Batusi y Mediterráneo

Carmen
–Hola, soy Batusi, ese barco de madera que está pintando la chica en el taller. Llegué hasta aquí de milagro, después de que muchos brazos cortasen árboles sin miramientos, sin reparar en el tremendo daño que les hacen, con las sierras mecánicas montando un gran escándalo de ruido que estremece los nervios de la vida y pone en fuga a todo lo que puede correr. Cortan árboles de fruta por crecer demasiado. Y árboles de sombra por crecer demasiado poco, en las aceras, después de años de sufrir torturantes podas, la pesadilla de los niños y de los sonotones. Y cortan el sauce llorón del parque con su cabezota pensativa de hojas un poco desesperadas, que parecía que se lamentaban y lloraban una pena muy honda. Y cortan los álamos del río que saben secretos de parejas y placeres de parejas. Y cortan hasta las pobres palmeras de Murcia, que los aviones regaron de bromuro de plata o algo peor. Con la excusa de hacer llover envenenaron el cielo, y las palmeras crecían en el cielo y comenzaron a llorar. Algunas porciones de estas maderas las usaron para fabricar muebles rústicos, otras para hacer andamios o entibar, incluso para armazones de tejados o artesonados, y hasta para los yates de los que se compran islas y tienen que conquistarlas. Pero el trozo de madera que a mí me ha modelado terminó en este taller de milagro. Iba sin remedio al basurero y alguien lo rescató y aquí estoy yo ahora, entre las manos de esta chica que me calafatea a base de acrílicos y me bautizó Batusi, las manos de una chica sin piernas, unas manos doblemente vivas las de esta toro sentado. Oh, qué orgulloso estoy de no ser un yate que conquista las islas más inocentes. Estoy orgulloso de ser un barco inútil.
–Oh, pues yo no soy inútil, yo soy una esponja y no soy de madera, no, yo nací en el mar, la patria sin fronteras, la patria que une orillas en vez de separarlas. Por eso yo no tengo raíces y mi chica, que también es coja, me llama Mediterráneo. Qué alegría le doy cada vez que me coge en sus manos. Ella se llama Carmen y me acaricia con su piel infinitamente, se demora y se demora y llega tarde a todas partes por no dejarme sola en la jabonera. Me llama también “Esponja de mis pecados” y “Caricia de espuma”. No sabe qué hacer sin mí, sin su Mediterráneo. –Carmen, baja, que te hemos levantado la primera y te vistes la última. Oigo este grito cada mañana, son las cuidadoras de ella, que la apuran. Pero a ella le gusta restregarse conmigo y no termina nunca. Yo sí que estoy orgullosa de ser la esponja de mi toro sentado, de mi Carmen.

No hay comentarios: