Fonso
Acompañaba aquella tarde a Juan José al Parque de las Naciones. Íbamos a ver un espectáculo que venía de Rusia. Juan José es algo más alto que yo, rubio y de ojos azules, pero le “canta” el aliento bastante y da un poco de asco. Sin embargo, él siempre quiere llevar la razón y tiene muy malas pulgas. Me empezó a hablar de una agarrada que había tenido con Antonio González, que tiene el pelo cada vez más largo y más heavy. La había tenido con él, según me contaba Juan José, por el siguiente motivo. Habían llegado juntos al rincón donde nos vemos la peña. Venían de pasear un buen rato ellos dos y a Antonio se le había terminado el tabaco. Al llegar, Juan José se echó la mano al bolsillo, sacó un paquete de Ducados y ofreció tabaco a la peña. El Antonio terminó quedándose con el paquete de su amigo en la mano, pues había confianza entre los dos para eso y para más. Cuando Antonio González le fue a meter el paquete en el bolsillo del pantalón, dice Juan José que el otro notó que allí tenía la pasta, unos cien euros, que algo abultan, y no metió el paquete todavía. Antonio esperó a que Juan José estuviese más descuidado y en ese instante dio el cambiazo, le metió el ducados en el bolsillo y le sacó la pasta. Y dice Juan José que Antonio porfía que eso es mentira, pero él asegura que no, que había sentido cómo le mangaba la pasta. –¿Qué, no dices nada tú?, me increpó al término de su relato Juan José. Por supuesto que yo no dije nada. No me fío ni de Juan José ni de Antonio González, a ninguno de los dos le compraría un burro. Callado, no me equivocaba.
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