El Sereno

Laura y adredista 1
Mamá nos hacía llegar pronto a casa a los hermanos, para cenar todos juntos.
En verano preparaba bocadillos a sus seis glotones y en invierno preparaba algo calentito que agradecíamos sobremanera. Una noche de invierno mi hermano el mayor, que ya tenía 19 años, se despistó con sus amigos y llegó un poco tarde, cosa extraña en él. Por primera vez el Sereno tuvo que abrirle la puerta.
La calle Oudrid, que era la nuestra, es una cuesta empinada, en la parte de abajo había un mercado que era una delicia. En la parte de arriba vivíamos nosotros en un 2º piso, con vistas fabulosas a una zona de jardines privados, de los chalets que teníamos enfrente.
Mi hermano vio al otro lado de la calle al Sereno, sentado en un poyete y semidormido. Como todos los Serenos, este hombre no tenía nombre propio, todos le llamaban “El Sereno” y era muy querido por su fidelidad y buen humor. A mi hermano le daba vergüenza llamarle a gritos: Serenoooo... y decidió dar unas palmadas, que enseguida oyó.
El Sereno se levantó con toda la calma que permite la vigilia y la bota de vino, alzó el manojo de llaves, como enseñándolas, golpeó el suelo con la garrota y comenzó a buscar con parsimonia la llave de nuestro portal. Mi hermano deseaba que la encontrara con más rapidez, pero aquel hombre se liaba un poco con el manojo y esa garrota con que avisaba de su presencia, o sea, el chuzo. En aquel momento hubiera querido que tuviese tres manos, una para la garrota y la bota, otra para el manojo y la tercera para encontrar la maldita llave deseada. Pero no, él, mientras buscaba esa llave, todavía hablaba con mi hermano, como si estuviera sobrado de manos o de destreza, y no de vino.
–Hoy ha llegado Vd. un poco tarde –le soltó a mi hermano.
–La familia –contestó el aludido, que estaba pensando: “Bastante nervioso estoy yo para que Vd. me venga con esas ahora”, pero era muy educado y no se lo dijo. Lo único que deseaba oír de él era “la encontré”.
Por fin el Sereno abrió el portal y, mientras mi hermano subía supernervioso las escaleras, se calzó otro trago de la bota y se quedó más sereno.

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