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EL GUAPO Y EL COJO.

Sentados en las escaleras del Instituto, Tomás miraba las notas de Adolfo, mientras él pensaba en lo que acababa de escuchar: ¨Te envidio, tío¨ de boca del chico más guapo del Instituto.
Tal vez lo dijera porque unas horas antes le había pillado en los lavabos llorando amargamente por sus malas notas. Fuera por lo que fuera tenía que dejar claro algunas cosas.
-Aquí me dicen ¨el cojo¨, pero porque la gente no se entera. Tengo una pierna mucho más pequeña, por una enfermedad de la que no quiero acordarme, soy un discapacitado y punto. Serlo en cualquier parte del mundo es un problema, pero serlo en África, y sobre todo aquí, en Guinea, es diez veces problema. No hay ningún lugar habilitado para nosotros. A todos los que conozco en mi situación sienten que se les ha acabado la vida. Yo solo me resisto a que se me acabe estando vivo, a menos que sea por mis notas, no considero ser motivo de envidia. Sin estas muletas, este cuerpo es como un saco de malanga podrida.
-Lo mismo siento con el mío. –Tomás tenía ahora el cuerpo apoyado en la pared y la mirada fija en su compañero-.Está vacío, tío. Estoy harto de fingir que estoy bien porque no lo estoy. Llevo tres años repitiendo el mismo curso. Al ver tus notas me he quedado todavía más admirado. Envidio tu calma y tu afán de superación. Quiero pedirte un favor, que me des clases particulares.
-Lo haré, pero te costará mucho.
-Te pagaré bien. Y empezar por ahí tal vez me ayude a llenar los huecos vacíos que siento tener. Gracias. ¿Nos vamos?
-Si, vámonos.


FIN.

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