Sentada del 18 de abril de 2013

(Queremos recordar a Paco Guzmán, que se nos ha muerto como del rayo el pasado día 10 de abril, y por eso subimos hoy a nuestro blog otro texto suyo, escrito con motivo del aniversario, el pasado mayo, del 15M, el movimiento social que está cambiando este país y que nos incluye a nosotros, los adredistas, y a él, impulsor de la plataforma Divertad en la Asamblea de Sol)

IMPRESIONES DE UN BROTE DE MAYO
Paco Guzmán
Los árboles de mayo, o mayos como directamente se les llamaba, eran símbolos de la Revolución Francesa, que los campesinos plantaban en las tierras que recuperaban tras la abolición de la servidumbre y la reintegración a la comunidad de los antiguos bienes comunales. No siempre ocurría, pero se hicieron famosos algunos banquetes que los aldeanos celebraban bajo estos árboles a costa de la despensa del noble que había huido precipitadamente.
Tras un largo y silencioso invierno, el 15M celebró la plantación de su mayo hace un año. Todas sus ramas convergieron al tronco para comprobar cuan robusto se había vuelto. He aquí las impresiones de un humilde brote de mayo.
Ciertamente el tono de la manifestación tenía un aroma a reencuentro, acogedor, como el café de todas las tardes de invierno. El núcleo activo del movimiento ha madurado, empieza a conocer su auténtica fuerza y sus eventuales límites. Ya no hay prisa por llegar pronto lejos, debería bastar con ver crecer esa conciencia sitiada que tanto asusta a los que no hacen más que pedir explicaciones sobre quiénes somos y qué queremos.
Desapareció el síndrome de abstinencia por un chute de atención mediática. Se ha hecho ver más patente el desacoplamiento que hay entre los medios y el movimiento, basculante entre el furibundo desprecio y cierta indiferencia de buen padre esperando a que cese la pataleta. Muchos cables envenenados tendidos desde los medios moderados reconociendo la movilización y a la vez sembrando dudas de su deriva. "¿Qué cosas concretas crees tú que ha cambiado el 15M en este año?" Preguntaba la reportera de El País a pie de calle. "La forma de pensar, la manera en que la gente habla de política", respondían los encuestados con la frustrante desorientación propia del que sabe que puede explicarse mejor.
Influir en la forma de pensar no es poca cosa, articular un escenario alternativo en el que tratar los problemas de la sociedad es mucho más de lo que la gente creía que se podía hacer. Pero cualquier respuesta no habría podido evitar diluirse en un vaho de indiferencia provocado por el propio medio que hace la pregunta como quien lanza una gota de agua a lo que se da por supuesto como un desierto. Que no olviden que los desiertos son mares de arena cuyas dunas se mueven lenta pero imperceptiblemente.
En esta ocasión eché de menos, o no supe ver, consignas más imaginativas, aquella ironía distendida que aconsejaba "Si viene la policía, sacad las uvas y disimulad". Quizá no estuve atento. El tono tendía a ser más sobrio en los mensajes. Podríamos empezar a expresar que nosotros mismos nos representamos, que hacemos política a nivel local, pero es difícil saber con seguridad si el asamblearismo va cuajando en el horizonte de expectativas de la gente. El consenso emerge del rechazo a la actual manera de ser gobernados. Pero aún veo en las miradas de los que se unen, y de los que contemplan con simpatía y a prudente distancia, la busca de una salida expedita en forma de referente, estructura jerárquica o liderazgo que empuñe una antorcha en esta noche oscura.
Es difícil vivir sin tutelas. Tanto es así que hay gente que mira y sin embargo ve contrarios en un mismo paisaje. Un amigo inmigrante, extrabajador de la construcción, en situación de precariedad económica creciente, con el que tuve la oportunidad de charlar antes de la manifestación, me volcó su impresión a quemarropa. Pisó un par de veces Sol durante la acampada del 2011, pero en general, no había puesto mucho interés en enterarse de qué era aquello porque le pareció cosa de vagos y mugrientos, borrachos y drogadictos. No pude evitar soltar un dolido: "¿Si? No me jodas...!", que atemperé inmediatamente con el fin de mantener abiertos puentes de entendimiento. Reformulé su juicio admitiendo que, en general, las manifestaciones eran apoyadas por gente que pasaba dificultades económicas de diferente grado y naturaleza, que la elegancia en el vestir no era necesaria ni significativa en un movimiento cívico que, por otra parte, incluía a gente con inquietudes de todos los estratos sociales, con los mismos tipos de hábitos y vicios que en él y yo y cualquier otro se podrían encontrar. Igual daba, esos lo que no querían era trabajar, decía mi amigo, y si lo quisieran, deberían empezar por aplicar lo que siempre le decía su padre cuando era niño: "Siempre que puedas lleva una camisa limpia y unos zapatos... aunque estén viejos. Tu aspecto lo dice todo de ti, el desaliño es signo de poca seriedad en el trato y en el trabajo".
