Sentada del 17 de mayo de 2012


MINIATURAS / XXXV
Iñaki
¿Qué será de mi bolígrafo
cuando ya nadie sepa
leer las palabras
que dicta el corazón?
Pobre bolígrafo,
pobre corazón.

Maldita la hora de la siesta,
maldita hora de la soledad.

Mujer que con tus ojos castaños
me miras a los ojos,
con esos mismos ojos
que miras el horizonte,
¿me ves cuando los cierras
como ves su línea a los lejos?

Acabaré haciendo
cubitos de hielo
con los sentimientos más fríos
y triste cabalgando
sobre un viento gélido,
¡qué fría es a veces la vida!

Caen las hojas,
caen los pensamientos
como frutos maduros
sobre las hojas secas.

Aquella alegría
que no echo de menos,
aquella no era la alegría.

El instante se agiganta
cuando se termina
en un instante.

Es el calor de una palabra
con humedad
en el desierto de la ciudad.

¿Por qué habrá que subir
tantas escaleras
para tocar el corazón?
¿Por qué tanta humildad
para subir al corazón?
¿Por qué no lo comprenderé?

EL ALEMÁN

Estrella
Hace unos años yo estaba en Benidorm porque me agobiaba vivir en Madrid. Y en una de mis salidas nocturnas conocí a un chico alemán, unos años más joven que yo. Desde aquella noche empezamos a vernos con regularidad en los días siguientes.
El alemán, al principio, se mostraba simpático y encantador, ya que tenía mucha labia y me fascinaba su español con acento alemán. Al cabo de seis meses me fui a vivir con él a un piso que tenía alquilado en el mismo Benidorm. Entonces fue cuando descubrí cómo era de verdad, se le cayó la careta.
Todo había sido puro teatro.
Trabajaba de cocinero con su padre y la madrastra en un restaurante alemán. Yo en esos días estaba en el paro. Cuando él llegaba a casa de trabajar, siempre venía cabreado. Me decía que sus padres no le habían pagado y yo intentaba calmarle. Pero mis palabras no acertaban a dar con el misterio y caían en saco roto. Llegamos en alguna ocasión a fuertes discusiones y a faltarnos al respeto.
Yo comencé a beber más de la cuenta, estaba realmente colgada con el alemán. Intentaba huir del desastre pero no hice más que agravarlo. Continuamos viviendo juntos unos meses más. Hasta que lo dejamos de mutuo acuerdo. Él se fue a vivir con un amigo y yo me fui de alquiler a una habitación.
Pasó un tiempo, pero volvimos a encontrarnos, o sea, yo lo volví a encontrar, y decidimos retomar nuestras relaciones, yéndonos a vivir juntos otra vez.
Todo iba bien ahora, pero no duró mucho. Y otra vez que volvimos a las andadas. Dormíamos separados, hasta que me ablandaba el corazón con un ramo de flores y volvía a darle otra oportunidad.
Así íbamos engañándonos, más o menos, hasta que una noche llegó a casa el alemán diciendo que su padre le había despedido y no le había pagado.
Se nos cayó el mundo encima. Al fin decidimos venirnos a Madrid. Él encontró trabajo pero yo no. Aquí me entero de que su padre sí que le había liquidado, pero que se estaba malgastando el dinero por ahí.
Ya no podíamos seguir así, engañándonos, yo estaba destrozada, no podía fiarme de él, pero seguía colgada. Todo los días teníamos alguna discusión. Hasta que le sugerí que se fuera a Alemania. Al principio decía que no, pero pronto recapacitó y comprendió que era lo mejor para salir de la trampa en que habíamos caído.
Empezó a hacer las maletas. Llamó a su padrastro en Alemania para decirle que viniera a recogerle, pues él tenia el coche estropeado. Cuando vi que perdía a mi alemán, que aquello terminaba definitivamente, pues pasó lo que pasó.
Entre todos, el alemán y mis padres, me llevaron al hospital Clínico. Yo estaba en coma, pero mi alemán me dejó en la UVI y se volvió para Alemania.
Mi padre, desde siempre, ha intentado ser el guía de mi vida. Se cree que sabe todo lo que me conviene o quiero, pero no tiene ni pijotera idea, pues no lo sé ni yo misma.
Si miro hacia atrás, creo que nunca le ha gustado ningún novio mío. Me dio la vara siempre, y me decía: “¡Hija, este hombre no te interesa, no trabaja, no tienes futuro con él! Has caso a tu padre, que nunca se esquivoca”.
Esta actitud, mi padre la ha tenido con varios novios míos, y al final las relaciones han fracasado. Y vuelta mi padre a darme codazos y a decirme: “¿Ves? ¡Ya te lo decía yo!”
Allí como estaba, paralizada en la UVI, me acordaba del alemán y de mi padre y no podía por menos que darle la razón: “¿Ves? ¡Si ya te lo decía yo!”

EL QUE MANDA
Conchi
Mi padre llevaba los pantalones en casa. Él era quien traía el dinero y por lo tanto se hacía lo que él quería.
Pero mientras mi padre estaba trabajando, los pantalones los llevaba mi madre. Nos traía a todos como velas.
Yo a mi padre apenas lo veía, solo durmiendo. A veces le hacía caso, solo cuando me interesaba, para conseguir algo que mi madre no me daba.
Cuando no le hacía caso, mi padre también me echaba la bronca, pero yo me lo pasaba por el forro de los ovarios, me entraba por un oído y me salía por el otro, no le tenía miedo.
En el fondo, mi padre me daba mucha seguridad y yo sabía que tenía que hacerle caso en todo lo que me decía. Pero como era una cabezota, siempre tiraba por la calle del medio.
Mi padre quería que estudiase, que fuese la más estudiosa. Decía: “Lee y escribe, que así subirás el listón cada vez más alto”. Pues bien, especialmente en esto jamás le hice el menor caso.

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