Chantaje

Peva
Hay chantajes a gran escala, pero también los hay pequeñitos. Los chantajes que me hacen a mí pertenecen al género chico. Menos mal que no soy importante, ni siquiera pertenezco a la mafia siciliana.
Las cornadas que me tiran mis chantajistas son llevaderas y, como soy una buena torera, los capeo la mar de bien. Pero hay veces que la capa es poca defensa y es ahí cuando me pilla el toro. Procuro que las cornadas no me hagan mucho daño y uso la franela de paño de lágrimas. Mal que bien, consigo evitar que las heridas me toquen algún órgano vital.
Ocurre que yo, por mi carácter caribeño, suelo ser muy impetuosa. Me dejo llevar por las pasiones más desenfrenadas y los hombres malos se dan cuenta.
Y claro, pasa lo que pasa: que el chantaje les viene a huevo, lo tienen fácil conmigo, colocándome/se entre la espa/l/da y la pared.
Menos mal, también, que he encontrado personas buenas que no me han chantajeado y pude disfrutar del momento sin más distracciones.
Pero incluso del chantaje se aprende. Yo suelo hacerme cargo del chantaje y tengo la suficiente inteligencia como para evadir la discusión con el chantajista, Y hasta consigo salir airosa, aunque estas personas, las que más te chantajean, son muy listas y, sobre todo, son esas a las que tú quieres un huevo.
Porque a mí, lo que más me hacen mis amigos es el llamado chantaje emocional.

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