Sentada del 4 de septiembre de 2008

Los críticos de los juegos olímpicos apenas asoman su voz por los medios. En general, el sistema se blinda cada vez mejor contra toda crítica, no ya contra los que despreciamos estos espectáculos ideológicos en forma de carreras. Lo más lamentable es que su mejor blindaje consista precisamente en el ruido informativo. De la mentira mil veces repetida hasta hacerse verdad se ha pasado al no importa lo que digas, con tal de que no te calles. Y por lo mismo, se ha pasado de la antorcha de Berlín 1936 filmada por la Riefenstahl para ser repetida en los cines, casi tan nuevos como el pebetero, a la antorcha de Pekín 2008 filmada por Zhang Yimou para que luzca en los hogares de todo el mundo. Jamás acontecimiento alguno hizo tanto ruido y aturdió tantos ojos como los juegos de Pekín. El sueño nazi está a punto de conseguir la gran unanimidad. A los ideólogos del olimpismo se les ocurrió, los primeros, comparar competición deportiva y guerra. No otra cosa que una guerra se representa en el estadio, con la misma propaganda de vencedores y vencidos. Las víctimas son los propios deportistas, que sus cuerpos maltratados mueren jóvenes y hechos mierda. “Tratan su cuerpo a latigazos como si fuera su propio caballo de carreras”, dice de ellos Sánchez Ferlosio en su discurso del Cervantes. Pero también somos víctimas todos los que los miramos, pues la ideología de esta guerra aniquila al espectador con sus mensajes. Porque lo peor de los juegos olímpicos no es hacer de los deportistas estúpidos soldados defensores de lo peor y ejemplo de lo peor, o sea, de la competencia como principio organizador de la sociedad y de la lucha como única solución de los conflictos. Lo peor es que se organiza un espectáculo tan brutal para que estos mensajes se graben a fuego en las emociones y en las conductas del espectador. No es la antorcha olímpica lo que se enciende en el salón de cada hogar cuando un atleta corre o salta, es la máquina de mensajes del sistema para bombardearte con sus consignas y, lo más insidioso, para que tus propias emociones te desarmen ante la maquinación y te identifiquen con sus protagonistas. Los que te proponen semejante espectáculo no buscan sino convencerte de que la libre competencia y la lucha sin fin son tu destino. Y hemos llegado, así, a lo peor de lo malo del espectáculo deportivo, cuando, además, los protagonistas, esos pobres pringaos, compiten en nombre del grupo, en nombre de la patria. Todos los humanos somos, desde que dejáramos de escuchar los ritmos de la naturaleza y de la vida, propensos a consumir otras vidas y otras historias, pues cada vez estamos más lejos de nosotros mismos y cada vez nos sentimos más solos. No otro es el mecanismo que nos acerca a la lectura o a cualquier espectáculo. Las patrias las inventaron los burgueses para mejor defender sus títulos de propiedad. La patria les daba seguridad a los dueños de la patria. Cuando un deportista defiende ahora la bandera patria continúa librando una guerra contra todas las patrias, implicando a los espectadores en semejante estupidez. Por supuesto, es por todo esto que enriquecen al deportista, estos nuevos soldados, porque defiende la patria de los propietarios y la ideología de los propietarios, la ideología que ha destruido este mundo e hipoteca el futuro de los humanos en él. Semejante servicio por fuerza se ha de pagar bien. “El potro que ha de ir a la guerra, ni lo come el lobo ni lo aborta la yegua”, dice un terrible refrán castellano. Siempre dieron lástima los soldados, menos cuando disparan contra ti. Y los deportistas disparan contra ti. Pues sea, como dice también maestro Sánchez Ferlosio, “y una mierda para las olimpiadas”.


