Una luchadora

Carmen
Victoria me impresionó cuando la conocí, que sacó adelante a 5 niños. Ojalá yo fuera como ella.
Dejó la escuela con 7 años y la llevaron a un pueblo de Toledo a servir con unos señores, que luego la casaron a la fuerza con un brutangas que apenas conocía. Al final, este necio fue su gran maltratador.
Para colmo de novela, ella me dijo que en la foto de su boda se ve al cura que los desposó mirándola con ojos de fauno, que la tragaba con ellos. Eligió muy mal el señorito para Victoria, pensé yo, ojalá que la hubiese casado con ese cura que tanto la miraba. Hubiera tenido mejor destino que con un marido jugador y vago.
Se levantaba a las 3 de la mañana para fregar y limpiar. Tuvo que colocar a sus hijos (a dos al menos) en un hogar infantil de la comunidad de Madrid, a los otros en guarderías y ella a seguía currando durante más de 15 horas al día. El matón seguía con la afición de mano larga, pero los niños decían a la madre: dale otra oportunidad, mamá.
Al final se cansaron de su mal genio y entre todos lo mandaron a paseo, y ninguna ayuda quisieron de él.
Conocí a Victoria en los viajes de COCEMFE. Hacía de asistente personal. Algo carera ya era, pero muy responsable. La primera vez que me asistió a mí, se hacía cargo también de Nieves y de Miguel Bauluz, muy retorcido, de los tres. De no ser por ella yo creo que Miguel ni come siquiera, porque su cuidador no sabía ni ponerle la cuña.
Uno de los chicos de Victoria sufrió un ataque cerebral y le hablaba mucho para estimularlo. No habla del todo bien, pero logró que volviera a caminar. Y hasta se ha casado con una moza coja.
Este tipo de luchadoras merecen más medallas que cualquier militar de Bosnia o Afganistán. Yo le haría una estatua, pero poco hice por ella. Si acaso, enseñarle algo de lo poco que sé de ortografía. Ella me enseñó a mí mucho más.

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