Una millonaria

Mercedes
La señora era supermillonaria y todos la conocían por doña Rosa. Vivía en una gran mansión, pero estaba muy sola, no tenía a nadie. Era generosa con la gente, criados sobre todo, pero la señora no tenía a nadie que la quisiera. Su amplio jardín, tan bonito, siempre estaba vacío.
Muy cerca de esta mansión vivía Belén, una adolescente muy pobre. Vivía en una chabola muy humilde, y apenas tenía para calentarse y comer. Pero no vivía sola, estaba viviendo con su abuela Paca. La abuela Paca ya era mayor, pero tenía que trabajar mucho para poder sobrevivir ella y su nieta. Recogía cartones y otros objetos, y así podían comer las dos y Belén continuaba sus estudios.
Un día Belén se le ofreció a doña Rosa para recoger las hojas caídas en el césped de la mansión. En los días buenos del otoño, mientras hubo hojas que recoger en el jardín, Belén las recogía y después paseaba con la señora largos ratos por el jardín. Mientras estaba por allí Belén, doña Rosa no se sentía tan sola.
Pero llego el invierno y con él la Navidad blanca. Aquellos días nevó mucho y hacia bastante frío. La abuela Paca había sido previsora y había amontonado junto a la pared de la chabola muchas tablas y cartones, cubriéndolo todo con unos plásticos para que se mantuvieran secos. Había subido también a la sierra unos pocos días para recoger piñones, castañas y bellotas. Sabía que su nieta necesitaría de estos frutos para no pasar hambre. Belén tampoco tenía mucha ropa. Y de abrigo, la justa. La abuela se pasó varias noches, mientras la niña dormía, tejiendo una bufanda para ella con sus manos ya ajadas.
Abuela y nieta se querían mucho y por eso eran muy felices. La abuela Paca, en la Nochebuena, como si fuera un regalo de Papá Noel, le regaló a Belén la bufanda que ella misma había tejido.
Y mientras ellas se hacían compañía y se reían las novedades, doña Rosa cenaba sola en su gran mansión, frente a una mesa enorme, llena nada más que de exquisitos manjares, sin cariño, sin amor.
El día de los inocentes, por la mañana, Belén observó que el jardín de doña Rosa estaba muy sucio de nieve y ramas secas. Y se pasó a limpiarlo, estaba de vacaciones y tenía tiempo. Doña Rosa, al verla, le confesó a Belén que estaba muy sola y que sola había pasado la Nochebuena y que sola pasaría la Nochevieja. –La riqueza no me sirve para comprar cariño, le confesó. –Esto tiene arreglo, doña Rosa, prometió la niña Belén.
Y habló con su abuela y la abuela Paca invitó a doña Rosa a cenar con ellas en Nochevieja. Y así pudieron tomar las uvas las tres juntas y Doña Rosa comenzó el nuevo año con otro ánimo. Había cenado y tomado las uvas en una chabola, pero había estado acompañada por estas dos mujeres buenas y generosas, que habían compartido con ella todo lo que tenían. Qué poco se necesita para ser feliz, pensaba ahora doña Rosa, de vuelta a su mansión.

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