La mano que oprime


Ramón
Cuando ella se fue sentí como un vacío. Los primeros días intenté buscar una explicación, tanto a mi desolación como a su marcha.
No me valía que me hubiese explicado que su familia la necesitaba. Yo también la necesitaba a ella más que a nadie y, sin embargo, me había dejado solo. Que hubiese ido a socorrer a sus hermanos sin recursos yo lo podía entender, que bien sé yo lo destructivos que pueden ser el paro y esta crisis para todos. Pero que se hubiese separado de mí por ello, eso sí que no lo entendía.
No sabía qué hacer, no sabía pensar en otra cosa, me estaba haciendo inservible, un inútil en el trabajo porque no me podía concentrar. Y nada me aliviaba de mi vacío, ni siquiera la música.
Tuve que dejar el coro porque no era capaz ni de seguir la partitura y mi voz decía más triste que cualquier otra voz, se notaba demasiado, desentonaba. Y me fui.
Llevábamos juntos tres años y yo no sé cómo vivir sin su compañía. No hago otra cosa que tomar ansiolíticos y dejar pasar los días, que de mes en mes se me hacen más largos.
Esta mañana me he sorprendido en la ducha, sin embargo, cantando la voz baja del Amén de Händel. Me ha parecido asombroso oírme. Como si cantase otro. Cuando dejé el coro, había dejado también de ver a mis amigos, pero esta melodía me los ha recordado. Me citaré con ellos y volveré al coro en unos días.
Un vacío continúa llenando mi corazón, pero he conseguido entonar. ¿Cuánto tiempo ha pasado? Cuatro meses, cinco meses, pero hoy me ha ocurrido algo curioso: la mano que oprimía mi corazón como si se hubiese aflojado. 

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