Sentada del 22 de marzo de 2012

MINIATURAS XXXIII
Iñaki
Vivir es una circunstancia,
es el menor de los errores:
yo vivo porque me equivoco.


Tenemos vida, somos vida,
vida y más vida, sentimientos,
emociones que a nadie abrazan,
cariño lleno de vida.


Cuéntame, mujer,
cuéntame,
cuéntame qué es la vida,
cuéntame qué es el amor,
si no me lo cuentas, no lo sé,
no sé, te dejo libre, eres libre.


Un sentimiento
se bebe y se fuma, Mariví,
igual que se respeta
la hora de comer.


Te diré
que nunca se escribe
lo que no se siente,
se está en los sentimientos
y no en los versos.


Confusión escrita,
confusión vivida,
quiero saber en qué me confundo,
quiero saber por qué me confundo.


¿Por qué la vida me da confusión
si yo soy libre?
¿Pero son libres mis pensamientos?
Necesito aprender.




BALADA DEL RENATO
Rosa y Adredista 0
Están juntos, sentados a la misma mesa. Los peatones los ven por el cristal del ventanal. El chico está contento, es guapo como un demonio y no parece bebido o drogado. Los ojos le brillan porque tienen fuego, sólo eso. La chica sin embargo parece triste. Mantiene sus ojos fijos en él y se diría que está a punto de llorar.
–Susana –dice el chico– ¿dónde vas ? Yo con los viejos vivo puta madre.
–Pues yo no, Edu, ya lo sabes. Ya no soporto a mi madre, está enferma, me asfixia. Me voy de casa.
–Tú sí que estás jamada, Susana. ¿Pero tú sabes cómo están los alquileres ?
–Edu, si trabajamos los dos podríamos pagarlo, te lo he demostrado.
–Que te den, Susi, estás loca, tía. ¿pero qué dices? Propones que trabajemos los dos como cabrones para vivir peor que ahora.
–Pero yo quiero estar contigo siempre, Edu, yo te quiero.
–Pues no se nota, que siempre tienes prisa y te largas en lo mejor, siempre.
–Es que la vida, Edu, es más cosas que las noches de marcha y el polvo al amanecer.
Se han vuelto a callar. Por los cristales del ventanal comienzan a correr las gotas de la lluvia. La tarde continúa fría y gris.




SOLEDAD
Carmen
Tal vez fue al regresar de Málaga, mientras esperábamos el tren: vi como un pobre emigrante marroquí, bajito y muy moreno, arrastraba una voluminosa y pesada maleta casi de mayor tamaño que él mismo. Pidió ayuda a unos mozos que andaban por allí, unos portamaletas.
–No, maldito viejo, esto se hace pagando, tú no tienes tarifa, no podemos hacerlo. Anda, camina con tu maleta, si eres capaz.
–Yo tengo la tarifa –protestaba el pobre hombrecillo.
La estación estaba llena de gente, pero nadie parecía reparar en los apuros del pobre señor. Yo pensaba en la soledad de nuestros emigrantes con su maleta de cartón por todas las estaciones de tren de Europa, que hoy parece se ha olvidado del todo.
El ancianillo había conseguido bajar con su enorme maletón del tren, pero nadie le hiciera el menor caso ahora, en el andén. A mí me dio un montón de pena.
Si se hubiese tratado de un jeque de visita en Marbella, de esos que dan 100 o 200 euros de propina (aunque no se ocupan de la educación de las chicas en su país), la escena habría sido del todo distinta y todo cristo estaría ahora en derredor suyo. Pero qué digo yo, esos disponen de limusina y no suelen viajar en tren.

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