El pacto del miedo

Fonso
La vida con mi padrastro no era nada agradable. No sé por qué me tendría tanto odio. Yo creo que podía ser porque de niño, como me ha ocurrido siempre, tampoco me podía callar y le decía en su cara todo lo que se me venía a la cabeza.
La primera vez que me pegó con saña, hasta el punto de atizarme con la hebilla de la correa del pantalón, fue porque llegué muy tarde a casa y le dije que él no era quién para pegarme, que yo no le había consentido ni a mi padre que me pusiera la mano encima, y mucho menos a él, que era mi padrastro.
Después de otra de aquellas palizas, en las que pensé alguna vez que me mataba, que me tiró al suelo y, después de darme patadas por todas partes, me cogió por los pelos y me dio tal golpe contra un armario que retumbó toda la casa y fue un milagro que no me partiera la cabeza, pues aquella misma noche le propuse a mi amigo Chacopino que se viniera conmigo a la capital para ver a mi padre. Cachopino acepto sin pensarlo dos veces porque también las relaciones con su padre eran bastante malas, aunque no hasta el extremo de las mías con mi padrastro.
Nos escapamos de Herodes, pero nos tropezamos con Pilatos. Mi padre se había convertido en un alcohólico que sobrevivía de lo que encontraba por las basuras. Nos hizo el mismo caso que a las ratas que se paseaban por su chabola, que él mismo había montado con cuatro tablas mal puestas.
Resistimos una semana, hasta que fuimos a buscar refugio a casa de mis tíos, que se asustaron al vernos y les faltó tiempo para llamar a mi madre, que andaba buscándome desesperada y que se presentó a las pocas horas en el coche, conducido por mi padrastro.
El conflicto había explotado y todos tuvimos que tomar partido. En adelante las relaciones en casa fueron algo menos tensas, porque yo me tuve que comer la lengua y tragarme los sapos por miedo a mi padrastro, porque él tuvo que sujetarse los caballos de la mala leche por miedo a que mi madre lo pusiera en la calle, lo mismo que había hecho en su día con mi padre, y porque mi madre se pasaba el tiempo templando gaitas por miedo a que el conflicto se desmadrara y ella perdiera algo, o su hijo o su pareja, y con él, el poco de dinero que aportaba y que tan bien nos venía.
Puede decirse que en mi casa se había establecido una especie de pacto del miedo.

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