Sentada del 4 de octubre de 2012


UNA LAPA
Conchi
Yo tenía una amiga bastante pesada, que no dejaba de escribirme cartas a diario, y eso a pesar de que íbamos juntas al colegio y que vivíamos una al lado de la otra. Y eso que yo pasaba de ella olímpicamente y nunca contesté a ninguna de sus cartas.
En cuanto mi padre subía con el contenido del buzón le decía: ¡Tira la carta a hacer puñetas! Yo comprendo que ella estaba muy sola, pero es que tenía obsesión conmigo. Y decía mi madre: ¿No te da pena, que está más sola que tú, entre cuatro paredes? Porque aunque se movía mejor que yo, siempre estaba metida en su casa y no quería salir.
Para mí era una tía muy cansina, siempre estaba: “Ven a mi casa, ven a mi casa”. Yo a veces iba, cuando no tenía otra cosa que hacer, y su madre me preparaba la merienda, bizcochos con chocolate. A mí me gustan los bizcochos y me gusta el chocolate, pero por separado. Por no hacerle un desprecio a la mujer y porque era tan cansina como su hija, yo acababa comiéndomelo todo, ¡a ver, qué remedio! Era otro peñazo más.
Iba todo el rato tras de mí: “Vamos a jugar a las muñecas, vamos a jugar a las muñecas”. ¡Qué tía más ´jartibre`! Y yo proponía: “Vamos a jugar a los médicos, que es más divertido”. Ya sabéis que es mi tema, este de jugar a médicos. Nunca nos poníamos de acuerdo y yo terminaba cabreándome y yéndome a casa.
Puede que ella pensase lo mismo de mí: “¡Qué tía más pesá, siempre queriendo jugar a los médicos!”

EL SOFOCANTE CALOR DE AGOSTO
Isabel
El calor de este mes de agosto va ser muy bochornoso, con lluvias que suceden a tormentas, y rayos muy fuertes y truenos tan secos que las casas temblarán mucho, como si fueran terremotos sísmicos. No quisiera vivir esto, ¡me moriría de terror!
No, no quiero, me moriría de miedo y sería fatal para mi corazón, herido de tantas emociones singulares y personales, demasiado íntimas, que nadie conoce aunque todos sospecháis: mis amores fugaces, traicionados por una taimada enemiga.
Yo odio la soledad y me encanta la tranquilidad. Eso sí, rodeada de muchos amigos de buena fe, como una manzana sana y dulce como la miel. No quiero decir con esto que todo sea de color de rosa, ni mucho menos, en el amor. Pero al principio así se vive, y no seré yo quien tire la primera piedra y rompa el hechizo de una buena amistad, nada peligrosa, puro sentimiento.
Aunque a la larga se produzca una ruptura sentimental duradera y demasiado catastrófica… Estas rupturas en agosto, con el calor, terminarán tan mal como en un asesinato, que es a lo que iba, por el sofocante calor: el hombre mata a su mujer disparándole en la sien, y el hombre se suicidará, dándose un tiro en la boca y chorreándolo todo de sangre a borbotones.
Y esto sería solo un caso de violencia doméstica, similar a tantos otros abundantes casos de agresiones y palizas, con un marido o acompañante dándole patadas en el vientre a la mujer, y ella, embarazada de este hombre insensato.
Éstos son hombres a los que sólo vale la pena dar patadas, a éstos sí, en sus partes. Y de buena gana lo harían esas mujeres maltratadas y se quedarían muy a gusto.
Tanto es así que, durante este agosto por venir, de calores sofocantes, una víctima le pedirá a la jueza permiso (habiendo hablado antes con una psiquiatra, que le aconsejará que hable con una abogada y una educadora de calle de ese tema tan peliagudo), con pavor y mucho susto por lo que quiere hacer, para hacerle lo que tenía que hacerle al compañero.
La jueza se interesa por el caso: “¿Qué cosa es esa tan importante?”. Y la mujer responde: “Quisiera que castraran inmediatamente el pito a mi compañero, por la mala vida que me ha dado, que ya no le puedo soportar”. ¿Se refiere a los testículos?”, interroga la jueza. “Me refiero a la polla. ¡Por favor, emasculación de todo, señora jueza!”.
Ella, la jueza, hace caso y sentencia: “Está bien, se lo concederé, emasculación del miembro viril”. Y la mujer se echa a llorar de emoción porque eso era lo que necesitaba: por fin sentirse libre de penetraciones infundadas y afrontar de otro modo el sofocante calor de agosto.

MI SOBRINO Y EL COPAGO
Víctor
Ayer me llamó mi sobrino Víctor para decirme que le dolía el pecho.
Tengo catarro, y mi mamá también.
A lo mejor es alergia a las gramíneas –le sugerí yo– que la primavera viene adelantada por la sequía.
Yo no tengo alergia, toso y me duele el pecho de tanto toser.
Le pregunté si había ido al médico y me dijo que no, ni él ni su madre, y que no estaban tomando nada.
Oye, Víctor, –le expliqué– que eso del copago en la Sanidad no quiere decir que os tengáis que dejar morir los sanos para que los cojos sigamos teniendo cancha.
Pero mi sobrino es que no me hace caso. Él no ha vivido aquellos tiempos en que todo el pueblo se vigilaba el brillo de los ojos. Algüera tiene 2000 habitantes, unos pocos menos, dos médicos, dos enfermeras y una farmacia. Cuando entonces, había que irse a Badajoz si te brillaban los ojos. Y si no era por sarampión era por varicela –que las dos me las espulgué yo, con una semana de fiebre cada una, en el hospital– o algo peor, que si polio, que si meningitis, que si tal.
Por cierto, que yo tuve también la polio de bebé, estaba internado en el hospital del Niño Jesús y me la pillaron a tiempo, aunque de esto no me acuerdo mucho. Pero si te brillaban los ojos en Algüera, o sea, si tenías fiebre, no estabas solo tú en peligro, estaba todo el pueblo. Y si no era por las buenas, era por las malas, pero te tenías que ir a Badajoz.
Ahora es distinto, ahora hay antibióticos y el mayor peligro son las alergias y las gripes. Pero mi sobrino ni a los virus esos de la aviar les tiene miedo. A mi sobrino le gusta jugar con fuego y se ha pasado el invierno haciendo hogueras y asando patatas.
Mi sobrino, desde luego, no arruina la Sanidad Pública. Ni su madre.

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