Sentada del 21 de agosto de 2008

METROSUR
Carmen
Me encanta la calle. El barullo de la gente y el ruido de los coches, todos los conductores histéricos, mejora mi ánimo y me despierta a este mundo.
Cruzo la calle por el paso del metro y tengo que parar mi burra eléctrica porque viene un coche a toda pastilla y me entra un canguelo de mil diablos. Por si ello no ha sido bastante, por el carril de más acá, donde yo me he detenido, otro vehículo frena en seco hasta hacer rugir sus ruedas. Un poco más y me machaca del todo allí mismo. Qué contraste, yo, que no conozco la prisa, y algunos conductores, que parece que les ha explotado el gas en casa.
Desde la escalera del metro me saluda Paco, –o Juan, no recuerdo cómo se llama– un vagabundo con pasamontañas gris, vaqueros y cazadora marrón oscura, cara picada por el acné y con aspecto de haberse chutado de todo, que hace compañía a otro cojo de mi residencia, también drogata y borrachín. Dios los cría y ellos se juntan…
–Hola, Carmen –me saluda con efusión el vagabundo.
Me paro sin muchas ganas.
–¿Otra mañana de esquinero, manirroto?
–Voy a ver si cubro gastos hoy, que la vida es muy incierta para los que pedimos en la acera. No llevo más allá de 14 euros.
–Pero, tío, con lo sano que estás tú, ¿cómo no te apuntas a algún cursillo de capacitación laboral de la CAM o por ahí?
–Qué cosas tienes. Esa idea fue la primera que tuve yo también. Pero no me pedirás tú que me rinda ante las dificultades.
–Te aconsejaría que te cuides un poco.
–Gracias. Yo, con unos euros que me saque al día tengo bastante. Y además, me queda tiempo para escribir poemas. Lo que me mata es levantarme a las seis de la mañana.
Alucino en colores. Pero quién sabe si no tendrá razón, si no habrá elegido ese mentecato el mejor camino para ser feliz. Por lo menos, hace reír a los que le escuchamos.
Me acerco hasta ParqueSur. Los carros de la compra se cruzan arriba y abajo.
–Papá, que quiero montar en el avión del tiovivo.
–Hijo, baja ya, que no tengo más suelto.
–Guaaaa, guaaa, quiero montar, tonto, quiero otra vez, que eres un pobre.
–Estos mocosos me ponen enfermo –me comenta el segurata Domingo, un amigo–. Yo le iba a consentir a mi hijo llamarme pobre.



BUENO Y FEO
Conchi
Yo tenía un amigo que era bastante feo, pero muy agradable. Se le podía gastar cualquier broma y no se quejaba de nada. Yo le llamaba cariñosamente "Monito" y él se reía y me perseguía con la silla. Se llamaba Demetrio.
Demetrio tenía la nariz más grande que yo haya visto nunca. Sin embargo, sus ronquidos despertaban a todos los compañeros de pasillo, que se pasaban la noche haciendo ruidos con la boca, como si animasen a un caballo a trotar. Cuando intentaba beber agua, su monumental nariz chocaba con el vaso y el agua acababa chorreando por su barbilla. Cuando se sonaba nunca tenía bastantes kleenex.
Sus ojillos tenían un brillo especial que deslumbraba a todo el mundo... cuando conseguían mirarle a los ojos en lugar de a la nariz.
Demetrio ayudaba siempre a todo el mundo. Y a mí, especialmente. Por aquel entonces yo fumaba y Demetrio me ponía los cigarrillos en la boquilla. Le decía "Anda, monito, ponme el cigarrillo, que yo no puedo", y él se ponía de lado como podía, se doblaba un poco (porque tenía más movilidad que yo), lo metía en la boquilla, me la colocaba entre los dedos y me daba fuego. Cuando yo no tenía tabaco, Demetrio me daba uno o dos pitillos y me decía "Pero no te acostumbres".
Cuando Demetrio se quedaba sin tabaco, tampoco a mí me importaba abastecerle. Murió un día, discretamente, y todos lo echamos de menos. Desde entonces, no he vuelto a fumar.



MADRID
Rosa y adredista 0
Soy de Madrid, o sea, gata del foro. Vivo en Leganés porque el aluvión de la vida me trajo hasta aquí, como a la mayoría. A otros los trajo desde el sur. A mí, desde el barrio de la Concepción. De mis paisanos, lo que más me gusta yo no puedo disfrutarlo, la calle y el tapeo. La vida que me gustaría para mí es más callejera de lo que me permite mi silla de ruedas. Comería de tapas todos los días, como los curritos de la SER y de la Casa del Libro, en Gran Vía. Y trasnocharía los fines de semana como todos los jóvenes. O muchísimos, por el aspecto de las calles a las tres de la mañana, en la tele. ¡Cómo me gustaría pasear por Huertas en esas horas prohibidas! De Madrid, me gusta hasta el Palacio Real. Los reyes siempre supieron elegir los buenos lugares, las buenas vistas, las Vistillas. Allí dentro, deslumbra hasta el ascensor, que me subió de milagro al segundo piso, es tan viejo. Estaban los reyes el día que fui, en una exposición de artesanos, Genios inéditos se llamaba. A mí los reyes, ni bien ni mal, que es un sentimiento muy madrileño. La capitalidad del reino es lo que tiene, que nadie la pidió. Para un madrileño, el centro está en su casa, no hay otro centro. Para mí hay otro, sin embargo. Es el Retiro, que aprendí con mi padre en la Feria del Libro de junio de cada año. De todas las salidas que hago de la residencia, muy pocas al año, la que más espero y deseo es el paseo por el Retiro en la Feria del Libro. Allí me encuentro con todas las historias que yo necesito para vivir y acercarme a ellas es como si ya me perteneciesen. Las gatas hacemos de todo menos aburrirnos. Bueno, para no aburrirnos tenemos las historias que se escapan de los libros.

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