Laura
Antonio es una gran persona. Todos los días nos deja
las calles del parque limpias, y más ahora que termina el invierno.
Vivo en un lujoso palacete en la Avda. Alemania, nº 14,
2ª Planta, y tengo un enorme ventanal en mi habitación que me permite ver todo
el campo del parque. Yo estoy enamorada del campo.
Antonio limpia y limpia con su escoba las hojas que
se caen de los árboles y el resto de las basuras del día.
Viste un mono de color verdoso, muy ancho para tener
buena movilidad de brazos. Sus pies están bien abrigados con botas impermeables
y fuertes, no le importa el agua de lluvia ni los charcos. En sus manos lleva
guantes que además de darle calor le protegen de posibles pinchos y de
mancharse con cosas podridas que se encuentra y no puede recoger con otros
útiles. Cuida con esmero sus manos porque son sus mejores herramientas de
trabajo.
Es muy educado con las personas que se encuentra
aunque no las conozca de nada. Respeta la naturaleza y los animales, deja a los
pájaros revolotear a su alrededor y disfruta con ellos.
A media mañana se sienta en un banco del parque a la
sombra de un árbol, saca de su vieja mochila un buen bocadillo y algo de fruta;
nunca olvida su bota de vino, que le sabe a gloria. Tranquilamente disfruta de
su cuarto de hora de descanso, más o menos, comiendo su tentempié. Como madruga
mucho y el vinillo también hace su efecto, no tiene reparo en dar un par de
cabezadas.
Un perrillo, mascota de una señora, se le
acerca al banco, olisqueando los restos
de la comida de Antonio. Entonces se despierta, abre los ojos y se ríe para sí
mismo. Permanece un poco más sentado. Observa orgulloso lo bonito que está
quedando el parque y escucha el canto de los pajarillos.
Dos personas pasean junto a él comentando: “¡Qué
limpio y bonito está todo! Y Antonio, que oye el comentario, se siente
orgulloso por ser el dueño del parque.
No hay comentarios:
Publicar un comentario