La náusea

Laura y adredista 1
En las afueras de la gran ciudad, allí donde ya no hay edificios de mediana altura, y menos de grande, entre los montículos de escombros han levantado una caseta y en ella viven Román y su destartalada familia.
Como si fuera un miembro más de esta familia un poco mugrienta, vive con ellos un gato grisáceo, no se sabe si es así de nacimiento o tiene ese aspecto porque jamás lo han lavado; merodea por los alrededores y su aspecto asqueroso no desentona con el de la familia en general.
Román es el que manda sobre su tribu, pero manda por mandar, sin un objetivo. Tiene puesta siempre la misma camisa sucia, por un trocito del cuello se adivina que fue de color blanco. Su pantalón está mal remendado, pues la parienta le ha malcosido telas distintas a las del original, probablemente de otros pantalones viejos. Y calza botas de cuero muy gastadas.
Nada más verlo produce cierto asco, pero según te acercas a él el asco aumenta por culpa del mal olor que despide por su falta de higiene. Tiene el pelo grisáceo, como el gato y toda la familia, se lo protege con una gorra de tela que ya no es negra, y su barba exagerada es desigual y blanquecina.
Sus ojos parecen entristecidos, miran constantemente hacia abajo, es como una señal de que no vive contento con su situación. Le cuesta hablar y no se le entiende bien porque mezcla palabras en castellano con un idioma indescifrable, por mucho que le obligues a repetirlas siguen siendo desconocidas. Sus manos están muy sucias y se las pasa constantemente por la cara y la nariz, lo cual produce una gran repugnancia en quien lo observa.
Todo esto no sería tan nauseabundo si tuviese un objetivo, pero Román no espera nada de la vida, no tiene camino que recorrer. Lo que es mandar, él manda, es el jefe, pero no sabe para qué. Y son todos infelices, hasta el gato, o hasta que alguien sueñe otro destino para ellos y se lo sepa decir.

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