Sentada del 2 de diciembre de 2010

JUAN “SIN MIEDO”
Fonso
Los que me conocéis ya sabéis que soy muy religioso. En realidad, yo me limito a seguir el consejo del apóstol San Pablo de predicar el Evangelio con ocasión o sin ella.
Recuerdo que, cuando era más joven, tuve un amigo de menos edad, Juan, que le echaba mucha cara a la vida. Sus padres, de buena posición económica, se habían separado hacia tiempo y él no dudaba en utilizar al uno contra el otro con tal de que le dieran todos los caprichos que le viniera en gana. Entre ellos, una moto de gran cilindrada nada más cumplir los 18 años, con la que iba alborotando por todo el barrio.
En las horas muertas que se pasaba de cháchara conmigo, yo le hablaba de la palabra de Dios y de paso le afeaba el chantaje que hacía a sus padres o su forma ostentosa de vivir y sin temor de Dios, que algún día se podía matar con la moto y Dios le iba a pedir cuentas de lo que estaba haciendo con su vida.
Aunque me solía escuchar con atención, Juan se mantenía en sus trece de ponerse el mundo por montera porque –me decía– tenía que vivir la vida, que para eso era joven y para eso tenía por padres unos primos que le daban todo sin pedirle nada a cambio.
En cuanto a que Dios le iba a pedir cuentas, no le preocupaba ni poco ni mucho porque –razonaba– primero, Dios tenía que existir, cosa que según él estaba por demostrarse, segundo, de existir, ya tendría él tiempo de arrepentirse, que la vida es muy larga, y tercero, que mejor sería matarse con la moto que morirse en la cama de una enfermedad.
Decididamente, mi amigo Juan se tenía bien ganado el apodo de “Juan sin Miedo”. Y por supuesto que se mató en la moto. Lo que no sé es si le daría tiempo a arrepentirse.



LA VERDAD
Fonso
–¿Y qué es la verdad?
Esto fue lo que le preguntó el funcionario acomodaticio al guiñapo humano que tenía delante. Y, dándole la espalda, le condenó a muerte.
No esperó la respuesta porque sabía de antemano que aquel judío, a quien otros llamaban Hijo de Dios, le iba a contestar que él era la Verdad, el Camino y la Vida, y para el funcionario romano no había más Dios que el Cesar ni más verdad que su paga como gobernador ni más camino que el camino de vuelta a Roma, a ser posible más rico, ni más vida que disponer a su antojo de las vidas de los demás sin complicarse demasiado la suya.
Era mucho lo que podía perder escuchando al reo y nada lo que ganaba, así que, sin hacer caso de su mujer que le decía que lo soltara porque era inocente, se lavó las manos de la sangre de aquel hombre, que no hay agua que lave la conciencia, y mantuvo la condena.
Para mí, para Alfonso Gálvez Sánchez, y lo digo tan alto como pueda para que me escuche todo el mundo, Jesucristo, ese reo a quien Poncio Pilatos no quiso escuchar, sí es la Verdad sin fisuras y a esa verdad acomodo mi vida y gracias a esa Verdad no he tirado ni pienso tirar la toalla y gracias a esa Verdad puedo sonreír y ser feliz dentro de mis circunstancias.
Estas cosas son las que me han animado a predicar el evangelio entre la gente que me rodea. Lo malo es que, cuando me ven venir, me suelen dejar con la palabra en la boca.
Pero a mí no me importa porque algo parecido le sucedió a Jesucristo con Pilatos… Y no puede ser el discípulo más que su maestro.



LA IGLESIA DE LOS GITANOS
Fonso
La iglesia evangelista de los gitanos de Orcasitas es un lugar que me satisface.
Hay días que me encuentro más melancólico y angustiado que de costumbre. Eso suele ser porque me está faltando la palabra de Dios. Algunos de los compañeros no se lo creen y otros se lo toman a risa.
No estoy de acuerdo con los que dicen que Dios es un invento de los hombres para dar salida a sus miedos, una especie de clavo ardiendo donde agarrarse cuando la vida se nos pone cuesta arriba. Yo respeto las opiniones de cada uno pero pienso que Dios es mucho más que todo eso.
Me gusta ir, por lo menos una vez a la semana, a rezar a una Iglesia Evangélica que hay en Orcasitas. Es un local con una cruz pintada de blanco, arriba, en el techo, y con una capacidad para unos cuatrocientos hermanos, que se llena muchas veces. Y todos vamos allí con la misma idea de alabar y darle gloria a Dios.
Hay una diferencia con otras iglesias cristianas de Madrid y es que la inmensa mayoría de los fieles son gitanos. Esto me tiene sin cuidado porque, cuando voy al culto, lo que me importa es compartir mi fe con mis hermanos evangélicos y sentir que estamos convocados por el mismo Dios. Si comparto mi fe con los gitanos, pues mejor para ellos y para mí.

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