que peor llevo de la decencia de los pobres es la obediencia. Cuando de repente un día vas a trabajar y el jefe te llama al cuchitril que tiene por despacho. Y el trabajador se sienta allí, en la punta de la silla, ya de por sí incómoda, porque ya se figura para qué lo ha llamado. No se atreve ni a usar todo su culo para sentarse y, sin embargo, consiente que le estén dando durante toda su vida laboral. Porque este currito ya ha adivinado para qué le han convocado al despacho del jefe, que le dice con lágrimas en los ojos, ¡también hay jefes sensibles!, que no le queda más cojones que mandarlo a la puta calle, que tiene que botarlo a la calle porque ni siquiera tiene un puto duro para pagar su despido. ¡Y el currito se lo cree!
Esto es lo que peor llevo, que se lo crea, en vez de coger la silla, primero, y con ella de ariete romper todo el mobiliario, y coger después los ficheros y tirarlos por la ventana y, a continuación, esto ya sería de traca, coger uno de los palos de golf del jefe, uno de hierro bien gordo y pesado, y con él partirle la cabeza.
Mira que a mí no me gusta la violencia, pero cuando hablo de decencia nunca encuentro otro final.

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