Un novelero

Fonso
Mi amigo Emilio, un tipo bastante feo por cierto, con la boca demasiado grande, la nariz demasiado pequeña, las piernas desiguales y los ojos torcidos, bajito y más y más… se hacía demasiados castillos en el aire.
Un día que estaba muy contento, fumándose el penúltimo canuto de la tarde, recuerdo empezó a contarme uno de sus sueños más recurrentes, que era casarse con una chica que fuera alta, guapa, con buen cuerpo, millonaria, sin padres y que estuviera enamoradísima de él.
–O sea, que en el fondo, lo que realmente te interesa es seguir viviendo del cuento.
El había cumplido ya los 16, pero yo le llevaba cuatro años y no tenía por qué aguantarle sus tonterías.
El caso es que era un buen chico que no se metía con nadie, y yo no tenía otra cosa mejor que hacer y le dejaba levantar todos los castillos en el aire que le diera la gana.
Aunque a veces se ponía tan pesado que le cortaba, o le dejaba con la palabra en la boca y me iba, hasta que se le pasaban los efectos de la droga y aterrizaba un poco.

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