Sentada del 23 de julio de 2009

EN EL MUSEO DE CERA
Carmen
Si hay una persona cobardica y miedosa en todo el globo terráqueo seguro que esa persona soy yo.
De pequeña, mientras toda la chavalería del pueblo corría alegre detrás de los gigantes y cabezudos en las fiestas, yo temblaba de miedo y terror en brazos de mi madre. También me daba miedo caerme del más sencillo sitio. Y las estatuas y santos, al verlas tan enormes, me parecía que iban a comerme o caérseme encima. Incluso ahora, con mis 50 “tacos”, me acerco a estas cosas con una inicial prevención, debiendo ir siempre acompañada por algún conocido.
Recuerdo que hace tiempo mi padre me llevó a conocer una parroquia moderna de mi viejo barrio de Moratalaz, que hoy parece Nueva York pues hay allí un ejército de rascacielos y ya no queda ni una sola zona verde. La iglesia en cuestión tenia forma de gran carpa y creo que la había diseñado el famoso arquitecto Miguel Fisac.
De repente, mi padre me acercó a orar sujeta por los hombros ante un gigantesco crucificado. Muerta de sudor y temblor lo mire unos segundos y me pareció que estaba esculpido como si lo hubiese pintado un chaval de seis añitos, cara esquemática con los ojos y las pestañas rectas en un solo trazo, y las manos y los pies también de un solo trazo circular, sin apenas marcar los dedos. La verdad, no me gustó nada por tan raro . “A cualquier cosa llaman arte moderno”, pensé entre mí.
Lo peor vino después. Intenté rezar, lleno el corazón de palpitaciones y con la cabeza comiéndome las rodillas para no ver aquel imaginario “león peligroso” que tenia delante, y cuanto mas intentaba orar mas me atropellaba en el padrenuestro, sin saber lo que decía, hasta que después de un eterno cuarto de hora volvimos a casa y pasó mi gran fobia.
Total, que en junio pasado mis amigos de un grupo de voluntarios para tiempo libre y vacaciones, aún a sabiendas de estas tribulaciones miedosas mías, quisieron llevarme al museo de cera.
—Que no, Wily, que no, no me siento capaz, yo me quedo en la “resi”.
—Pero Carmela, qué vas a hacer aquí sola toda la tarde. No nos dejes solos, mujer, si vamos todos contigo. Además, tú tienes la cabeza para razonar. Anda, vente, que hoy es tu santo.
Sin muchas ganitas y por no levar la contraria, acepte ir y monte mi gordo culo en el coche de Wily, que pese a ser pequeñito lleva siempre muchos “toros sentados” dentro, que así llamo yo a los minus que andamos en sillas de ruedas.
—Ya podías adelgazar un poco, maja, dentro de nada no te podremos subir en el coche.
—Es que mi tabaco son los pasteles —protesté yo.
Llegamos al museo ya muy tarde y tuvimos que entrar de uno en uno, pues no había bastantes monitores para empujar las sillas de tanto cojo, y debíamos también esperar a Alejandra, que iba con bastones.
Al llegar frente a la estatua de la gorda Isabel II mis palpitaciones en el pecho estaban ya a 100 por hora.
-Anda, tócala, mujer, si no te va a comer ,yo te llevo la manita.
Cuando me alejaron un poco de esa dama comente medio temblando:
—Pues mi profe de historia A... A... Araceli de... de... decía que esta señora no tuvo nunca mucha idea de lo que era gobernar, que la casaron a la fuerza con un primo maricón y que después se lió con todos lo ministros de su gobierno.
-Sí que son calientes los borbones, sí.
Para mayor desgracia, alguien propuso ir a la sala de crímenes y todos aplaudieron la idea , menos la menda.
Yo no podía con mi alma y casi muero de susto viendo tanta estatua retorcida, hombres con cuchillo en la mano, mujeres degolladas, otras mujeres con el cuello retorcido. Los tremendos ruidos y los gritos de la sala multiplicaban por 200 mis temores y, pese al potente aire acondicionado que casi nos congela en aquel mes de julio, yo sudaba a mares como si regentara un asador de pollos.
