Cuaderno azul / 19

 
Carmen
Puerta cerrada, la de los manicomios, que tantos hombres brillantes encierran. Hay muchos allí que no merecen semejante maltrato. Yo tuve un tío encerrado durante 30 años. Puerta de dolor, incluso de malos tratos.
Puerta abierta, puerta de la cultura, la de la escuela, que nos acerca al saber, a aprender, a desenvolvernos, a conocer todo lo que ha sido y a prever lo que será. La puerta de la escritura.
Puerta de la vergüenza, la puerta de los orfelinatos, un pararrayos para lavar la conciencia de la sociedad, la vergüenza de los niños abandonados, de los niños que nunca nunca estarán integrados.
Laura quería amar y decidió operarse de abductores y entró en el hospital de La Paz. Allí conoció a Carlos, su fisioterapeuta, moreno, alto, pelo negro rizado, un verdadero ángel, o sea, un demonio, como nos gustan a las mujeres. Pero discutió con Carlos y le dijo que nunca podría hacerle feliz. “Eres boba, le respondió el ángel, tú tienes todo lo que a mí me falta, inteligencia, constancia, bondad. Yo te ayudaré con mis manos a estar en forma y tú me lo agradecerás con tu amor”.
Pared de nuestras limitaciones: nadie hay para asistir al minusválido a bajar las escaleras que le impiden acceder al mundo y vivir una vida independiente. La pared de alambradas de los campos de refugiados o la pared de ladrillo de los Centros de Internamiento de Extranjeros (CIE), que evidencian que un ciudadano no puede ser libre en su propio país o en el país que desee. Pared muy visible de la xenofobia, que impide que un migrante pueda trabajar con dignidad, la pared de los visados o de los permisos de trabajo.
El Sultán estaba enamorado perdidamente de su favorita al-Zahrá. Era tan hermosa y tanto era su amor, que el Sultán le prometió construir una ciudad solo comparable a su belleza. Y para ello mandó utilizar los más valiosos materiales: ébano, mármol, marfil y piedras preciosas. Pero tardaron tantos años en construirla que la dama fue perdiendo belleza y el Sultán entusiasmo. Y abandonó por fin su construcción y la gente se ha ido llevando las piedras, una a una, de Madinat al-Zahrá, la Ciudad de Azahara, la ciudad brillante, la ciudad de la flor.
En un lugar de Soria, entre los poblachos de Fraguas y Navafría, cerca del monasterio, entre montes de pinos y encinas, encontramos la ermita de la Virgen de Inodejo. Unos pastores hallaron por allí la imagen de una virgen y les pareció tan hermosa que quisieron llevársela al pueblo y construirle una iglesia. ¡Ay, qué bonita!, dijeron, la llevaremos al pueblo y la pondremos en la iglesia. Pero les gritó la imagen: ¿Y si no dejo? Al punto entendieron el mensaje.
–Está usted detenida. Tenemos que inmovilizarla. / –¿Cómo? Si yo no he hecho nada. Yo sólo estaba paseando. Yo no hice nada. Tiene que haber un error. / –Lo sentimos, estamos buscando a una minusválida que ha atracado un banco y debemos comprobar sus datos. / –Pues siento no poder ayudarles, pues yo no soy menos válida que ustedes, solamente soy coja y me desplazo en silla de ruedas, pero soy tan válida como cualquiera de ustedes, y no declaro más.

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