RINCONES
MaryMar con adredista 1
Veo a una pareja que va por la calle y encuentran una mesa y empiezan a hablar los dos para conocerse mejor.
Luego que ya se conocen, empiezan a hablar de su familia. Para entonces yo soy la chica y hablo de mi familia y el chico me habla de la suya. Así, todos nos vamos conociendo.
Hablábamos en una terraza, tomando unos refrescos y unos aperitivos. Se veía pasar gente joven y gente mayor, y algunos chicos con silla de ruedas. A estos chicos yo los conocía de la residencia y los saludaba.
Hacía un poco de viento, pero se estaba bien. Mi madre tiene alergia y si le da mucho el sol se pone roja. Pero yo no me pongo roja, aunque me levanta dolor de cabeza, y me pongo una gorra para evitarlo.
Serían sobre las seis y media en la terraza donde bebíamos, pero ya estaban las dos familias hablando unos y otros para conocerse mejor.
Al chico que yo conocía se lo presenté a mis padres y ellos le invitaron a tomar otra cosa. Él insistía en que quería el refresco con poco hielo y por eso me acordé de un cuento con mucho hielo y se lo conté:
“Era una familia que vivía en un iglú, los padres, el niño y la abuela, y comían pescado crudo porque era lo que más les gustaba. Dormían juntos porque en estas cuevas de hielo no hay habitaciones separadas, y así dormían más calentitos. De pronto, el niño preguntó: ¿Qué es un rincón? Y nadie contestó.”
Pues yo creo que un rincón es la casa donde vive una familia.
Mi amigo dijo que un rincón es esa calle sin salida o las vidas sin salida.
Pero en fin, nos pusimos de acuerdo en que hay muchos rincones, sobre todo en la casa familiar. A esos rincones caen cosas y las recoges y las guardas para que cuando vengan tus sobrinos, que les gustan mucho los juguetes que han desparramado, se los puedas volver a dar para jugar.


Y TODO ME SALE MAL
Conchi
Desde el día que nací, todo me sale mal. Les tocó a mis padres la lotería, porque vine al mundo de cuatro meses y con parálisis cerebral. Mi madre se había caído rodando por las escaleras del metro, y se multiplicaron mis problemas porque no me atendieron al nacer y me dejaron para que me muriera a la luz de un foco. A los tres años me operaron de abductores. Pues se abrieron demasiado mis piernas y yo no pude ponerme más de pies ni dar un paso, y eso que antes subía las escaleras hasta un tercer piso... Dijo a mi madre el traumatólogo de la Paz: “El que se lo haya roto, que se lo componga”. A los ocho años me operaron de las rodillas para que no las encogiera tanto, que las tenía dobladas. Me sacaron los tendones de arriba y me los pusieron abajo y desde entonces tengo las piernas tiesas. Últimamente me han operado de una hernia umbilical, que por cierto, me han quitado el ombligo y mi madre se llevó un disgusto, y el cirujano me puso una malla metálica debajo de la piel y por eso tengo que llevar faja. Y la última intervención que me quedaba por hacer era el esófago, que lo tenía quemado por mi propio ácido del estómago y devolvía sangre. Esta operación era más complicada porque me tenían que unir el esófago parte y parte, ya que no podía tragar porque lo tenía quemado y pesaba treinta y tres kilos... Fue operarme y me puse en sesenta, ahora peso 59,5. Para remate, este año pasado he tenido una neumonía extracardíaca que me ha afectado al corazón, y por eso me tengo que echar tantos inhaladores, cuatro veces al día, de ventolín y cereben y pulmicort y atrovent, y siempre estoy asfixiada, como si me faltara el aire. Si no me los echo, mi salud se perjudica mucho. Pero la enfermera insiste: “¿Ves cómo no eres responsable y no te cuidas la salud? Si lo sabré yo, qué es peor para mí, que me entra la bronquitis y la neumonía y me mandan al Severo Ochoa. Y ahí no quiero ir yo, que no estoy nada bien allí, que por algo le llamarán el “si lo sé no vengo”.


UNA PESADILLA
Carmen
Me entero de que los amigos del mío grupo de vacances están planeando un viaje hasta la Holanda de los molinos y los tulipanes. Es el viaje que siempre soñé y no paro de darle vueltas, si podré o no podré viajar con tantos pañales y el enorme peso de mi culo, si tendré que alquilar grúa o no, si tendré tantas dificultades como en Murcia, que tuve que llamar al 112 para levantarme porque todos los colaboradores se iban marchando. Total, que me acuesto pensando que mejor no iré para no dar trabajo a la gente, pero no paro de ver, como si estuviera delante de mí, la furgoneta gris de los viajes, los pañales que no caben en el coche y que hay que colocarlos en el último rincón. Y yo que discutía si quedarme o no en Madrid, pero en estas y las otras llegó el momento de echar mano a la pasta, de buscar el dinero para pagar el viaje y, por más que buscaba y buscaba, no tenía los 300 euros, y entonces di el número de mi tarjeta y tampoco había saldo en mi cartilla. Empezaban a echarme la bronca todos y yo estaba toda asustada y cortada, cada vez más llena de sudores. En ese momento desperté y sentí un enorme alivio. Otra vez que no había sido más que un sueño mi sueño de viajar a Holanda. Lo mejor de todo es que continúo soñando con ir a Holanda y, sin embargo, yo ya estuve allí.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me gustan estas lenguas deslenguadas y panes sin levadura.

Os leo. Saludos a todos