La nevada

Laura y Adredista 1
Cuando me levanto y veo los árboles que tengo frente a mi ventana, agradezco a la naturaleza el retazo de parque que puedo disfrutar a diario. Me gusta ser respetuosa con todo lo que me rodea. Sé cuánto vale estar rodeada de árboles. A mí me transmiten tranquilidad. Pero hace unos pocos días, desde mi habitación, y calentita, disfruté también de la nevada. Viendo como caían lentos y grandes copos me acordé de Laura. Laura es la joven que me cuida y me saca de paseo. Por fortuna para mí, Laura es una chica es muy agradable; tiene dos hijos, un niño y una niña. La niña se llama Karina y es la pequeñina, y le gusta subirse en mi silla. El día de la nevada su madre venía sin paraguas. Me confesó que necesitaba ya sentir la caricia de la nieve en su cara. Laura es rumana y me cuenta que en su tierra nieva mucho y que tenía nostalgia de la nieve de su país. Ya hace catorce años que está con nosotros, aquí. Para ella la nieve de ese día fue doble delicia porque, además de la belleza de los copos cayendo lentamente, como si no quisieran aterrizar nunca, le devolvía el calor, o mejor, la energía de los recuerdos de su infancia. Contándome las intensas nevadas de su tierra, sus ojos se pusieron tristes y yo pensé que era por la añoranza. Pero ella me contó que la pena que sentía era porque, delante de la casita donde nació, habían talado todos los árboles para construir las pistas de un aeropuerto. Y ahora la nieve de su infancia no se podrá repetir. No se repetirá su belleza posada en las grandes copas de los inmensos árboles de su tierra.

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