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Tu llave

Dicen que el amor asoma a veces desde un gesto. El tuyo fue una mirada, un destello en fuga del que un descuido me hizo dueño.

La llave cayó al suelo. Quise creer que se trataba de una clave, de un código con el que invitabas al amante, sin querer, a traspasar las lindes que separan del deseo.

Y yo acepté. Corrí hasta el lugar en que yacía. La recogí aún tibia de la acera y te llamé sin hablar, por miedo a que me oyeras y recuperaras el metal que unía nuestras vidas. Pero el sonido de tus pasos se perdió calle abajo hasta tu casa.

Aprisioné aquel objeto entre mis manos y cerré los ojos. Entonces recordé sucesos no ocurridos:

Me vi inseguro acercándome a tu puerta. Tentado de huir y no enfrentarme a otro fracaso. Sentí mi alma sudorosa, mis sentidos anegados. Hasta que, al fin, el instinto o el deseo giraron por mí la cerradura.

Me vi avanzando nocturno hasta tu cama. En cuclillas aspirando el aire de tus sueños; acariciando los bucles de tu frente. Una leve sonrisa se asomó a tu rostro y del fruncir de tus labios fluyó mi nombre.

Y fue ese rostro quien cerró mis pensamientos. Atrancó las puertas de la dicha con un golpe seco. Tocaste mi hombro y derramaste sobre mí el desdén de tu mirada. Me arrebataste el instrumento de una felicidad que no sería. Tan sólo a cambio de un murmullo, de la común convención que obliga a ser personas educadas. Mientras te girabas para abandonarme, presentí del fruncir de aquellos labios unas gracias que hice mías. Y así, cuando te hiciste cuerpo incierto entre otros cuerpos, me atreví a decir:

“Te quiero”.

1 comentario:

Anónimo dijo...

me a conmovido, debe de ser porq me a dejad la novia por no acerla nunca caso, aora me arrepiento, muy buena l ultima frase