Mi tío Pepín

Víctor y adredista 0
Recuerdo que era un día de invierno soleado. No podía esperarme esa noticia.
Me hermana Macarena me había llamado al móvil, pero lo tenía cargando en la habitación y no me enteré. Entonces llamó a mi tío Pepín, que tiene teléfono fijo, y le pidió que, por favor, llamase al CAMF, para avisarme.
Serían las cuatro de la tarde cuando me llamaron por megafonía. Me acerqué a recepción y me pasaron la llamada de mi tío al manoslibres de la salita.
Mi tío es fontanero y, por tanto, tiene un carácter resolutivo, poco dado a los circunloquios. Si él se enrollar, todos los pisos terminarían más inundados que se los encontró.
Quiero decir que me lo soltó de sopetón:
–Lo siento, Víctor, pero tu padre ha muerto. Macarena me ha encargado que te lo diga.
Pues en este punto, allí como estaba, ante el manoslibres, se me bloquearon todos los sentidos, ni oía, ni veía ni nada. Sólo sentía una opresión en el pecho, como tristeza, como desamparo. Y comencé a llorar y no paré hasta que vino por mí esa misma tarde mi primo José, hijo del tío Pepín, para llevarme al velatorio.
Mis ojos eran un río de lágrimas, no podía dejar de llorar. Me vio un joven que yo conocía de los viajes a Lourdes, Antonio, menos mal que reparó en mis lágrimas e intentó consolarme. No me lo vais a creer, pero sus palabras de consuelo, me hablaba de la vida eterna, me ayudaron mucho en aquel momento, tanto que todavía las recuerdo.
Pronto llegó mi primo José, pero yo no había dejado de llorar. Sólo conseguí cerrar los grifos de mis ojos cuando arrancó el coche camino de Algüera. En el coche era como si ya no estuviese desterrado.
Al llegar al velatorio y ver a mi hermana Macarena, volví a llorar, pero ya no era lo mismo, ya no estaba solo.

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