Sentada del 19 de abril de 2012


LÍDERES
Rafa
Me dan miedo esas gentes que amenazan. Yo siempre he sido menos fuerte que cualquiera, o sea, he sido una persona físicamente débil. Nada me ha dado más miedo en toda mi vida que las amenazas sin justificación de tipos chulos, torvos, esos tipos oscuros que tanto abundan, generalmente cobardes, que no son casi nada sin público aplaudiendo y que hacen de nosotros, los más débiles, sus víctimas.


LO QUE NO HAY QUE GRITAR
Conchi
Jesús a sus 7 años era un niño muy responsable, siempre obedecía a su madre y no abría la puerta a los extraños. Su hermana Conchita, sin embargo, con 6 años era mucho más revoltosa. Como apenas podía andar porque estaba en silla de ruedas, se tiraba al suelo para llegar arrastrándose hasta la puerta de su casa e intentaba abrir a cualquiera que llamase.
Cada vez que sonaba el timbre en casa y estaban los dos solos, Jesús se negaba a abrir, pero Conchita lloraba de rabia porque se moría de ganas de ver caras nuevas.
Un día llamaron al timbre y Conchita, la machacante, le gritó a su hermano como solo ella sabía hacer: “¡Abre la puerta! ¡Abre la puertaaa! ¡¡¡Abre la puertaaaaaa!!!”. Jesús, harto de los gritos, decidió abrir. Pero se encontró a dos hombres muy extraños con las caras cubiertas y pistolas en la mano.
Uno de ellos cogió a Jesús y le puso la pistola en el cuello. Y Conchita se puso a gritar y a llorar y a pedir socorro: “¡¡¡Socorro, auxilio, que nos matan, que nos matan!!!”. Jesús le decía a su hermana: “¿Ves? Por tu culpa ha pasado. Otra vez, si salimos de esta, no te vuelvo a hacer caso, te pongas como te pongas”. Jesús era así de frío y responsable, pero lo que oyeron los vecinos fueron los gritos de Conchita y llamaron a la policía porque tenían miedo de acercarse.
Los atracadores, viendo que se complicaba un poco la cosa, cogieron a Conchita (que era la que menos podía defenderse) y huyeron de allí en una furgoneta. La dieron cloroformo para dormirla y que dejase de gritar de una vez.
Tuvieron suerte, nadie les siguió, pero aún así se llevaron a la Cochita con ellos. Cuando llegaron a su escondrijo, una casa en las afueras, encerraron a la niña en una habitación con las ventanas tapiadas y ella no paraba de llorar porque le daba miedo la oscuridad.
Cuando llamaron pidiendo un rescate por la niña cogió el teléfono su madre, María, temblando. Los secuestradores querían 120 mil euros para devolverla sana y salva. Ella pidió hablar con su hija para saber que seguía viva.
–¡Mamá, socorro, sácame de aquí! –gritaba Conchita, llorando desconsoladamente.
–Tú te lo has buscado, por desobediente –contestó la madre– Buen disgusto le has dado a tu hermano.
–¡No me hagas esto! ¡¡¡Rescátame!!!
El jefe de la banda le quitó el teléfono y dijo a la madre dónde debía dejar el dinero y le exigió que fuese sola.
Como no tenía tanto dinero, María se lo pidió a su hermana Irene, pero ella tampoco lo tenía. Lo que sí tenía era la pistola de su marido Ernesto, que era militar. Y con ella en el bolso salió de allí María, con la intención de cargarse a los secuestradores, aunque ni siquiera estaba segura de saber disparar.
Mientras duró el secuestro, Conchita no dejó de llorar y de chillar porque quería salir de allí. Tanto lloraba y tanto gritaba que los secuestradores estaban ya hasta el culo de la niña, estaban deseando que se fuera a la mierda y no volviera más.
Al llegar al descampado el jefe de los secuestradores le pidió a María el rescate, pero como ella no tenía el dinero sacó la pistola y empezó a disparar a lo tonto, que no sabía ni para donde iban los tiros. Conchita aprovechó el descuido de los secuestradores (que no se esperaban que María sacase una pistola) para morderles en los brazos con los que la sujetaban, intentando escapar.
Los secuestradores, hartos de tiros y de mordiscos, empujaron a Conchita fuera del coche y salieron huyendo.
María cuando vio a Conchita, loca de contenta, le dio un abrazo y luego le echó la regañina:
–¿Ves, por no hacer caso a tu hermano? ¡Te han podido matar los secuestradores!
–¡Y tú has hecho todo lo posible para que así fuera! ¡¡¡Que casi me matan ahoraaaaa!!! –gritó a su madre Conchita, llorando de rabia, pues no podía explicarse cómo su madre llevaba una pistola a la cita, en vez de la pasta, pero al fin lo prometió, aunque muy a su pesar– ¡Nunca más abriré la puerta a nadieeee!!! ¿¿¿Satisfechaaaaa???


MADRE&HIJA
Laura y adredista 1
La madre de Hortensia vino a España procedente de la antigua Yugoslavia. Le costó adaptarse a la nueva cultura, pero poco a poco lo había consiguido. Se casó con un español y eso le facilitó muchas cosas. Ahora Hortensia tiene veintitrés años y quiere encontrar un joven de su agrado con quien compartir su vida y, a la vez, alcanzar la independencia de su madre, que la ahoga con una educación demasiado rígida.
Hortensia ya está cansada de soportar, aunque con mucha paciencia, la presión de Iranova, que así se llama la madre. Una madre siempre busca que su hija sea feliz, pero suele hacerlo por un camino distinto de la hija.
Y esta era la única razón por la que la madre y la hija discutían. Hortensia encontró un joven menor que ella y evidentemente contrario al gusto de su madre, con el que se fue a vivir.
La madre los visitaba no con demasiada frecuencia, tardanza que la parejita agradecía, pues los regalos que de ella recibían eran escasos y los consejos muchos. Estas visitas desconcertaban tanto a la pareja que, después de cada encuentro, todavía necesitaba un tiempo para recuperar el tono perdido de su felicidad.

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