Las cosas de las residencias


Isabel
Yo siento compasión especialmente por mi madre, que empieza a manifestársele el alzheimer y ha ingresado en una residencia.
También siento compasión por mi padre, pues tiene azúcar en la sangre. Y no es poco, se tiene que pinchar dos veces al día con insulina. Debido a esta enfermedad ha ido perdiendo progresivamente vista y apenas puede andar, parece un abuelito y se sofoca mucho.
Una buena mujer que limpia el chalet y ayuda a mi padre con las comidas, lo ha puesto a régimen por orden de la doctora. Y ha adelgazado mucho, pero como he dicho antes, arrastra los pies al andar y no es el de siempre.
Mi padre es muy cariñoso con sus hijos, especialmente con mi hermano Antonio y conmigo. La primera vez que vino a vernos a esta residencia fue el día del cumpleaños de mi madre. Los días anteriores me llamaba y yo le mentía, diciéndole que vendría pronto desde Ferrol. Pero ya estaba aquí, yo lo hacía para no molestarle.
Hasta que un día vino y se llevo una sorpresa grandísima, porque le gustó mucho el centro. Y como conocía a gente de Ferrol se puso más que contento.
Aquí se encontró con un matrimonio que se habían casado en Ferrol y luego se trasladaron aquí. Ahora le he oído que tampoco le importaría volver a irse, pues en Ferrol tienen muchos amigos y conocidos.
Cuando se casaron allí, la peluquera del pueblo peinó a Merche y la maquilló, parecía otra. Su marido es Miguel y, cuando tuvieron que colocarse la alianza, a él le costo mucho acertar.
Los hijos de Merche le ayudaron a colocar la alianza a la novia, pues Miguel tiene los dedos un poco así. Y Merche decía en broma a Miguel: “Como te portes esta noche así, no sé qué va pasar”. Y se echaron a reír los dos, que nadie más se había enterado del comentario, hasta después. Miguel iba muy guapo con su traje, parecía otro.
Mi abuela, la madre de mi madre, estaba en otra residencia. Y le pusieron un supositorio que no era suyo, era de otra persona. Y se puso morada, muy morada y empezó a echar babas y a sudar. Mi madre, que siempre ha sido muy escrupulosa, cogió paños y le quitaba las babas, ni ella se lo creía, que fuera capaz de hacerlo.
Al poco tiempo mi abuela falleció. Y mi madre le decía a la doctora: “Doctora, que mi madre aún esta caliente”. Y esta le respondió: “Si lo desea, le hacemos a su madre la autopsia, pero ha de estar usted delante”. Y mi madre respondió: “Yo no puedo con semejante espectáculo”. Y mi madre se despidió de la doctora.
A los tres días la enterraron.

No hay comentarios: