Sentada del 23 de febrero de 2012

MINIATURAS XXXI
Iñaki

¿Por qué la belleza es tan íntima?
¿Por qué la intimidad
tiene tanta belleza?


Un gesto,
una mirada
y el mundo cambia.


Hablamos y nos despedimos,
hablamos y nos despedimos:
a ver cuándo hablamos
de no despedirnos nunca más.


Llevo conmigo mis curiosidades
pero quiero conocer las tuyas.


La vida es una calle
de bajada y subida.


Si el mundo fuera cuadrado
Nos esconderíamos en las esquinas.


Oh, bufón,
qué amarga es tu vida
y qué maravillas creas.


Quiero que me recicles,
mujer,
quiero que me borres
esta soledad.


El calor de la vida,
el calor de tu caricia,
quiero sentir lo que tú sientes.


Alegría su voz
y alegría su mirada,
era una persona
que me escuchaba.



AH, QUÉ FERMÍN…
Rafa
Cuando Fermín habla de política, pone a todos a caer de un burro, no le gusta nadie. De unos dice que hay trabajo pero no lo quieren dar. Y de los otros, lo mismo.
Cuando termina con los políticos sigue con los futbolistas: “Son una panda de mariquitas, lo que ganan nos lo quitan a nosotros, y encima, no les des un toquecito porque se echan de cabeza a la piscina.”
No entiende ni quiere entender por qué los amigos, cuando hablan de lo mismo, lo hacen de otro modo. Fermín, invariablemente, a la más mínima pausa, empieza con las quejas. No se le escapa el cambio climático, ni la gripe “bubónica”, cómo la llama él. Tampoco los especialistas que hablan del tema. Ya tiene sus propios remedios preparados, porque van a caer como moscas, dice, con vacunas o sin vacunas.
Para los terremotos, amenazas nucleares y revueltas árabes de estos meses también ha tenido sus dosis de mala hostia.
De los inmigrantes, dice que lo único a lo que vienen es a quitarnos el pan.
Cuando se despide de los amigos, acompaña su partida con un escupitajo. Y no deja de mosquearle, aunque sea un poco, que a la siguiente vez lo reciban con el acostumbrado:
–¡Hombre, cuánto tiempo! Ya te buscábamos en los obituarios.



LA MOLE
Conchi
Cuando era pequeña me reía de los gordos, pero no sé el motivo por el que me hacían tanta gracia, no lo puedo explicar. Mi madre se enfadaba, a lo mejor era por eso, y me decía “Niña, ¿por qué te ríes de una persona que está gorda?”.
Yo no lo podía evitar, era ver un gordo y darme la risa tonta. Por ejemplo, cuando íbamos de paseo y nos cruzábamos con un orondo yo me moría de risa y mi madre de vergüenza. Si salía Demis Roussos con su túnica cantando en la tele yo me partía el culo. Y cuando Benny Hill le palmeaba la calva al viejete me mondaba, no sólo por la cara que ponía sino porque estaba gordo.
Lo peor era cuando venía a verne mi tía Matilde, que era más gorda que un camión. En cuanto mi madre abría la puerta y yo veía los mofletes de mi tía, me echaba a reír unas carcajadas a lo idiota que no sabía el por qué. Mi madre me pellizcaba y me amenazaba entre dientes: “¡Cállate, niña! Que eres la vergüenza de la familia.”
Una vez iba con mi madre y con mi tío Carlos, que nos llevaba en coche, al hospital a hacerme una radiografía. Cuando vi a un guardia al que le sobresalían las lorzas por encima de los pantalones y su cara parecía un pan de pueblo, y me empecé a reír a lo bestia, no podía parar de la risa, era una risa nerviosa. El guardia, mosqueado, nos miraba y remiraba, y yo riendo. Y nos cascó una multa. Mi tío no hacía más que decir “¿Pero no ve que la chica no está nada bien?” Pero no coló, nos fuimos de allí echando leches pero con la multa en la mano.
Ya no me hacen tanta gracia los gordos, no sé si es porque he madurado o porque he engordado, a lo mejor es por las dos cosas.

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