Mi amigo no es seguidor de los editoriales ultras, nunca me habló de ellos ni creo que le atraiga demasiado su carácter xenófobo, siendo él inmigrante. Sus prejuicios proceden de pisos aún más profundos de la educación sentimental de una parte importante, no se si mayoritaria, de ese 99% que pretende activar el movimiento 15M. Se trata de la sacrosanta meritocracia, que atribuye derechos en forma de privilegios en función de los méritos, unos reales (ser trabajador, estudioso, emprendedor, cuidar la apariencia según el canon establecido, ser feroz en los negocios o despiadado en la guerra), otros son contingencias que se hacen pasar por méritos (ser español, venir de buena cuna, tener fortuna, etc.). Naturalmente, no hay por qué reunirlos todos, pero sí al menos defender uno o dos, aunque se desprecie el resto, que justifiquen el derecho a reclamar la correspondiente parcela de bienestar y seguridad.
Casi todos alguna vez hemos tenido la fortuna de haber podido exhibir o ser reconocidos en nuestros méritos como fuente de autoestima y seguridad. Es una experiencia que merece la pena. El narcisismo debe ser alimentado y quien esto niegue a sí mismo y a los demás, niega una fuente de felicidad, tan importante como la risa o el sexo. Pero ningún mérito debería ser puerta de acceso a derechos fundamentales como la sanidad, la educación, la vivienda digna, o a cuestiones como el crédito o la confianza. Reivindicaciones como la renta básica no tienen sentido en un marco ético basado en la meritocracia: ¿por qué pagar, se alegará con acritud, a gente por el simple hecho de nacer, sin necesidad de que hagan nada de "provecho"? Porque ese no es un derecho basado en el mérito, sino en la confianza en el valor intrínseco de cualquier ser humano.
Mi amigo no parece confiar, de momento, demasiado en el valor intrínseco de cualquier ser humano, porque ha integrado muy bien los valores de la meritocracia. Se reconoce trabajador, honesto y cuida su apariencia en la medida de lo que puede. Es un epítome de lo que se suele llamar "gente de bien" o "gente de orden". Se permite soñar con un golpe de fortuna que lo eleve a la alta clase social cuyo estilo de vida admira (una lotería, un casamiento propicio, etc.), pero se rige por códigos morales ligados a la profesionalidad, antes que a la amoralidad de quienes amasan fortunas a costa de la miseria de los demás. Sabe que muchos ricos son corruptos, pero no cree que las grandes fortunas y la corrupción vayan necesariamente de la mano. Sus códigos de valor lo sitúan a él como un hombre justo en un mundo que no tiene por qué ser necesariamente equitativo, y por eso, finalmente, acepta la injusticia como parte del paisaje, sin hacerse demasiadas preguntas incómodas. En resumidas cuentas, es buena gente pero está terriblemente equivocado, y su error alimenta la hidra de la desconfianza y la desigualdad, que ya bastantes cabezas tiene y que siempre protege al 1% que se queda con todo.
Una de las tareas más laboriosas y concienzudas que debe afrontar un movimiento cívico que aspire a la reforma social y política de la ciudadanía, como el 15M , pasa por hacer una profunda reflexión pedagógica en torno al valor del mérito frente a los derechos universales. Tampoco hay que vaciar de contenido los méritos personales, en una siega homogeneizante que no permita la autorrealización personal. Cualquier cosa realmente importante de la que nos sintamos personalmente orgullosos es efímera, lo que construimos entre todos es la red sobre la que nos apoyamos cada uno. No se trata de aniquilar al individuo sino de darle un buen lecho para que crezca.
No son pocos los que abrazan la meritocracia, a veces temo que son una auténtica mayoría silenciosa que se esconde en los índices de abstención de las elecciones, esperando su golpe de suerte (sí, se dice que es izquierda desmovilizada, pero nadie puede asegurarlo, y a este respecto, no garantiza nada...). Estoy seguro de que se agazapa en la conciencia de cada uno de nosotros, expresándose con más o menos desvergüenza, como virtud o como miseria humana, según demande la ocasión. Hace falta pedagogía para alimentar saludablemente ese narcisismo que está en nuestra naturaleza, inflama y calienta el ánimo, sin llegar a convertirnos en inquisidores de los que no comparten nuestros méritos.

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