Sentada del 9 de febrero de 2012

MINIATURAS XXIX
Iñaki


Ladrona de mi querer,
ladrona de mi pensar,
me has robado la vida,
¡serás ladrona!


No quiero pensar,
solo quiero querer,
¿pero, si olvido,
sería honesto
olvidar que te quiero?


Cataclismo de unos ojos,
cataclismo de un rostro,
¿cataclismo de quién, señora?


Ojos que te escuchan,
ojos que te repasan,
ojos que te remiran,
son sus ojos,
son ojos de mujer
los ojos que reconoces.


Un tono suave de voz,
un tono agradable y misterioso,
un timbre que llama a mi corazón.


Historias vividas,
historias contadas,
historias escritas,
historias llenas de colillas,
poemas de un fumador,
colillas.


Pudor aprendido,
pudor heredado,
pudor aceptado,
sabiduría
que nos da la melodía
para el rock and roll de la vida.


Camino caminado
y camino trabajado
y camino pensado,
un camino que remonta
hasta el más profundo olvido:
son los recuerdos de mi infancia.


Nostalgia me produce
este bolígrafo,
una nostalgia que son recuerdos
de esa mujer de nombre...
bolígrafo.




UN HIJO DE PUTA
Estrella
No hay ser más despreciable, ruin y mezquino que él. Se llama Ambrosio y era un amigo de mi profesor de Matemáticas cuando yo estaba estudiando Peluquería. El profe me caía bien y por ahí se coló en mi vida el otro.
Yo se lo presenté a mi mejor amiga, Belén, y el muy capullo la violó sin ningún escrúpulo. Las dos éramos unas niñas y por eso Belén no fue capaz de decírselo a nadie, lo que le había ocurrido. Solo ella y yo lo sabíamos. Pero ella terminó fatal, muy mal, el secreto pudo con ella. Murió de pena.
A Ambrosio, yo comencé a verlo como a una babosa que se va arrastrando por la vida, sin importarle lo más mínimo ensuciar a la gente que está a su alrededor. Solo de pensar en él me entraba en la boca del estómago un fuerte retortijón, que podía dar paso a arcadas y producirme un gran vómito.
¡Dios mío, qué asco, qué repugnancia y qué lastima que haya monstruos así por la vida!
Pasado el tiempo, me enteré de más detalles de su cutre persona. Maltrataba a su mujer cuando bebía, y resulta que no sabe hacer otra cosa que trabajar y beber. Es un violador, no solo de adolescentes, sino hasta de su propia esposa.
El otro día vino a mi casa el profe de matemáticas, hacía un siglo que no nos veíamos aunque siempre hemos mantenido el contacto, y por casualidad me habló de Ambrosio. Me contó que le había pasado algo muy malo.
Le tiré de la lengua y me dio más detalles. Su mujer le había denunciado por malos tratos y se había divorciado. En el reparto de la herencia, ella se había quedado con la empresa familiar y él sin trabajo. Ambrosio fundió lo suyo en cuatro días y ahora está en la calle.
De pronto me di cuenta de que la vida le ha dado lo que merece, que no hay como cumplir años para que a cada cual le llegue su San Martín. Y también he comprobado que no me importaba lo más mínimo lo que le pasaba.
O sea, que del asco he pasado al desprecio y el desdén. No me importa lo más mínimo ese ser. Por poneros un ejemplo, me importa más Bin Laden que él, así que si le va bien o mal allá él, me es indiferente.




EL MAYOR SUSTO DE MI VIDA
Conchi
Me enteré de la muerte de mi padre cuando llamé a la UVI de la clínica La Concepción. Yo residía temporalmente en el CAMF de Leganés, desde que a él le ingresaron por un linfoma.
Él me llamaba todas las mañanas a las 9:00 o así para contarme cómo estaba y para preguntar qué tal iba yo, pero de pronto dejó de llamar.
Después de tres días sin noticias suyas me mosqueé. “Aquí pasa algo”, pensé. Y llamé a Información del hospital preguntando por Ignacio López y no me querían dar razón hasta que les dije que era su hija.
Entonces me dijeron que acababa de morir. Yo me puse a llorar porque, claro, no lo sabía. Mi madre no me lo había dicho porque quería hacerlo en persona y todavía estaba planificando el entierro cuando yo llamé al hospital.
No me había llamado en tres días porque mi padre se pasó dos días en coma y ella no quería preocuparme... Y como yo tampoco podía echar una mano...
En la residencia, las cuidadoras me dieron un poleo después de recibir la noticia, para tranquilizarme, porque yo tenía muchos nervios. Y por la noche le pedí a la enfermera un Orfidal para poder dormir.
Al día siguiente, y durante mucho tiempo, veía a mi padre por todas partes, tenía la obsesión metida en la cabeza.
Cuando mi madre vino a contarme que mi padre había muerto ya venía de luto, y empecé a gritar y a llorar otra vez de nuevo.
Le gritaba que no se vistiera de negro, que a mí me daba cosa y que a mi padre no le hubiera gustado. Y entonces se puso un pañuelo azul y ya nos calmamos las dos.

No hay comentarios: