Sentada del 2 de junio de 2011

MI HERMANA MACARENA
Victor y adredista 0
Admiro mucho a mi hermana. Cuando yo tenía siete años y ella ocho se nos murió la madre. Yo ya estaba en Madrid, me había mandado mi padre al INRRI, Instituto de Rehabilitación y Recuperación de Inválidos, ¡vaya nombre!, que allí estuve hasta los 16 años, y me enteré cuando volví a Algüera en el verano. Fue mi hermana Macarena quien me contó que madre había muerto, y me decía que era muy buena y que ella la echaba mucho de menos.
Desde entonces, Macarena comenzó a ocuparse de mí. Durante las vacaciones de verano, ella era la que me daba marcha, me sacaba, me paseaba, me llevaba a jugar con las amigas. Menos a la comba, jugaba con ellas a todo, incluso al castro.
Cuando Macarena terminó el instituto, con 16 años se hizo cargo de la casa. Yo, al poco, dejé el INRRI y volví a Algüera para quedarme. Macarena fue desde entonces mi única asistente. Siempre estaba pendiente de mí, nunca jamás en tenido broncas con ella, nunca me faltaba de nada.
Se hizo novia de un chico a los 20 años y yo vivía su historia de amor porque Macarena me lo contaba todo. Cuando, con 25 años, se embarazó y el novio, Toño, no quería tener al hijo, ella cortó con él y siguió adelante con su embarazo.
La recuerdo muy feliz en esta época del embarazo, del parto y de la crianza, cuando le daba la teta a su hijo, a pesar de la ruptura con Toño, al que no ha querido volver a ver jamás.
Tendría un año mi sobrino cuando buscamos una residencia para mí, pues mi hermana ya no podía conmigo, era mucho trabajo. Y desde que estoy aquí, en el CAMF, hace ya 15 años, me llama todos los días, a las siete y media de la tarde, y me cuenta lo que hace y lo que ocurre cada día en Algüera.
Ayer me contó que había sacado por la mañana al perro, Ron, y que se había parado a hablar con la vecina de enfrente, Juani. Mi sobrino no saca al perro porque tiene que ir al instituto y los domingos juega al fútbol en juveniles.
Yo admiro a mi hermana porque es muy fuerte y muy responsable. Todo el que la necesita sabe que la tiene. Yo siempre la deseo lo mejor.


EL HOMBRE ORQUESTA
MaryMar
La Pepi es una persona un poco asquitos, muy escrupulosa. Le dan asco demasiadas comidas para vivir en una residencia del IMSERSO, aunque le ocurriría lo mismo si fuese a la guardería: las judías pintas, que encima la repican, o sea, los purés de color zanahoria, las espinacas verdes, tan babosas y así, las manzanas, a todas se la imagina podridas y con gusano incorporado, los zumos de plátano, que dice que saben a ropa vieja… Y si encima tiene enfrente a un tipo poco cuidadoso, ella diría sin más que es un asqueroso, uno de esos tipos que se lava poco, que lleva la ropa sucia y las uñas negras, que huele mal, entonces ya es el acabose.
Una vez coincidió en el comedor con un compañero al que Pepi llama “el hombre orquesta” y que no es, ni con mucho, el más orquesta de todos los compañeros, pero este hacía ruidos con la boca al masticar, y de vez en cuando se echaba un regüeldo, el pobre, para que no le diese el hipo, o se sonaba los mocos con estrépito, ella dice que sacaba su klinex sucio y se los restregaba. Y dice también Pepi que a veces soltaba un cuesco mientras estornudaba como un poseso, o se rascaba el culo haciendo un coro con las uñas.
La Pepi, tan fina, no podía con el hombre orquesta y le pidió a la cuidadora que la cambiasen de mesa. A la segunda vez que protestó, se llevaron a Pepi a otra mesa, lejos de los ruidos de su hombre, pero más cerca de los míos. De momento, la Pepi no critica mi masticación. De momento.



DESCONFIANZA
Rafa
Delfino, la mañana de ese día de enero –una de las más frías que se recuerdan–, despertó a su mujer una hora antes de lo acostumbrado. El codazo que le dio fue más doloroso de lo acostumbrado, como para asegurarse que Marisa, que le soportaba casi todo en esos últimos quince años de casados, espabilara por completo.
–¿Me dijiste que habías dejado las cadenas en su lugar, o me equivoco?
Marisa, amodorrada y conteniendo el enfado, suplicó:
–Sí –y se dio la vuelta dentro de las mantas.
–Pero –añadió molesto Delfino–, ¿las pusiste en su sitio? No quiero tener que subir a por ellas otra vez.
– Sí –repuso ella otra vez, reacomodándose en el almohadón.
–Sí, qué –siguió Delfino, mientras acababa de vestirse–: ¿las dejaste junto a la puerta o siguen en el armario?
Como Marisa ya no le contestara, él continuó:
–Ya lo has oído, que iba a nevar como no habíamos visto tú y yo en nuestra puta vida. Tú menos porque eres mucho más joven que yo, siempre y cuando el certificado de nacimiento sea auténtico, que en tu pueblo sabrá Dios si miran siquiera los libros cuando tienen que expedir una partida de bautismo. Espero que también me hayas puesto las botas junto al radiador, que de unos días para acá…
Delfino bajó las escaleras mascullando si no se habrían reventado las tuberías con el hielo, si no tendría que pegarse media hora a la llave del arranque del coche. “¿Y la sal?” se preguntó, “¿la habrán echado ya para estas horas?”
Días como estos, en Valladolid, son sumamente sombríos y helados, pero alguien como Delfino logra oscurecerlos siempre un poco más con su mal humor.

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