El mandón

Peva
¿Cómo llamar a esa persona que sólo sabe mandar, o sea, a un mandón? Hay personas que han nacido para mandar y se les nota un huevo. En cambio, otras nacen para ser mandadas y la cosa se compensa. Aunque no estoy segura de que estas últimas nacieran exactamente para obedecer. Más bien parece que no tienen más remedio que someterse al mandón. Luego está el grupo de las personas que pasan de todo y van siempre a su puta bola. Yo me encuentro en este corralito, pero cuidado, porque lo único que no soporto es que me manden o pretendan llevarme por el camino que no quiero. Lo cierto es que a los mandones se les ve el plumero enseguida, al primer vistazo. El mando les pone una cara de pasa que no se puede disimular ni con estiramientos. La cara se les va haciendo torva y fea de tanto joder al prójimo. Un mandón te persigue, no ya por toda la casa, que las mujeres sabéis de lo que hablo cuando digo por toda la casa, sino también por la calle y por tu tiempo libre, hasta las cosas más íntimas te las desbarata con tal de mermarte la moral, para hacer de ti un simple pajarito que come o se ahoga en sus manos. Esto es para mí un mandón, un comecocos que espiritualmente no vale un pimiento. El primero que sabe de su propia poquedad es el mandón y es por eso que utiliza el mando para sentirse realizado. Si los observáis bien, todos son iguales, unos pobres diablos carentes de personalidad. Los mandones nacen para mandar y no se curarán nunca. El problema es cómo nos curaremos nosotros, sus víctimas, de esta plaga de los mandones. Anda que no me estoy despachando a gusto, pero es lo que pienso, aunque me corto en dar nombres. Pero lo podría hacer, sólo necesito que me cabreéis un poco más.

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