De repente mi amiga Alejandra ve la estatua de un hombre destripado en el suelo:
-Anda, tócalo, mujer , yo te llevaré la manita.
Cuando intenté tocarlo mi cuerpo se puso tan rígido que apenas podía retirar mi mano izquierda.
Terminada la visita, creía yo que se habría acabado mi calvario de mieditis, pero sí, sí...
Apenas salimos de allí, frente a un árbol se veía la estatua yacente recostada en un banco de un hombre, apoyado sobre un codo y leyendo, vestido con calzas, jubón y escarpines en tono marrón arenoso tan pulcros que semejaban recién almidonados.
-¿Pero este no es el doncel de Siguënza?
-Sí, –contestó Wily, el colombiano- pero hoy esta aquí para que lo puedas tocar. Tócalo, anda ¿qué puede hacerte una escultura dormida?
-Si que estáis hoy por dar el coñazo -repusé yo cabreada.
Apenas le pongo la mi mano en las calzas, cuando de repente se levanta muy despacio apoyando todo su cuerpo ora en un lado ora en el otro, a la manera de los autómatas, al tiempo que los cascabeles de sus calzas montan un ruido ensordecedor. Y se escucha un vozarrón tremendo que podría oírse a tres kilómetros a la redonda.
_¡Mil rayos en llamas! ¿Quien osa perturbar mi siesta?
-Oh, señor, discúlpenos -dijo Alejandra–, sólo queríamos hablar un poco con usted.
Yo quería que la tierra me tragara allí mismo, estaba al borde del desmayo.
-¿De donde vienen vuestras mercedes, ahí sentadas, sobre tanto carro rodante? -inquirió el doncel intrigado.
-Somos gentes discapacitadas que, ayudadas por voluntarios majos que andan bien, vamos por ahí viendo comercios, cines, museos... Y así pasamos los sábados.
-Loable es en verdad vuestro afán. En mi época sólo sobrevivían cojos muy afortunados, y tal era su ingenio y luces que aconsejaban a los reyes o hacíanles burla como ningún mortal podía permitirse. Los cojos pintados por Velásquez han pasado a la historia como los más elegantes, y de largo son los cojos con más peso y nombre.
La voz retumbaba cada vez mas ronca y yo deseaba que un tornado viniese por mi persona y me librase de tanto miedo. No obstante, cogí valor y pregunté:
-Caballero, ¿de dónde venís? ¿Sois bastardo?
-¿Qué insinuáis? -contestó el mozo.
-Sólo quería saber de vuestro linaje.
-Fui estudiante en Salamanca —me replicó— y tuno en su estudiantina. Fui amante de una camarera de la reina, pero mi mala vida de juglar dio con mis huesos en la cárcel. Malamente acabé los estudios de Leyes y fui de acá para allá hasta llegar a emplearme de secretario de un cardenal. Ah, pero ya veo que sois rolliza y hermosa como las mujeres de mi época. ¿Me permitís que toque vuestras tetas?
Y sentí como una mano helada se posaba sobre mi seno derecho y quise morir. Al tiempo me iba deslizando de la silla hasta el suelo y la voz del mozo como si se alejase.
Después del ligero desmayo, me despertaron mis amigos.
-¿Dónde estoy? Qué es esto? ¿Qué ha ocurrido?
-Pero tonta, -me dijo Willy- ¿no conocías a los mimos? Hemos hablado con él para ayudarte a superar tu miedo.
-¡Sois unos sinvergüenzas! No pasé tanto miedo en mi vida. Esto no os lo perdono, no vuelvo a salir más con vosotros.
-Tranquila, Carmela -me dijo el mozo-, que soy un bailarín de reparto y haciendo esto me gano unos euros. –y sacando unas entradas del bolsillo, añadió- Aquí tenéis entradas para el ballet de La Bella Durmiente en el Centro Cultural de La Casa de la Villa. Podéis ir a verme allí.
Le dimos las gracias y, como se había hecho muy tarde, volvimos todos a nuestros hogares mientras yo intentaba contener mi mal humor.

No hay comentarios: