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Ella


Jugaba al piedra, papel o tijera incesantemente. Incansablemente. Pero sola. Deambulaba por la casa, de la cocina al living (y no mucho más porque ese era todo el espacio y allí también había acomodado un sofá cama). Miraba los lomos de sus libros y empuñaba con firmeza su mano. A la cuenta de tres movimientos salía piedra. Volvía a prepararse un café. Luego de encender las hornallas agitaba el puño. Piedra. Ordenaba la abultada mesa que había quedado puesta del día anterior, simulacro de una vida social. Lavaba los platos. Piedra. Con el café abrazado por sus dedos, se dirigía al otro ambiente. Lo apoyaba en la mesa ratona. Iba al baño y tiraba la cadena sin hacer mucho más. Piedra. Prendía la ducha hasta dejar que se llenara la bañadera y un poco más. Esta era su rutina por encargo de sí misma. Se la había creado hacía 3 meses para poder romper con ella. Tener una no rutina implicaba tenerla antes de modo positivo. Y eso había hecho. Pero cuando ayer el azar la sorprendió con un triple tijera y doble papel, creyó que era un mensaje, un símbolo. Que ella era la paradoja autoreferencial de la vida misma. De su vida. Como su destino en el juego. Una vez que el agua de la bañadera rebalsó, entró en ella. Se cortó las uñas. Y luego se grabó garabatos en el cuerpo al filo de la tijera. Y luego se cortó transversalmente las venas. Pero no se las cortó. El agua teñida de rojo manchó la alfombra de no pelo que esperaba sus pies. Sacó el tapón para que el líquido se hiciera nada. Y se hizo nada. Y ella, marcada, débil pero fuerte, agarró el papel higiénico y tapó sus heridas; solo las que cicatrizarían tiempo después.

1 comentario:

Anónimo dijo...

impactante.